El Espíritu divino con el espíritu humano en la Epístolas
CAPÍTULO ONCE
EL ESPÍRITU ETERNO QUE TESTIFICA,
REPARTE Y UNGE EN HEBREOS
Lectura bíblica: He. 9:14, 12, 15; 5:9; 3:7-8; 9:6-8; 10:15; 1:1-2a; 2:4; 10:29; 4:16; 6:4; 1:9; 12:9, 23; 4:12; 10:19
El libro de Hebreos nos dice que Cristo es superior al judaísmo y todo lo relacionado con el mismo. No obstante, si leemos este libro cuidadosamente en el espíritu, nos daremos cuenta de que también trata acerca del Espíritu que mora en nosotros. No es un libro lleno de enseñanza doctrinal; más bien, es un libro acerca de la experiencia que tenemos en nuestro espíritu mediante el Espíritu Santo.
EL ESPÍRITU ETERNO
El versículo 14 del capítulo 9 revela un título especial del Espíritu Santo. Este versículo dice: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo?”. Éste es el único lugar en la Biblia donde se menciona el Espíritu eterno. El versículo 12 dice que Cristo entró en el Lugar Santísimo, obteniendo así eterna redención por nosotros, y el versículo 15 dice que los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna. De manera similar, 5:9 dice: “Habiendo sido perfeccionado, vino a ser fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen”. Todos estos asuntos eternos —una eterna redención, la herencia eterna y la eterna salvación— toman al Espíritu eterno como centro.
El judaísmo es una religión que tiene rituales y regulaciones en la letra, pero Cristo es una persona viva con vida eterna en el Espíritu. Las cosas propias del judaísmo sencillamente son sombras y figuras de las cosas que están por venir, pero Cristo es la realidad y el cumplimiento de todas las sombras y figuras del Antiguo Testamento. Todas estas sombras y figuras sólo eran temporales y transitorias, pero Cristo como realidad es eterno, perpetuo para siempre. Además, las cosas que conformaban el judaísmo eran sólo en la letra, pero Cristo, el Viviente, se ofreció a Sí mismo a Dios para efectuar eterna redención mediante el Espíritu eterno a fin de que nosotros participemos de la herencia eterna. Esta herencia eterna es todas las riquezas de la Deidad. Mediante la eterna redención que Cristo efectuó, tenemos el derecho a la herencia eterna. Mediante el Espíritu eterno, Cristo es el Autor, la fuente y la causa de la salvación eterna para nosotros, y le disfrutamos como nuestra salvación eterna. Por tanto, en este libro el Espíritu Santo es el Espíritu eterno. A fin de experimentar todo lo que se revela en este libro, debemos saber cómo tocar a este Espíritu eterno.
Que algo sea eterno no solamente significa que dura para siempre. Ser eterno significa abarcar todo tiempo y espacio y sobrepasar todo tiempo y espacio. Por tanto, la redención eterna es una redención que es perpetua y eternamente efectiva para satisfacer y sobrepasar todas las necesidades a través de todo tiempo y espacio. En el mismo principio, la eterna salvación no es una salvación temporal o transitoria. Más bien, ella satisface y sobrepasa todas las necesidades de todo tiempo y espacio. Igualmente, el Espíritu no sólo es el Espíritu todo-inclusivo con todas las riquezas de Cristo; Él también es el Espíritu eterno, quien sacia todas nuestras necesidades por todo tiempo y a través de todo espacio, y Su suministro sobrepasa todo tiempo y espacio. Esto significa que no hay necesidad en ningún tiempo o en ningún lugar que Él no pueda saciar.
Ya hemos considerado varios títulos del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento: el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Jesucristo y el Espíritu vivificante. Ahora vemos que el Espíritu también es el Espíritu eterno. Estos no son siete Espíritus distintos, sino un solo Espíritu en distintas etapas con diferentes aspectos. Por favor, refiéranse nuevamente al diagrama en el capítulo 8. En la eternidad pasada Él era el Espíritu de Dios (Gn. 1:2). Luego, a fin de introducir a Dios en el hombre, de introducir a Aquel que es santo en la humanidad, Él fue el Espíritu Santo (Lc. 1:35; Mt. 1:20). Mediante el vivir humano y la muerte de Jesús, Él llegó a ser el Espíritu de Jesús por el cual se hace la voluntad de Dios mediante los sufrimientos y la perseverancia (Hch. 16:7). Cristo, al ser designado en resurrección, llegó a ser el Espíritu de Cristo (Ro. 1:4; 8:9). Por medio de todo esto, de manera inclusiva, Él es el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu por medio del cual podemos sufrir en resurrección (Fil. 1:19). A fin de entrar en el hombre para impartirle vida, Él es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Además, Él es el Espíritu eterno, quien abarca y sobrepasa todo tiempo y espacio. Mediante este Espíritu, Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios como sacrificio eterno a fin de efectuar una redención eterna de modo que nosotros podamos disfrutar la herencia eterna. Por tanto, Él es la fuente de la salvación para nosotros, no una salvación temporal, parcial o limitada, sino una que es eterna por la cual se satisfacen todas las necesidades a través de todo tiempo y espacio. Éste es el Espíritu revelado en el libro de Hebreos.
