EL REINO
CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
EL REINO REVELADO EN HEBREOS
Lectura bíblica: He. 1:8; 2:10-11, 1-3a; 3:1-3, 14; 4:1, 8-9, 11-12; 5:9-10; 6:1, 4-8; 8:10-11; 9:14; 10:25-31; 12:1-2, 25, 28-29
Ahora debemos ver algo más en cuanto al reino con base en el libro de Hebreos. Con la excepción de Mateo y Apocalipsis, Hebreos es el libro del Nuevo Testamento con más referencias relativas al reino. La mayoría de cristianos jamás ha considerado Hebreos como un libro que trate sobre el reino. Muchos piensan que Hebreos es simplemente un libro donde se nos dice que Cristo es superior a todos los elementos principales del judaísmo. Si bien esto es correcto, tenemos que darnos cuenta de que Cristo es superior a todos los elementos del judaísmo con miras al reino. Cristo es para el reino.
Según la revelación del Nuevo Testamento, Cristo vino por causa del reino. El concepto de la mayoría de los cristianos es que Cristo vino solamente para efectuar nuestra redención. Ellos jamás han considerado que Cristo haya venido para establecer el reino. Si bien es cierto que Cristo vino para efectuar la redención, ésta no era la meta final. La redención es el proceso que conduce a la meta, y esta meta es el reino. El propósito de Dios es obtener un reino. Dios creó al hombre a Su imagen para que éste pudiera ejercer dominio sobre todas las cosas y expresar Su gloria. Esto quiere decir que Dios creó al hombre a Su imagen de modo que Él pudiese tener un reino.
LA META DE DIOS
La meta de Dios es el reino. Incluso la iglesia tiene como finalidad el reino. ¿Por qué necesita Dios de la iglesia? Es debido a que mediante la iglesia, por la iglesia, con la iglesia y en la iglesia Dios puede tener un reino. Dios no tiene otra manera de obtener un reino a fin de expresar Su gloria excepto por medio de la iglesia. En Mateo 16:18-19 estos dos asuntos: la iglesia y el reino, están estrechamente vinculados. En el versículo 18 el Señor Jesús dijo que Él edificaría Su iglesia y en el versículo siguiente dijo que le daría a Pedro las llaves del reino. Las llaves del reino están relacionadas con la edificación de la iglesia. La iglesia es edificada para obtener el reino.
Durante estos años, los años finales de esta era, el Señor nos ha dado la carga del reino. No estamos aquí solamente para hablar de la redención, el evangelio, la santificación y otras cosas parecidas. Estamos aquí particularmente por causa de la iglesia a fin de traer el reino. Estamos aquí para obtener el reino. Por tanto tiempo el Señor ha sido demorado. El Señor Jesús ha procurado obtener el reino durante más de veinte siglos, pero el reino aún no ha venido. La demora no se debe a Él, sino a nosotros. El problema radica en que carecemos de la madurez adecuada en términos de la vida divina. Por muchos años hemos recalcado esta única cosa: la vida y la madurez de dicha vida. La madurez de la vida tiene como finalidad tener el reino.
En Mateo, Cristo es la semilla que producirá el reino. ¡En el primer capítulo se nos presenta a esta Persona maravillosa! Él es fruto de cuarenta y dos generaciones mezcladas con el Dios Triuno. Su nombre es “Jehová +” y “Dios+”. Él es la semilla que deberá forjarse en todos nosotros, semilla que con el tiempo se convertirá en la cosecha. La semilla es Cristo, y la cosecha es el reino.
Por favor recuerden la visión en Daniel 2. En ese capítulo vemos que una piedra es cortada no por mano humana y que ella aplasta al mundo gentil, para finalmente convertirse en un gran monte. La piedra presentada en Daniel 2 representa al Señor Jesús, y el gran monte representa el reino. La piedra se convierte en el monte, lo cual significa que Cristo se convierte en el reino. Esto indica que el reino es simplemente el agrandamiento de Cristo. Tal vez nos sorprenda oír decir que el reino es el agrandamiento de Cristo, pero según Daniel 2 la piedra se convirtió en el gran monte. La piedra representa a Cristo, y el monte representa al reino.
TIPOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
El Antiguo Testamento contiene muchos tipos de las cosas espirituales reveladas en el Nuevo Testamento. De hecho, casi todo asunto espiritual del Nuevo Testamento tiene su tipo correspondiente en el Antiguo Testamento. El tipo del Antiguo Testamento de mayor trascendencia y el más todo-inclusivo es la historia de Israel. La nación de Israel como tipo se inicia con el primer capítulo de Éxodo y termina con el último libro del Antiguo Testamento. Primero la nación de Israel experimentó la Pascua en Egipto. Sabemos que la pascua descrita en Éxodo 12 es un tipo. En realidad Cristo mismo es nuestra pascua. El cordero pascual fue inmolado por el pueblo, y su sangre fue rociada en sus casas. Después ellos atravesaron el mar Rojo y se internaron en el desierto, donde comieron el maná y bebieron el agua que brotó de la roca hendida. Todas estas diferentes experiencias son tipos. El cordero pascual e incluso todos los aspectos de la Pascua son Cristo mismo. El maná es Cristo, y la roca de la cual fluyó agua también es Cristo quien fluye como el Espíritu vivificante. Más aún, incluso el producto de la tierra de Canaán es un tipo muy rico del Cristo todo-inclusivo. Además, toda la tierra de Canaán es un tipo todo-inclusivo de Cristo.
El libro de Hebreos no nos dice que la buena tierra sea Cristo; más bien, nos dice que la buena tierra representa el reposo. En Hebreos 3 y 4 la buena tierra se revela como el reposo para el pueblo de Dios. Ellos dejaron Egipto, atravesaron el desierto, cruzaron el río Jordán y entraron en la buena tierra. En Deuteronomio 12:9 la buena tierra es llamada el lugar de reposo. Pero la buena tierra no era meramente un reposo para el pueblo de Dios. El propósito de Dios al introducir a Su pueblo Israel en Canaán era, además de darles reposo, que el reino fuera edificado. No solamente el pueblo de Dios necesitaba el reposo, sino que Dios mismo deseaba un reino. El propósito de Dios al introducir a Su pueblo en la buena tierra de Canaán era el de establecer Su reino sobre la tierra. Allí en la buena tierra Dios edificó un reino por medio de Su pueblo, con Su pueblo y entre Su pueblo. Ése era el reino de Dios sobre la tierra.
Antes de aquel tiempo, Dios era el Dios de los cielos (Neh. 1:4) y Él estaba ansioso y anhelante de descender a la tierra a fin de expresarse a Sí mismo. Sin embargo, había una gran carencia de coordinación humana. Por tanto, Él laboraba de continuo con la expectativa de obtener un grupo de personas que cooperasen con Él. Con el tiempo, liberó a Su pueblo del dominio de Satanás sacándolo de Egipto y le hizo atravesar el desierto para introducirlo en la buena tierra. Por último, derrotó a todos los enemigos en la buena tierra por medio de Su pueblo, el cual edificó el templo y la ciudad. Cuando la ciudad y el templo fueron edificados, eso representó la edificación del reino. Después que el templo fue completado y mientras era dedicado, la gloria de Dios lo llenó. La gloria de Dios es sencillamente Dios mismo. Dios mismo descendió de los cielos para entrar en Su morada. Pero Él no solamente obtuvo una casa en la que pudiese morar, sino también una ciudad donde estuviese dicha casa. Gracias a la ciudad, Su morada era accesible y estaba resguardada. La ciudad, que protege la morada de Dios, representa el reino y la autoridad. Finalmente Dios tenía una casa sobre la tierra, y esta casa se encontraba dentro de la ciudad, la cual es símbolo del reino en donde Él puede morar y expresarse a Sí mismo. Así pues, la buena tierra no solamente tipifica a Cristo como reposo para el pueblo de Dios, sino que también tipifica a Cristo como el reino.
El reino es simplemente la madurez de Cristo como vida. Es la consumación de nuestro disfrute de Cristo. Primero disfrutamos de Cristo como la buena tierra, y finalmente lo que hayamos disfrutado de Cristo se convertirá en el reino. Cuando recién fuimos salvos, simplemente disfrutamos del Señor Jesús como un pequeño cordero. En aquel entonces, probablemente comimos apenas un pequeño bocado del cordero. Desde entonces comemos al Señor Jesús cada vez más hasta que finalmente le disfrutamos en plenitud todo el tiempo. La consumación suprema del disfrute de Cristo es el reino. Recibimos a Cristo en nuestro ser como vida, y esta vida gradualmente gobierna nuestro ser; ella nos rige un poco hoy y un poco más mañana. Él es muy paciente. Nosotros crecemos junto con Él, y Su vida crece con nosotros. Un día tendremos la madurez de Su vida, la cual será el reino.
EL REINO EN HEBREOS
¡Cuán maravilloso es el libro de Hebreos! Nos revela que Cristo es superior a todos los elementos que componen el judaísmo. Este Cristo es finalmente el reino. Hebreos es un libro que trata sobre el reino. ¿Cómo podemos demostrar esto? Leamos Hebreos 1:8: “Mas del Hijo dice: ‘Tu trono, oh Dios; por el siglo del siglo; cetro de rectitud es el cetro de Tu reino’”. Este versículo dice: “Mas del Hijo dice: ‘Tu Trono’” y “Tu reino”. No dice “Tu redención”, ni tampoco “Tu salvación”, ni “Tu amor”, ni aún “Tu poder”. El hecho de que diga “Tu trono” y “Tu reino” denota el reino.
