Estudio-vida de 1 Tesalonicenses, Mensaje 15

ESTUDIO-VIDA DE 1 TESALONICENSES

MENSAJE QUINCE

UNA EXHORTACIÓN CON RESPECTO A
LLEVAR UNA VIDA SANTA PARA LA VIDA DE IGLESIA

Lectura bíblica: 1 Ts. 4:1-12

La epístola de 1 Tesalonicenses fue escrita a nuevos creyentes, a personas que llevaban menos de un año en el Señor. Ésta es la razón por la cual en los primeros tres capítulos de este libro no encontramos nada que se compare con lo revelado en Romanos, Efesios o Gálatas. Pablo permaneció con los tesalonicenses durante aproximadamente un mes. Durante ese breve periodo, él no tuvo oportunidad de abarcar muchas verdades profundas. Es por eso que en 3:10 él expresó su deseo de visitar a los tesalonicenses y completar lo que faltaba a su fe. Sin duda, a estos nuevos creyentes les faltaban muchos de los aspectos de la fe que se revelan en Romanos, Efesios y Gálatas. Por lo tanto, Pablo quería visitarles de nuevo para poderles ministrar todo el contenido de la fe, a fin de que su fe aumentara y fuera completada, perfeccionada.

Todos necesitamos tener una visión amplia de la economía de Dios. Una vez que veamos tal visión, creeremos espontáneamente en lo que hemos visto. Después de ver la visión, no podremos más que creer. El creer proviene de esta clase de visión espiritual. Los escritos de Pablo nos llevan a hacer un recorrido en el que se nos muestran las cosas celestiales y espirituales acerca de Cristo, y lo que Él logró, alcanzó y obtuvo. Cuanto más veamos acerca de esto, más profunda será la impresión que recibimos, y más fe tendremos. Comprobaremos que simplemente es imposible no creer.

Hemos recalcado el hecho de que 1 Tesalonicenses está dirigido a principiantes, a nuevos creyentes. Los que cuidan de los jóvenes o de los nuevos creyentes encontrarán en este libro instrucciones como principios generales a seguir. Si siguen estos principios y estas instrucciones, establecerán un buen fundamento en su labor con nuevos creyentes.

UNA PALABRA DE ADVERTENCIA

En este mensaje llegamos al capítulo cuatro de 1 Tesalonicenses. En el capítulo uno vemos la estructura y el origen de una vida santa para la vida de iglesia; en el capítulo dos, vemos la manera en que se fomenta el desarrollo de esta vida; y en el capítulo tres, vemos la confirmación de los tres elementos que componen la estructura básica de esta vida. Después de haber abarcado estos asuntos, en el capítulo cuatro Pablo vacuna a los creyentes contra el germen que más daño ocasiona a la vida de iglesia, el germen de la fornicación.

La fornicación tiene su origen en la concupiscencia. La gente nunca tendría ocasión para satisfacer su concupiscencia si no tuviera algún tipo de vida social. La vida social es un hervidero de fornicaciones. Una persona que no tiene una vida social no corre el peligro de caer en fornicación. Si usted vive solo y tiene poco contacto con otras personas, es muy dudoso que caiga en fornicación. Pero la vida de iglesia es una vida de reuniones, una vida comunal. Se podría decir que la vida de iglesia es una vida social. Si queremos practicar la vida de iglesia, no podemos evitar tener una vida comunal, una vida social, en la que tenemos mucho contacto unos con otros.

Según la historia, el problema de la fornicación ha surgido una y otra vez en una iglesia tras otra. Los hechos demuestran que en particular son los obreros cristianos quienes a menudo se ven enredados en la fornicación, debido a que se ven obligados a relacionarse mucho con la gente. Además, la fornicación ha sido el factor que más ha ocasionado daño a los que participan en el movimiento pentecostal. En ciertos lugares, este movimiento se ha debilitado a causa del pecado de la fornicación.

En 4:3 Pablo dice: “Pues ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os abstengáis de fornicación”. La voluntad de Dios es que Su pueblo redimido, los que creen en Cristo, lleven una vida de santidad conforme a Su naturaleza santa, una vida completamente separada de todo lo que no sea Él. Con este propósito, Él nos santifica por completo (5:23).