EL ESPÍRITU QUE HABLA Y TESTIFICA
El Espíritu que habla tiene como fin
que nosotros entremos en Cristo
como nuestra buena tierra
Hebreos 3:7-8 dice: “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: ‘Si oís hoy Su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la prueba en el desierto’”. Según los versículos del 12 al 15, el Espíritu Santo dice que necesitamos obedecer, ser cuidadosos y estar alertas para que no tengamos un corazón malo de incredulidad, sino que nos exhortemos unos a otros. La buena tierra es un tipo de Cristo como nuestro reposo, y Josué, el compañero de Caleb, es un tipo de Cristo como Aquel que nos introduce en el reposo. Por tanto, debemos exhortarnos unos a otros para que entremos en Cristo como nuestra buena tierra y le conozcamos como nuestro Socio, nuestro Compañero (1:9; 3:14). Considerar que es demasiado difícil entrar en el reposo equivale a tener un corazón malo de incredulidad, tal como el que tenía el pueblo de Israel. Debemos comprender que hoy día, como Espíritu eterno y todo-inclusivo, Cristo está disponible a nosotros. Él es nuestra buena tierra y Él es nuestro reposo. Además, Él también es nuestro Josué. Si sencillamente somos los “Caleb” que tienen fe, disfrutaremos a Cristo como nuestro Compañero que nos introduce en el reposo. Por tanto, no hay excusa alguna para que nosotros no entremos en el reposo.
El Espíritu hoy habla en nosotros para asegurarnos de que Cristo está disponible como buena tierra y como el reposo en el cual nosotros entramos. No es difícil entrar en el reposo, pues por el Espíritu eterno somos compañeros de Cristo y Él es nuestro Compañero a fin de introducirnos en el reposo. De esta manera participamos de Él y le disfrutamos al grado que nos es fácil entrar. El Espíritu habla en nosotros diciéndonos que Cristo está tan disponible. Entrar en Él no es difícil, pues Él no sólo es la tierra, sino también el verdadero Josué. Él no solamente es el reposo, sino también nuestro Compañero que nos introduce en el reposo. El Espíritu, Aquel que es Santo y Eterno, constantemente habla esto en nuestro interior.
El Espíritu que testifica
nos da a entender las cosas de Cristo
Los versículos 6 y 7 del capítulo 9 dicen: “Así dispuestas estas cosas, en el primer tabernáculo entran los sacerdotes continuamente para cumplir los oficios del culto; pero en el segundo, sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo”. Estos versículos se refieren a las acciones que efectuaban los sacerdotes en el Lugar Santo y Lugar Santísimo en el tabernáculo. El versículo 8 continúa, diciendo: “Dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, mientras el primer tabernáculo estuviese en pie”. Si estamos en el espíritu mientras leemos acerca de las cosas del tabernáculo, el Espíritu Santo, el Espíritu eterno que no está limitado por el tiempo ni el espacio, nos hablará y nos indicará cuál es el verdadero significado de estas cosas.
Los versículos 11 y 12 dicen: “Habiéndose presentado Cristo, Sumo Sacerdote de los bienes que ya han venido, por el mayor y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por Su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, obteniendo así eterna redención”. Luego los versículos 14 y 15 dicen: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo? Y por eso es Mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo una muerte para remisión por las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna”. Éstas no sólo son palabras habladas por el hombre. Éstas son palabras habladas por el Espíritu Santo, las cuales nos muestran cómo Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios mediante el Espíritu eterno, abriendo así el camino al Lugar Santísimo y cumpliendo así una redención eterna por nosotros a fin de que heredemos todas las riquezas de Dios. Cuando leamos estas cosas en el espíritu, el Espíritu Santo las interpretará para nosotros y nos indicará los varios aspectos y riquezas de Cristo contenidos en ellas.