Leamos también Hebreos 12:28: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos la gracia, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con piedad y temor”. ¿Dice acaso que recibimos la salvación? ¿O la redención? ¿O la paz? ¡No! Dice que recibimos un reino. De acuerdo con la palabra pura del Señor, Hebreos no es meramente un libro sobre la salvación, sino que es también un libro sobre el reino. ¿Qué es el reino? El reino es la madurez de Cristo como vida para nosotros y es la máxima consumación del disfrute de Cristo. Hebreos es un libro sobre el disfrute que tenemos de Cristo, y este disfrute consumará en el reino.
SUPERIOR A LOS ÁNGELES
Hebreos ciertamente nos muestra que Cristo es mucho mayor que todos los elementos del judaísmo. ¿Cuáles son los principales elementos del judaísmo? Primero tenemos a los ángeles, por medio de los cuales fue dada la ley; luego tenemos a líderes tales como Moisés y Josué; después tenemos a los sacerdotes tales como Aarón; y finalmente tenemos el Antiguo Testamento, el viejo pacto. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, el escritor de Hebreos comparó a Cristo con todos estos elementos y mostró que Cristo es superior a todos ellos. En los primeros dos capítulos Cristo es comparado con los ángeles. Él es mucho más elevado que los ángeles y muy superior a ellos debido a que Él es tanto Dios como hombre. Él es el Dios-hombre. Él creó todas las cosas, probó la muerte por todos nosotros y destruyó a Satanás así como a la autoridad de la muerte. El Señor Jesús lo ha logrado todo por nosotros, fue glorificado y ha sido coronado en los cielos. En la actualidad, Él labora para impartirse en nuestro ser y hacernos Sus hermanos. Él es el Hijo de Dios y es también quien nos hace hijos de Dios como Sus hermanos. Ahora Él nos lleva a la gloria. Él lo ha hecho todo por nosotros: Él padeció, nos libró y nos salvó. ¡Él es esta Persona maravillosa!
¿Qué dice de los ángeles? Los ángeles son simplemente espíritus ministradores. Ellos no pueden compararse a Cristo. Él es una Persona tan maravillosa y Él es nuestra salvación. Nuestra salvación no es una “cosa”, sino una Persona maravillosa! ¡Oh cuán grande salvación! Al escritor de Hebreos le faltaban palabras para describir esta salvación tan grande, así que sencillamente dijo: “¡Tan grande!”. ¡Cuán grande salvación! Es imposible describir cuán grande es. Pero el escritor también nos advierte que si descuidamos una salvación tan grande, ciertamente padeceremos algún sufrimiento (He. 2:3).
¿Se habían dado cuenta de que el libro de Hebreos no fue dirigido a incrédulos, sino a los creyentes hebreos? Todos ellos eran salvos. Pero existía un problema: ellos habían sido distraídos del disfrute de Cristo. Ellos eran salvos y habían comenzado a participar de Cristo, pero estaban en una posición sumamente peligrosa al grado de ser distraídos de Cristo y llevados nuevamente al judaísmo. Si esto hubiese sucedido, entonces habrían perdido el disfrute de Cristo en su máxima expresión. Esto quiere decir que descuidarían una salvación tan grande. Si ellos eran distraídos de Cristo y descuidaban una salvación tan grande, padecerían una especie de castigo de parte del Señor. Si descuidamos una salvación tan grande, ¿cómo escaparemos de alguna clase de castigo? No piensen, sin embargo, que esto significa perder nuestra salvación. ¡No! Nuestra salvación es para toda la eternidad. Una vez que hemos sido salvos, jamás podremos caer en la perdición eterna. Hebreos incluso llama a nuestra salvación la “eterna salvación” (He. 5:9). Pero después de haber sido salvos, tenemos que avanzar a fin de disfrutar más y más de Cristo hasta la consumación. Ya no es cuestión de si seremos salvos o no, sino de obtener el mayor y más elevado disfrute de Cristo. Si descuidamos el disfrute de una salvación tan grande, sufriremos pérdida.
SUPERIOR A MOISÉS Y JOSUÉ
La segunda sección de Hebreos, que consta principalmente de los capítulos 3 y 4, nos dice que Cristo es muy superior a Moisés y Josué. Tanto Moisés como Josué fueron enviados por Dios para conducir a Su pueblo, pero Cristo es superior a ambos. Moisés fue enviado por Dios como un apóstol, y Cristo también fue enviado por Dios; así pues, Él es nuestro Apóstol, nuestro Líder. Como tal Él es superior a Moisés. Si bien Moisés fue fiel sobre la casa de Dios, Cristo fue Aquel que la construyó. Como Aquel que construyó la casa, Cristo tiene más gloria que la casa misma.