En la época de Pablo, tanto en Corinto como en Tesalónica, la sensualidad y la inmoralidad abundaban en las religiones paganas e incluso eran promovidas por la adoración pagana. El hombre fue creado para expresar a Dios (Gn. 1:26). En detrimento de este propósito, nada arruina más al hombre que la fornicación, ya que impide que el hombre sea santo, apartado para Dios, y lo contamina por completo, de modo que éste no pueda cumplir el propósito santo de Dios. Por lo tanto, el apóstol exhorta enfáticamente a los recién convertidos creyentes gentiles, a que ellos, mediante la santificación que es para con Dios, se abstengan de la fornicación, que es el pecado más grave a los ojos de Dios, a fin de que evitaran el daño y contaminación que ella trae.

Aquí, en 1 Tesalonicenses 4, Pablo nos da una advertencia en cuanto a la fornicación. Él también, en 1 Corintios, habló abiertamente en contra de la fornicación. Debido a que había tantos casos de inmoralidad en Corinto y en Tesalónica, Pablo se dio cuenta de que además de fomentar el crecimiento de los santos de Tesalónica y confirmarlos, era necesario advertirles acerca del pecado de la fornicación. Ahora podemos entender por qué en un libro dirigido a nuevos creyentes, Pablo consideró necesario hablar de la fornicación. Él quería que los santos de esa perversa ciudad estuvieran advertidos del peligro. Como la iglesia en semejante lugar, ellos necesitaban recibir una advertencia en cuanto a la fornicación.

En 1 Corintios 16:20 Pablo dice: “Saludaos los unos a los otros con ósculo santo”. Pablo no prohibió a los corintios tener contacto unos con otros, pues esto habría sido inhumano. Sin embargo, Pablo les encargó que se saludaran unos a otros con un ósculo santo. Estas palabras fueron escritas sobre el trasfondo de la situación oscura que imperaba en Corinto. Conforme al mismo principio, en 1 Tesalonicenses 4 él abordó el tema de la fornicación a causa de la condición de Tesalónica. Esta nueva iglesia había sido levantada en un entorno inmoral y perverso. Puesto que Pablo sabía que sería difícil que la iglesia en aquella ciudad evitara problemas relacionados con la fornicación, él les dio una advertencia respecto de ello.

Hoy nosotros también necesitamos esta advertencia. En Estados Unidos y en Europa, los varones y mujeres se relacionan prácticamente sin restricción alguna. Debido a esta situación, es fácil que la gente caiga en fornicación. Para que las iglesias puedan continuar existiendo en estas regiones, es necesario dar advertencias en contra de la fornicación.

Al leer 4:1-12, notamos que Pablo usa un tono de advertencia. Su tono en esta sección es distinto del que encontramos en los primeros tres capítulos. Después de que Pablo termina su tarea en torno a fomentar el desarrollo de una vida santa para la vida de iglesia y después confirmarla, cambia su tono. La primera advertencia que él da tiene que ver con la fornicación. Como veremos, es en su advertencia referente a la fornicación que Pablo introduce el maravilloso tema de la santificación.

LA SANTIFICACIÓN EN CONTRASTE
CON LA FORNICACIÓN

En 4:1 Pablo dice: “Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que, según lo que de nosotros habéis recibido acerca del modo en que debéis andar y agradar a Dios, como en efecto andáis, así abundéis más y más”. En el versículo 3 Pablo dice que la voluntad de Dios es nuestra santificación. Esta santificación está en contraste con la fornicación. Para tener un andar que agrade a Dios, debemos ser santificados.

Nada perjudica más a un creyente que la fornicación. Según lo que Pablo dice en 1 Corintios 6, la fornicación arruina el cuerpo de una persona. Tal vez otros pecados no nos dañen subjetivamente, pero la fornicación arruina nuestro cuerpo, contamina todo nuestro ser y nos hace absolutamente impíos. Además, el enemigo de Dios usa la fornicación para arruinar al hombre que Dios creó para el cumplimiento de Su propósito. Por lo tanto, la fornicación tiene que ser desechada completamente. Es por eso que Pablo dice en 4:3: “Que os abstengáis de la fornicación”. La palabra “abstengáis” es muy enfática, e indica que debemos huir de la fornicación. La voluntad de Dios es que nos apartemos completamente para Él y seamos plenamente santificados para el cumplimiento de Su propósito. Esto exige que nos abstengamos de la fornicación.