El versículo 10 del capítulo 10 dice: “Por esa voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”. Los versículos del 12 al 16 continúan, diciendo: “Éste, en cambio, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado para siempre a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que son santificados. Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: ‘Éste es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré Mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré’”. Mientras leemos y consideramos las cosas relacionadas con la obra de Cristo, el Espíritu Santo testifica y da testimonio en nuestro interior de que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, que Él ha efectuado la plena redención, que nuestros pecados han sido quitados y que el camino al Lugar Santísimo ha sido abierto. Su sangre es eficaz, el sacrificio que Él ofreció por el pecado es perpetuo, y ahora mediante Su sangre tenemos la confianza para entrar en el Lugar Santísimo a fin de contactar a Dios, obtener misericordia y hallar gracia para satisfacer nuestra necesidad oportuna. El Espíritu que testifica de este modo es el Espíritu eterno mediante el cual Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios. En este Espíritu eterno que testifica, nosotros disfrutamos a Cristo, quien es el Autor de nuestra salvación eterna.
Al citar porciones del Antiguo Testamento, la mayoría de los libros del Nuevo Testamento nos dicen qué persona habló esa porción. Sin embargo, Hebreos nunca nos dice el nombre del orador que se cita. Más bien, dice que el Espíritu Santo testifica. Además, el autor de Hebreos no nos dice su nombre, como lo hacen los autores de las demás Epístolas. Esto se debe a que Hebreos enfatiza que no es el hombre, sino el Espíritu Santo quien habla. Los versículos 1 y 2a del capítulo 1 dicen: “Dios, habiendo hablado en muchas ocasiones y de muchas maneras en tiempos pasados a los padres en los profetas, al final de estos días nos ha hablado en el Hijo”. El capítulo 1 dice que Dios es quien habla en el Hijo, pero los siguientes capítulos dicen que es el Espíritu Santo quien habla. Esto significa que Dios habla en el Hijo como Espíritu Santo. Cuando el Espíritu eterno habla en nuestro interior, ése es el hablar del Hijo de Dios. Por tanto, cada vez que leemos la Biblia —ya sea Moisés, los salmos, los profetas o los apóstoles neotestamentarios—, debemos recibir no sólo la letra escrita, sino también el hablar interior del Espíritu Santo. Entonces recibiremos algo real de la Palabra. Mientras leemos letras en blanco y negro, hay una Persona viviente que habla en nosotros, señalando, testificando y dando testimonio respecto a Cristo. Ésta es la obra del Espíritu eterno, quien abarca y sobrepasa todo tiempo y espacio. De otra forma, todo lo que leamos será solamente letra muerta para nosotros.
EL ESPÍRITU QUE REPARTE
Y EL ESPÍRITU DE GRACIA
El versículo 4 del capítulo 2 dice: “Dando Dios testimonio juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversas obras poderosas y repartimientos del Espíritu Santo, según Su voluntad”. El Espíritu que reparte y está en nuestro interior imparte algo en nosotros. En principio, las cosas que el Espíritu nos imparte son todas las riquezas de Cristo. No deberíamos considerar que los dones del Espíritu solamente incluyan cosas tales como las lenguas y las sanidades. Según Romanos 12:6-10, incluso servir, tomar la delantera, enseñar, hacer misericordia, amar a otros y extender hospitalidad son dones, las reparticiones de las riquezas de todo lo que Cristo es. El Espíritu eterno, el Santo, no solamente nos habla acerca de Cristo y revela a nosotros las cosas de Cristo, sino que mientras Él habla y revela, Él transmite, reparte e imparte en nosotros las abundantes riquezas de Cristo.
Hebreos 10:29 habla del “Espíritu de gracia” (Zac. 12:10), y Hebreos 4:16 dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. El Espíritu de gracia es un título dulce y precioso. Puesto que la gracia es nada menos que las riquezas de Cristo mismo, podemos hallar gracia solamente mediante el Espíritu de gracia que imparte en nosotros las riquezas de Cristo. En 2 Corintios 13:14 se nos habla de “la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo”. La gracia es de Cristo y la comunión del Espíritu Santo es la transmisión de esta gracia mediante el Espíritu de gracia. El Espíritu eterno, quien es el Espíritu de gracia, en su hablar siempre imparte algo de Cristo en nosotros y reparte en nosotros las riquezas de Cristo. Hebreos 6:4 dice que hemos sido hechos “partícipes del Espíritu Santo”. El Espíritu Santo habla acerca de Cristo, y Él reparte, ministra, las riquezas de Cristo en nosotros como gracia. Por tanto, le disfrutamos y participamos de Aquel que es el Espíritu de gracia que transmite la gracia de Cristo en nosotros a fin de satisfacer nuestra necesidad oportuna.
EL ESPÍRITU QUE UNGE
El versículo 9 del capítulo 1 dice: “Has amado la justicia, y aborrecido la iniquidad, por lo cual te ungió Dios, el Dios Tuyo, con óleo de júbilo más que a Tus socios”. El Señor Jesús fue ungido con el óleo del Espíritu eterno. Puesto que Dios derramó el Espíritu de júbilo sobre Él, Él pudo ofrecerse a Sí mismo a Dios por este Espíritu eterno. La palabra Cristo significa “el Ungido”. Al ser ungido por el Padre con el Espíritu de júbilo, Él llegó a ser el Cristo.