Sin embargo, Moisés no introdujo al pueblo de Dios en el reposo. Más bien, fue Josué quien introdujo al pueblo en el reposo. Por supuesto, Josué es el nombre hebreo equivalente a Jesús. Josué tipificó a Cristo y, como tal, introdujo al pueblo en la buena tierra. Al final de cuentas, tanto Josué como la buena tierra son sencillamente Cristo. El Cristo que es nuestro reposo llega a ser el reino.
Sin embargo, Josué no condujo al pueblo a la buena tierra por sí mismo; él tenía un compañero llamado Caleb. Según Hebreos 3:14 nosotros somos los “Calebs” de Cristo. Somos Sus socios y compañeros. La palabra griega usada aquí no solamente significa participantes, sino también socios. Josué tenía un solo compañero, Caleb; pero hoy en día Cristo tiene muchos compañeros. Todos los miembros de Su Cuerpo son Sus compañeros. Somos socios junto con Cristo en una gran empresa. Aunque los cristianos hebreos habían sido hechos compañeros de Cristo, todavía existía el peligro de que ellos fueran distraídos y no entrasen en la buena tierra. Todo el pueblo de Israel debía haber sido compañero de Josué, pero en realidad sólo uno entró con Josué en la buena tierra, y ése fue Caleb. Si somos distraídos del disfrute de Cristo, ya no seremos Sus compañeros y nos perderemos la recompensa de la manifestación del reino.
Disfrutar a Cristo en nuestro espíritu
Hebreos 3 y 4 indican que nuestro progreso se da en tres etapas: primero salimos de Egipto; después pasamos por el desierto y finalmente entramos en la buena tierra. Cuando llegamos a la buena tierra, estamos en el reposo. Con el tiempo, eso será el reino. Estas tres etapas: Egipto, el desierto y la buena tierra, corresponden a las tres partes de todo nuestro ser. Nuestro cuerpo corresponde a Egipto; nuestra alma al desierto; y nuestro espíritu, con Cristo dentro de él, corresponde a la buena tierra. Antes de ser salvos estábamos en Egipto. Una vez salvos, comenzamos a vagar en el desierto del alma. Si realmente nos olvidamos de nuestra alma y atendemos a nuestro espíritu, disfrutaremos a Cristo en nuestro espíritu como la buena tierra. Allí disfrutaremos de Cristo como nuestro descanso. A medida que le disfrutemos a Él en nuestro espíritu, tal disfrute se convertirá en el reino.
En este punto Hebreos 4:12 reviste de importancia estratégica. El versículo 11 nos dice que es necesario que seamos diligentes para entrar en el reposo, y el versículo 12 nos dice cómo podemos entrar en dicho reposo. La manera de entrar en el reposo es discernir y dividir nuestro espíritu de nuestra alma. Hoy en día la buena tierra es Cristo en nuestro espíritu. Si permanecemos inmersos en nuestra mente, esto significa que estamos vagando en el desierto. Tenemos que salir de nuestra mente, de nuestra alma, y entrar en nuestro espíritu, donde Cristo es nuestro reposo. Este reposo con el tiempo se convertirá en el reino. No debiéramos permanecer en Egipto ni en el desierto. Todos tenemos que estar en la buena tierra, esto es, con Cristo en nuestro espíritu. Esto quiere decir que no debemos vivir simplemente en nuestro cuerpo físico según la carne, ni tampoco debemos vivir regidos por nuestra alma. ¡Alabado sea el Señor! Es posible para nosotros salir de nuestra alma y entrar en nuestro espíritu. Cuando entramos en nuestro espíritu, Cristo está allí. Experimentamos la buena tierra y obtenemos el reposo. Todos hemos tenido la experiencia de encontrarnos vagando en nuestra alma y, por ello, no disfrutar de reposo. Pero una vez que nos volvimos a nuestro espíritu, de inmediato entramos en el reposo. Al estar en el reposo, disfrutamos de todas las riquezas de la buena tierra. A la postre, el templo será edificado y la ciudad erigida. El reino será establecido, y la gloria de Dios llenará la casa. En esto consiste la consumación máxima del disfrute de Cristo.
El peligro que está presente en todo momento es que seamos frustrados y distraídos de Cristo. Algunos vientos de doctrina nos alejan del disfrute de Cristo. Este peligro estaba presente entre los creyentes hebreos y también está presente entre nosotros hoy en día, ya que podemos ser distraídos de volvernos a nuestro espíritu a fin de disfrutar a Cristo como nuestro reposo. Es en nuestro espíritu que obtenemos el pleno disfrute de Cristo. En la actualidad hay muchas cosas que pueden distraernos del pleno disfrute de Cristo. Únicamente cuando tenemos el pleno disfrute de Cristo existe la posibilidad de obtener el reino. El pleno disfrute de Cristo tendrá su consumación en el reino.