En los versículos 4 y 5 Pablo añade: “Que cada uno de vosotros sepa poseer su propio vaso en santificación y honor; no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios”. Poseer nuestro propio vaso significa guardarlo o preservarlo. Con respecto a la interpretación de la palabra “vaso” en este versículo, hay dos escuelas: una sostiene que el vaso denota el cuerpo del hombre, como en 2 Corintios 4:7, y la otra, que se refiere a la esposa del hombre, como en 1 Pedro 3:7. El contexto de este versículo y del versículo siguiente, donde encontramos frases como “cada uno de vosotros”, “en santificación y honor”, y en particular la expresión “no en pasión de concupiscencia”, justifica la interpretación de la primera escuela, pero no la de la segunda. Aquí el apóstol consideró el cuerpo del hombre su vaso, así como David lo hizo en 1 Samuel 21:5. En lo tocante al uso del cuerpo, tanto Pablo como David consideraban que el cuerpo del hombre era su vaso. Guardar o preservar el vaso del hombre en santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, es la salvaguarda en contra de la fornicación.

La santificación se refiere mayormente a una condición santa delante de Dios; el honor, a una postura respetable delante del hombre. El hombre fue creado en una condición elevada, para el propósito de Dios, y el matrimonio fue ordenado por Dios para la propagación del hombre con miras al cumplimiento de Su propósito. Por lo tanto, el matrimonio debe ser honroso (He. 13:4). Abstenerse de la fornicación no sólo tiene como fin permanecer en una condición santificada delante de Dios, sino también mantener y guardar una posición de honor delante del hombre. Siempre que alguien cae en la fornicación, se contamina, y su santificación queda anulada. Además, pierde su honor delante de los hombres. Ni siquiera los incrédulos sienten respeto por quienes cometen fornicación. Por lo tanto, debemos saber poseer, guardar, preservar, nuestro propio cuerpo en santificación para con Dios y en honor delante de los hombres. Debemos ser personas que han sido santificadas para Dios y que son honrosas a los ojos de los hombres. Si queremos ser tales personas, es preciso que nos abstengamos absolutamente de la fornicación y no despertemos ninguna sospecha en este asunto.

Según el versículo 5, no debemos poseer nuestro cuerpo en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios. No conocer a Dios es la razón básica por la que la gente se entrega a la pasión de la concupiscencia.

En el versículo 6 Pablo añade: “Que ninguno se propase y tome ventaja de su hermano en este asunto; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y solemnemente prevenido”. Las palabras griegas traducidas “se propase” significa sobrepasar los límites, es decir, extralimitarse, transgredir, ir más allá de lo debido. La frase “se propase … de su hermano” se refiere a cometer adulterio con la esposa de un hermano. En griego las palabras “tome ventaja” significa también sacar provecho, por ende, defraudar. Cuando Pablo dice “en este asunto”, se refiere al asunto de la fornicación, mencionado en el versículo 3. En el versículo 6 Pablo también dice que el Señor es vengador de todo esto, es decir, de cosas tales como el extralimitarse y aprovecharse otros. El Señor juzga a los fornicarios y adúlteros como un vengador, como uno que castiga, que administra justicia.

La fornicación siempre sobrepasa las reglas de la relación matrimonial. La relación entre el hombre y la mujer fue ordenada por Dios. El matrimonio es un asunto santo que fue ordenado por Dios y que está bajo Su estricta regulación. Por lo tanto, el contacto entre el hombre y la mujer debe ser conforme a las reglas establecidas por Dios. De lo contrario, se puede incurrir en alguna especie de transgresión, de extralimitación, que quebranta las normas de Dios.