EL ESPÍRITU HUMANO EN EL LIBRO DE HEBREOS
El Padre de los espíritus
El libro de Hebreos también habla acerca de nuestro espíritu humano. El versículo 9 del capítulo 12 dice: “Tuvimos a nuestros padres carnales que nos disciplinaban, y los respetábamos. ¿Por qué no nos someteremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?”. En la regeneración somos nacidos de Dios en nuestro espíritu (Jn. 1:13; 3:6). Por tanto, Dios es el Padre de los espíritus. El contexto de Hebreos 12 es la manera en que Dios trata con Sus hijos. Dios trata con nosotros en nuestro espíritu puesto que Él es el Padre de los espíritus.
Ser perfeccionados en el espíritu
El versículo 23 dice: “A la iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos; y a Dios, el Juez de todos; y a los espíritus de los justos hechos perfectos”. Dios perfecciona a los justos en el espíritu de ellos. La manera en que Dios trata con nosotros tiene que ver con nuestro espíritu, y Su obra de perfeccionamiento también se efectúa en nuestro espíritu.
Discernir entre el espíritu y el alma
El versículo 12 del capítulo 4 dice: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Dios es el Padre de nuestro espíritu, Aquel que trata con nosotros en nuestro espíritu y nos perfecciona en el espíritu. Además, Cristo mismo como Espíritu está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; Ro. 8:16). Por tanto, necesitamos discernir entre nuestro espíritu y nuestra alma.
Entrar en el Lugar Santísimo
en nuestro espíritu
Hebreos 10:19 dice: “Así que, hermanos, teniendo firme confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús”. Éste no es meramente el Lugar Santísimo en los cielos. Si el Lugar Santísimo estuviese solamente en los cielos, no podríamos entrar en él hoy día mientras aún estamos sobre esta tierra. Por tanto, éste tiene que ser el Lugar Santísimo en nuestro espíritu. El Lugar Santísimo en nuestro espíritu corresponde con el Lugar Santísimo en los cielos. En principio, los mismos son dos aspectos, dos extremos, de una sola entidad. En un sentido subjetivo, el Lugar Santísimo hoy está en nuestro espíritu. Por tanto, debemos discernir entre nuestro espíritu y nuestra alma para que podamos entrar en el Lugar Santísimo donde están Cristo, el Arca, la gloria shekiná de Dios y la presencia de Dios, donde podemos contactar a Dios, obtener misericordia y hallar gracia en calidad de agua viva que fluye a nosotros para que la disfrutemos. Esta agua viva que fluye es simplemente el Espíritu de gracia, quien transmite las riquezas de Cristo como gracia a nosotros con miras a nuestro disfrute a fin de satisfacer nuestra necesidad oportuna. Ésta es la clave para experimentar las cosas de Cristo reveladas en este libro. De no ser por nuestro espíritu, que es la clave, Cristo solamente sería objetivo para nosotros y no tendríamos manera alguna de entrar en Él.
Por una parte, necesitamos tener una visión objetiva de Cristo como Aquel que es superior al judaísmo en todo aspecto. Por otra parte, debemos comprender que hoy día Él es el Espíritu eterno, el Santo, quien introduce a Cristo en nuestro espíritu. Dios el Padre trata con nosotros en nuestro espíritu, así que para contactar a Dios, experimentar a Cristo y aprehender al Espíritu, debemos discernir entre nuestro espíritu y nuestra alma. Esto quiere decir que debemos siempre volvernos al espíritu y dividir nuestro espíritu de nuestra alma. Cuando nos volvemos a nuestro espíritu, entramos en el Lugar Santísimo. Entonces tenemos a Cristo, quien es la presencia de Dios. Podemos contactar a Dios en toda Su plenitud y disfrutar a Cristo en Su calidad de árbol de la vida en el fluir del agua viva (Ap. 22:1-2). El árbol de la vida es Cristo como nuestra gracia y el fluir del agua viva es el Espíritu que transmite.
De nuevo digo que la clave para experimentar a Cristo de una manera interior y subjetiva es discernir entre nuestro espíritu y nuestra alma y aprender cómo volvernos al espíritu. Cada vez que nos volvemos al espíritu, de inmediato hallamos el fluir del Espíritu de gracia, quien transmite las riquezas de Cristo como gracia a nuestro interior a fin de satisfacer nuestra necesidad oportuna. Ésta es la clave para experimentar todas las riquezas de Cristo según se revela en el libro de Hebreos.