Un ejemplo para nosotros
En 1 Corintios 9 el apóstol Pablo comparó la vida cristiana a una carrera. Al final de esta carrera hay un premio para el ganador. Enseguida viene el capítulo 10 presentándonos la historia de los hijos de Israel. Por supuesto, el texto original no estaba dividido en capítulos, por lo cual se trataba de un relato continuo. Según el concepto de Pablo, la nación entera de Israel estaba en el desierto corriendo la carrera. Todos ellos cruzaron el mar Rojo, comieron de la misma comida y bebieron de la misma bebida espiritual. Pero no todos ellos entraron en la buena tierra, pues muchos de ellos murieron en el desierto. En 1 Corintios 10:11 se nos dice que “estas cosas les acontecieron en figura”. Aquí el término figura en realidad se refiere a un “tipo”; en otras palabras, todo lo que les sucedió a los hijos de Israel eran tipos. Su experiencia constituye un tipo para nosotros. Que ellos cruzaran el mar Rojo tipifica nuestro bautismo. Que ellos comieran del maná tipifica nuestra práctica de comer a Cristo. Que ellos bebieran el agua que brotó de la roca tipifica nuestra práctica de beber del Espíritu.
Más aún, todos ellos vagaron en el desierto, pero únicamente cuatro entraron en la buena tierra. De aquella generación dos entraron vivos a la buena tierra: Josué y Caleb, y dos entraron muertos: Jacob y José. Esto también sirve de tipo para nosotros y quiere decir que cuando el Señor Jesús regrese, algunos santos que estén vivos así como algunos santos que ya murieron, todos los cuales serán vencedores, entrarán en la manifestación del reino. Son muchos los cristianos que han cruzado el mar Rojo y se encuentran vagando en el desierto, pero según el tipo, no son muchos los que cruzarán el río Jordán y entrarán en el reposo. Tenemos que tomar esto como una advertencia muy seria que nos debe hacer reflexionar mucho. Ésta es una amonestación muy severa a fin de que no permanezcamos en nuestra mente, sino que nos volvamos a nuestro espíritu, donde podremos disfrutar a Cristo como nuestro reposo. Únicamente en nuestro espíritu podemos obtener el pleno disfrute de las riquezas a Cristo, lo cual tendrá por consumación el reino.
SUPERIOR A AARÓN Y A TODOS LOS SACERDOTES
La tercera sección del libro de Hebreos comienza con los últimos versículos del capítulo 4 y va hasta el final del capítulo 7. En esta sección Cristo es comparado con Aarón, el sumo sacerdote. Y allí Cristo es revelado como muy superior a Aarón. Cristo fue hecho Sumo Sacerdote no según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec, el cual es un orden eterno. Él ministró no en conformidad con alguna ordenanza o mandamiento de la ley, sino según el poder de una vida indestructible (He. 7:16). Debido a que Él posee esta clase de sacerdocio, puede salvarnos por completo. Si no somos salvos por completo, esto no quiere decir que Él no pueda hacerlo; más bien, significa que nosotros no estábamos dispuestos a ser salvados, por lo que no tendremos excusa alguna. Si estamos dispuestos a ser salvos, ciertamente Él nos salvará por completo (He. 7:25).
No echar otra vez el fundamento
Leamos también Hebreos 6:1-2: “Por tanto, dejando ya la palabra de los comienzos de Cristo, vayamos adelante a la madurez; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas y de la fe en Dios, de la enseñanza de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno”. Aquí el apóstol Pablo nos dice que tenemos que dejar la palabra de los comienzos de Cristo y seguir adelante hacia la madurez. Hoy en día muchos cristianos están completamente ocupados con el comienzo, con los principios elementales. Ellos no hacen sino hablar de la redención, la justificación por la fe, el perdón de pecados y su inminente ida al cielo. Año tras año conversan de estas mismas cosas. Cuando uno está con ellos difícilmente les escuchará hablar de otra cosa. En principio, esto se asemeja a un abuelo que todavía sigue estudiando en la escuela primaria. No solamente está en la escuela primaria, sino que también el hijo de su hijo, y hasta sus tataranietos, todos están todavía estudiando en la misma escuela primaria. No hay avance alguno. ¡Pero nosotros tenemos que avanzar! Avancemos de las enseñanzas elementales de Cristo a la madurez.