En el versículo 7 Pablo dice: “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino en santificación”. La preposición griega traducida “a” en este versículo, epi, significa sobre o sobre la base de. La “inmundicia” referida en este versículo denota cosas inmundas tales como la fornicación y el adulterio. Algunos maestros dicen que el versículo 6 está hablando de tomar ventaja de un hermano en los negocios. Sin embargo, esto no concuerda con el contexto de esta sección, que comienza en el versículo 3 con la exhortación de abstenerse de la fornicación. De hecho, el versículo 7 es la conclusión de esta exhortación.

La exhortación que hace el apóstol con respecto a abstenernos de fornicación, es basada en la santificación (v. 3), es fortalecida por la santificación (v. 4) y concluye aquí con la santificación, porque la fornicación, como lo más inmundo, destruye la posición y el carácter santos de los santos, aquellos que han sido llamados por Dios.

Dios no nos ha llamado sobre la base de la inmundicia, sino que nos ha llamado en santificación. Esto indica que debemos permanecer siempre en santificación. El llamamiento de Dios no tiene nada que ver con la inmundicia. Su llamado es en santificación, y esta santificación es contraria a la fornicación.

El versículo 8 dice: “Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también os da Su Espíritu Santo”. Este versículo concluye la sección que comienza en el versículo 3. La palabra “desecha” aquí se refiere a la exhortación dada en los versículos anteriores. Aquí Pablo parecía decir: “Os he dado una advertencia. Si la desecháis, no me desecháis a mí, sino a Dios, quien os ha dado Su Espíritu Santo”. Aquí el Espíritu Santo que Dios nos dio es el Santo, quien nos santifica y nos hace santos delante de Dios (Ro. 15:16; 1 P. 1:2; 1 Co. 6:11).

La voluntad (v. 3), el llamamiento (v. 7) y el Espíritu de Dios, tienen como fin nuestra santificación. Dios primero tuvo Su voluntad; luego, nos llamó, y después nos dio Su Espíritu Santo. Por medio de Su Espíritu podemos ser santificados para responder a Su llamado y cumplir Su voluntad.

Dios nos ha dado Su Espíritu Santo con el fin de santificarnos, hacernos santos, apartarnos para Dios y Su propósito. Así que, este Espíritu Santo se mueve, opera y actúa constantemente dentro de nosotros con un propósito. Si caemos en fornicación, desechamos al Espíritu que mora en nosotros y opera dentro de nosotros con el fin de santificarnos para Dios. Esto es lo que Pablo quería decir aquí, en este versículo que concluye la sección en la que se hace un contraste entre la santificación y la fornicación.

Espero que esta advertencia de Pablo quede grabada en todos nosotros, especialmente en los jóvenes. La era en que vivimos ciertamente no es mejor que la era en que vivió Pablo. Aun más, las ciudades donde vivimos hoy no son mejores que Corinto o Tesalónica. Al contrario, tanto la era como las ciudades en que vivimos bien pueden ser peores. Por lo tanto, necesitamos esta advertencia en la que se nos muestra el contraste entre la santificación y la fornicación.

EL AMOR FRATERNAL

En los versículos 9 y 10 Pablo exhorta a los creyentes respecto al amor fraternal: “Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque de Dios vosotros mismos habéis sido enseñados cómo habéis de amaros unos a otros; y también lo hacéis así como todos los hermanos que están por toda Macedonia. Pero os exhortamos, hermanos, a que abundéis en ello más y más”. Las palabras “amor fraternal” son una traducción de la palabra griega filadelfía, que se compone de filéo, que quiere decir amar, y adelfós, que significa hermano. Aquí Pablo reitera lo que dijo en 3:12 respecto al amor: “Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también nosotros para con vosotros”. Este énfasis en el amor indica que el amor es un factor vital en la vida cristiana. Según Gálatas 5:14 y Romanos 13:10, el cumplimiento de la ley es el amor. Si amamos a los demás, ciertamente no cometeremos fornicación, no hurtaremos, ni mentiremos.