Los versículos 4-6 dicen: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a la ignominia”. En estos versículos Pablo aborda varios asuntos. Él dice que algunos de los santos fueron iluminados, fueron hechos partícipes del Espíritu Santo y gustaron del don celestial. Ellos también gustaron de la buena palabra y de los poderes del siglo venidero. ¿En qué consiste aquel don celestial? Ciertamente es algo procedente de los cielos. Podría ser el perdón de pecados o el gozo de nuestra salvación. Sabemos que cuando fuimos salvos tuvimos cierto regocijo auténtico. Ciertamente experimentamos el gozo, la paz, el consuelo, el perdón y otras cosas. ¿Piensan ustedes que una persona podría ser iluminada, gustar del don celestial, ser hecha partícipe del Espíritu Santo y gustar tanto de la buena palabra como de los poderes del siglo venidero y, aún así, todavía no ser salva? ¡Esto es imposible! Sin embargo, la mayoría de los maestros cristianos consideran que este pasaje se refiere a personas que todavía no han sido salvas. El versículo 6 nos dice que algunos de ellos recayeron, pero recaer es muy distinto a caer en la perdición eterna. Muchas personas que fueron salvas han recaído. Incluso después de haber nacido en términos físicos, podemos caer muchas veces. Pero que cayéramos no hace de nosotros personas falsas.
Algunos usan los versículos 4-6 para afirmar que una vez que una persona ha vuelto a caer le será imposible ser salva. Pero el versículo 1 dice: “Vayamos adelante”. Tenemos que proseguir hacia adelante, dejando atrás el fundamento. El primer aspecto de este fundamento es el arrepentimiento. Podríamos afirmar que ésta es la primera piedra del fundamento. El fundamento ya fue establecido con seis piedras, entre las cuales está la piedra del arrepentimiento. El concepto de Pablo consiste en que, puesto que los creyentes hebreos ya habían puesto el fundamento, ellos simplemente debían avanzar. No era necesario que pusieran el fundamento nuevamente. Incluso si quisieran hacerlo así, sería imposible volver a poner el fundamento. Tomemos como ejemplo una pareja que ha contraído matrimonio. Supongamos que después de cierto tiempo se divorcian y que posteriormente vuelven a juntarse. Aunque tal vez digan que se han vuelto a casar, en realidad es imposible que lo vuelvan a hacer porque ya estaban casados. El matrimonio ya había sido puesto como fundamento. Asimismo, los cristianos hebreos ya habían puesto el fundamento; todo lo que necesitaban hacer era avanzar. Ellos no debían demorarse quedándose en el fundamento.
Son muchos los cristianos que en reuniones de avivamiento gustan de retroceder y volver a poner el fundamento una y otra vez. Después de un año, celebran otra reunión de avivamiento y se vuelven a arrepentir. Una vez más ellos vuelven a poner el fundamento; logran avanzar un poco, pero vuelven a caer. Después que vuelven a caer, vienen a otra reunión de avivamiento y retroceden nuevamente y se vuelven a arrepentir. Ellos están continuamente retrocediendo para poner el mismo fundamento. Esto quiere decir que, en realidad, ellos no avanzan. Estos versículos no indican que sea imposible para nosotros ser recobrados una vez hayamos caído; sino que significan que después de haber caído, tenemos que levantarnos por la gracia de Dios y avanzar. Ya no debemos retroceder. No tenemos que nuevamente poner el arrepentimiento como fundamento, puesto que éste ya estaba establecido. Intentar ponerlo nuevamente es una pérdida de tiempo.
Supongamos que en la construcción de un edificio se pone el fundamento y después se interrumpe dicha construcción. Después de un año, la labor de construcción comienza de nuevo, y en lugar de edificar sobre el fundamento que ya fue puesto, se pone un nuevo fundamento a su lado. De nuevo la obra es interrumpida y cuando se reinicia se pone un tercer fundamento al lado del segundo. ¡Qué ridículo sería esto! Con el tiempo, habrán muchos fundamentos uno al lado del otro, pero no habrá ninguna edificación. Éste es el significado correcto de estos versículos.
Los maestros pentecostales afirman que estos versículos se refieren a verdaderos creyentes que han perdido su salvación y que, debido a que recayeron, no pueden ser salvos nuevamente. Este concepto tampoco es correcto. Lo que Pablo quiso decir fue lo siguiente: los cristianos hebreos ya habían puesto el fundamento, pero habían sido distraídos. Ellos habían detenido la edificación. Ahora ellos debían comprender que les era necesario avanzar, y que para avanzar no era necesario que pusieran el fundamento de nuevo. Ellos simplemente debían avanzar. Nosotros también debemos dejar atrás las cosas propias de los comienzos y proseguir hacia adelante a fin de disfrutar a Cristo de una manera más avanzada. Si no avanzamos, ciertamente sufriremos cierto castigo.
Avanzar para disfrutar más de Cristo
Ahora leamos Hebreos 6:7-8: “Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos para los cuales es labrada, participa de la bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada”. Si no dejamos atrás el fundamento y avanzamos a fin de experimentar más de Cristo, seremos como parcelas de tierra que beben la lluvia muchas veces, pero no producen el fruto apropiado. Esto hará que suframos pérdida; pero no significa que nosotros mismos caeremos en la perdición eterna. Más bien, se refiere a sufrir cierta pérdida por no haber avanzado. ¡Avancemos! No debemos demorarnos aquí. No debemos retroceder a poner el fundamento nuevamente. El fundamento ya fue puesto; edifiquemos sobre el mismo. Esto quiere decir que debemos disfrutar a Cristo más y más. Quizás caigamos muchas veces, pero tenemos que levantarnos, aplicar la sangre y seguir adelante junto al Señor. El enemigo, Satanás, siempre procurará demorarnos permaneciendo junto al fundamento. Tienen que decirle al insidioso que cuentan con la sangre del Señor Jesús y que ya pusieron el fundamento.
Tenemos que avanzar para disfrutar a Cristo como nuestro gran Sumo Sacerdote, quien nos ministra en el santuario celestial, no según los mandamientos de la ley, sino según el poder de una vida indestructible. Él es nuestro Sumo Sacerdote, no según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec, por lo cual puede salvarnos por completo. Nosotros simplemente tenemos que disfrutarle más y más, sin preocuparnos por el pasado ni por nada que hayamos dejado atrás. ¡Tenemos que seguir adelante! Satanás siempre nos recuerda nuestro pasado y lo que hicimos ayer, pero tenemos que decirle que únicamente nos importa el día de hoy así como la expectativa que tenemos para mañana. No nos importa el día de ayer. Todos tenemos que olvidar las cosas que quedaron atrás y extendernos a lo que está delante. Prosigamos hacia adelante para disfrutar más de Cristo.
SUPERIOR AL VIEJO PACTO
Hemos abarcado ya tres secciones de Hebreos. En la primera sección vimos que Cristo es superior a los ángeles; en la segunda sección vimos que Cristo es superior a Moisés y Josué; y en la tercera sección vimos que Cristo es superior a Aarón y a todos los sacerdotes. En la cuarta sección, del capítulo 8 al 10, se nos muestra que Cristo y Su sangre son muy superiores al viejo pacto. El Nuevo Testamento no nos da la letra de la ley como algo externo a nosotros, sino la ley de vida como algo que está dentro de nuestro ser. Por tanto, no tenemos necesidad de que nadie nos enseñe (He. 8:8-11). Tenemos la ley viva en nuestro interior, la cual es mucho mejor que la letra de la ley que es externa a nosotros.
Además, Su sangre preciosa purifica y lava nuestra conciencia de modo que podamos servir al Dios vivo (He. 9:14). El nuevo pacto es un mejor pacto, muy superior al primero. Cuando el libro de Hebreos fue escrito, acechaba el peligro de que los cristianos hebreos fueran persuadidos de retornar al judaísmo. Tal vez sus amigos y familiares se esforzaban por atraerlos de regreso al judaísmo y es probable que también les recordasen que el viejo pacto fue dado por Dios y que era un pacto maravilloso. Debido a que los cristianos hebreos vacilaban entre el viejo pacto y el nuevo pacto, el apóstol Pablo les advirtió con respecto al viejo pacto. Él les dijo que el viejo pacto había sido cumplido y había llegado a su fin. Ya no había más sacrificio por el pecado porque Cristo había muerto por los pecados poniendo fin al sacrificio por los pecados. Cristo había cumplido el tipo de la ofrenda por el pecado. Por tanto, ya no queda sacrificio por los pecados (10:26). Retroceder nuevamente y ofrecer los sacrificios por los pecados que eran propios del Antiguo Testamento habría sido un verdadero insulto para el Señor.
Más aún, Pablo les dijo que no debían dejar de congregarse con los creyentes (10:25). Ellos no debían descuidar el reunirse con los otros cristianos. Dejar de reunirse con los creyentes implicaba retornar al judaísmo, lo cual era pecaminoso a los ojos de Dios. Retroceder al judaísmo era pecar voluntariamente. ¡Cuán grave era esto!
No pecar voluntariamente
Hebreos 10:26 dice: “Porque si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio de toros y machos cabríos por los pecados”. Algunos maestros cristianos han enseñado de manera imprecisa este versículo dando a entender que si pecamos voluntariamente no podremos ser perdonados. Éste no es el entendimiento correcto de este versículo. El entendimiento correcto es que todos los sacrificios del Antiguo Testamento fueron cumplidos cuando el Señor Jesús murió en la cruz y, para el Señor, que retrocedamos a aquellos sacrificios de animales es algo pecaminoso. Retornar al judaísmo después del sacrificio del Señor Jesús en la cruz equivale a pecar voluntariamente. En cuanto a Dios concierne, no hay más ofrenda por el pecado, pues Su Hijo se ofreció a Sí mismo una vez y para siempre.