ANDAR HONESTAMENTE

En 4:11 y 12 Pablo habla de un andar honesto: “Y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros propios asuntos, y trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos mandado, a fin de que andéis honestamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada”. En el versículo 11 Pablo nos da una exhortación positiva: “procuréis tener tranquilidad”. Es extremadamente difícil para una persona habladora, quedarse callada. Si tal persona pudiera quedarse callada por media hora, eso sería una victoria.

Lo que arruina más la vida de iglesia es la fornicación, después de esto, los celos, y en tercer lugar, las personas entrometidas. Una persona entrometida quiere ser todo para todos cuando en realidad no sirve para mucho. Por lo tanto, Pablo manda a los entrometidos a procurar tener tranquilidad. Esto significa que ellos deben procurar aquietarse. Ciertamente yo animaría a los santos a tener más comunión. Pero aquellos que son entrometidos deben procurar ser menos activos y más calmados. No deben procurar ser el “centro de información” de la iglesia ni tratar de averiguar los asuntos de los demás. En vez de ello, como dice Pablo, deben ocuparse de sus propios asuntos. Tal vez deberían pasar más tiempo limpiando su casa o poniendo sus propias cosas en orden. Deberían evitar esa clase de activismo que perjudica la vida de iglesia.

Los que se interesan demasiado por los asuntos de los demás deben procurar tener tranquilidad y ocuparse de sus propios asuntos. Sin embargo, a aquellos que no demuestran interés por los demás e invierten demasiado tiempo en sus propios asuntos, más bien se les debe decir que dediquen más tiempo al cuidado de los demás y que lo hagan de una manera apropiada. En este asunto, todos necesitamos ser equilibrados debido a que nacimos con diferentes temperamentos.

En el versículo 12 Pablo nos manda que andemos honestamente. No debemos andar de un modo que sea extraño o peculiar. A los ojos de los demás, nuestro andar debe ser muy honesto.

Hoy a los jóvenes les gusta ser peculiares. Algunos incluso piensan que cuanto más peculiares sean, mejor. Puesto que son peculiares, atraen la atención de los demás. Nosotros, sin embargo, debemos conducirnos de una manera que sea normal, honesta y común. Sin embargo, al hacerlo, no debemos seguir ningún código ni reglamento. Estoy seguro de que si deseamos amar al Señor, vivirlo y andar conforme al anhelo de Su corazón, sentiremos, en lo profundo de nuestro ser, algo que nos exige ser normales y honestos en todo lo que hagamos. En la manera en que conducimos nuestro auto, en la manera en que nos peinamos y nos vestimos, y en todas las demás cosas, desearemos ser honestos.

Si nuestro comportamiento peculiar atrae la atención de los demás, no somos honestos. Debemos comportarnos apropiadamente y andar honestamente. En particular, debemos andar honestamente para con los de afuera, es decir, para con los extraños.

CUIDAR DE LOS NUEVOS CREYENTES

Cuanto más leemos 1 Tesalonicenses y examinamos su contenido, más nos damos cuenta de que esta epístola fue escrita para nuevos creyentes. La Primera Epístola a los Tesalonicenses es absolutamente diferente de Efesios. El libro de Efesios contiene muchas expresiones profundas: el misterio de Cristo, el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. En contraste, 1 Tesalonicenses no usa términos profundos. En esta epístola encontramos más bien algunas advertencias sencillas. Por ejemplo, se nos dice que la voluntad de Dios para nosotros es que seamos santificados. Ésta es una forma elemental de hablar. Otro ejemplo es la exhortación de Pablo en cuanto al amor fraternal. Él nos dice que hemos sido enseñados por Dios a amarnos los unos a los otros, y luego nos anima a abundar en este amor. Además, Pablo nos exhorta a procurar tener tranquilidad, a no ser entrometidos, a trabajar con nuestras manos y a ocuparnos en nuestros propios asuntos. Estas exhortaciones son elementales; con todo, son muy prácticas, y las necesitamos.

¿Por qué Pablo, en la exhortación que da en el capítulo cuatro, menciona solamente tres cosas? ¿Por qué habla únicamente de la santificación en contraste con la fornicación, del amor fraternal y de un andar honesto? La respuesta a estas preguntas es que si nos ocupamos de la santificación, del amor fraternal y de andar honestamente, seremos perfectos. Por consiguiente, debemos ocuparnos de nuestra santificación, de amar los demás y de andar de una manera apropiada y honesta.