Pablo también dio a entender que si los cristianos hebreos retrocedían a ofrecer sacrificios de animales, Dios los juzgaría (He. 10:27). Que ellos retrocedieran hubiese sido equivalente a hacer común la sangre de Cristo. Pero esta sangre no es común, como lo es la sangre de un buey o de una oveja. En realidad, la sangre del sacrificio de animales no podía redimir, pero la sangre de Cristo sí puede redimir. Retornar al judaísmo y ofrecer la sangre de un buey o una oveja a manera de sacrificio por el pecado sería hacer común la sangre de Cristo, lo cual provocaría el juicio de Dios.
No ultrajar al Espíritu de gracia
Además de esto, retornar al judaísmo y a los sacrificios de animales constituiría una especie de desobediencia al Espíritu que mora en nuestro interior. En el versículo 29 Pablo habló de ultrajar el Espíritu de gracia. Retornar al judaísmo sería un insulto contra el Espíritu de gracia. Este pasaje de la Palabra nos muestra que una vez que hemos disfrutado del camino neotestamentario, habiendo sido hechos partícipes del mismo, tenemos que disfrutarlo al máximo. No debemos retornar al viejo camino, esto es, al viejo pacto. Retornar a ese viejo camino constituye un pecado para el Señor y trae Su juicio sobre nosotros. Retornar a ese viejo camino sería hacer de la sangre del Señor algo común y constituiría una especie de desobediencia al Espíritu que mora dentro de nosotros.
EL CAMINO DE LA FE
Ahora abordaremos la quinta sección del libro, la cual comienza con el capítulo 11. En esta sección Pablo nos muestra el camino de la fe. A medida que avancemos con el Señor, tenemos que tomar la fe como nuestro camino. En nuestro camino tendremos una gran nube de testigos que nos rodea. El camino de la fe es un camino prevaleciente. Aquí tenemos al Señor Jesús como el Autor y Consumador de nuestra fe. Todos tenemos que fijar nuestra mirada en Él. No debemos estar preocupados por las situaciones que nos rodean. Nosotros simplemente ponemos nuestros ojos en el Señor Jesús como el camino que tenemos para avanzar. Si no miramos al Señor Jesús como nuestro camino, sufriremos cierta pérdida y cierto sufrimiento. Puesto que recibimos un reino inconmovible, tenemos que echar mano de la gracia a fin de avanzar de manera positiva. No debemos turbarnos con situaciones o circunstancias difíciles. Avancemos por fe. El Señor Jesús es tanto el Pionero como el Perfeccionador de nuestra fe. Nosotros simplemente fijamos nuestra mirada en Él. Así somos fortalecidos para seguir hacia delante.
CORRER LA CARRERA
El capítulo 12 nos muestra que debemos despojarnos de todo peso y correr la carrera. Si uno se cae mientras corre una carrera, sencillamente debe levantarse y continuar corriendo. No necesita retroceder a los comienzos, sino que simplemente deberá comenzar a correr desde donde cayó. Ningún corredor que se cae en el curso de una carrera sería tan tonto como para regresar al inicio para comenzar de nuevo. Más bien, él se levantará de donde cayó y continuará corriendo la carrera.
No obstante, son muchos los cristianos que hacen esto. Todos los años, cuando llega el tiempo de algún avivamiento, ellos retornan al inicio y se arrepienten una vez más. No es necesario que ellos hagan eso. Únicamente tienen que levantarse de donde cayeron y correr la carrera para el reino.
Si no obedecemos al Señor y avanzamos, tenemos que comprender que nuestro Dios es fuego consumidor (12:29). Si rehusamos a tomar la gracia y a avanzar, ciertamente Dios un día ejecutará cierto juicio sobre nosotros. Esto no quiere decir que sufriremos la perdición eterna, sino que sufriremos algo.
Debemos ver que tenemos a este Cristo maravilloso, quien es superior a todo lo demás. Él es superior a los ángeles, a Moisés y Josué, a Aarón y los sacerdotes, y al viejo pacto. Además, tenemos un camino prevaleciente por el que podemos avanzar, el cual es el camino de la fe. Tenemos que avanzar a fin de disfrutar a Cristo y tomar el camino victorioso. Con el tiempo, tendremos el pleno disfrute de Cristo que consumará en el reino. Sin embargo, si no avanzamos para disfrutar a Cristo de una manera tan maravillosa, perderemos algo y sufriremos algo. Todos estos puntos en Hebreos representan el desarrollo de las semillas sembradas en el libro de Mateo con respecto al reino.