La Primera Epístola a los Tesalonicenses es ciertamente un libro dirigido a nuevos creyentes. En esta epístola Pablo se ocupa de las necesidades de estos principiantes de una manera muy práctica. Sin embargo, esto no significa que los nuevos creyentes no necesiten libros como Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses y Hebreos. Sin duda alguna necesitan estos libros. Pero, puesto que son jóvenes en el Señor, ellos primero necesitan algo sencillo y práctico. Es por eso que Pablo escribió 1 Tesalonicenses como lo hizo. Él sabía que los creyentes llevaban menos de un año en el Señor y, por consiguiente, les escribió de una manera muy práctica. Espero que todos nosotros sigamos el ejemplo de Pablo y adoptemos la manera en que él cuidó de los santos más jóvenes y de los nuevos creyentes.

Estudio-vida de Éxodo, Mensaje 30

ESTUDIO-VIDA DE ÉXODO

MENSAJE TREINTA

LA EXPERIENCIA DE ISRAEL EN MARA

Lectura bíblica: Ex. 15:22-26; Ro. 6:4; 1 P. 2:24; 1 Co. 2:2b; Fil. 3:10; Sal. 103:3; Mt. 8:17; 9:12

Mencionamos que Exodo es un libro lleno de cuadros que describen la salvación de Dios como lo revela el Nuevo Testamento. Esta salvación es espiritual, misteriosa y se relaciona con la vida divina. Sin los cuadros del libro de Exodo, nos sería difícil comprender del significado de la salvación de Dios. Por lo tanto, en Su sabiduría, Dios usa los cuadros presentados en Exodo para representar Su salvación.

El cruce del mar Rojo marcó la consumación de la primera etapa de la salvación de Dios para Su pueblo escogido. Esta etapa incluye tres cosas: la Pascua, el éxodo, y el cruce del mar Rojo. La Pascua está relacionada con el juicio de Dios. Mediante el disfrute del cordero pascual, Su pueblo fue salvo del juicio de Dios. El éxodo está relacionado con la tiranía de Faraón y con el cautiverio en Egipto. El pueblo de Dios no estaba solamente bajo Su juicio, sino también bajo la tiranía de Faraón. Por esta razón, necesitaban la Pascua y también el éxodo. Por medio del éxodo, el pueblo fue liberado de la tiranía de Faraón y del cautiverio egipcio. El cruce del mar Rojo está relacionado con la destrucción del ejército egipcio, que pereció en las aguas del mar. Mediante estos tres aspectos de la salvación de Dios, los hijos de Israel fueron salvos del juicio de Dios, de la tiranía de Faraón, y del ejército egipcio.

Hemos visto que el cruce del mar Rojo representa el bautismo. 1 Corintios 10:2 afirma que los hijos de Israel “todos para con Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar. Por lo tanto, el cruce del mar Rojo tipificaba plenamente el bautismo en el Nuevo Testamento. Según Romanos 6:4 el bautismo introduce a los creyentes en la resurrección. En el bautismo, somos colocados en la muerte de Cristo y sepultados juntamente con El. De esta manera, somos resucitados en Cristo y con Cristo. Como resultado, “caminamos en novedad de vida” (Ro. 6:4), es decir, en la vida de resurrección. Todos aquellos que fueron bautizados en Cristo deben andar en resurrección. Estar en resurrección significa estar en otra esfera, en una esfera que va más allá de la muerte. Así como el mar Rojo constituía la línea de separación entre Egipto y el desierto, también la muerte de Cristo tipificada por el bautismo es la línea de separación entre la vieja esfera y la esfera de la resurrección. El bautismo nos separa del mundo y nos introduce en la esfera de la resurrección.

I. DESDE EL MAR ROJO, VIAJARON TRES DIAS
POR EL DESIERTO DE SHUR

Según Exodo 15:22 “E hizo Moisés que partiese Israel del mar Rojo y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto”. En los escritos de Moisés, el desierto tiene un significado positivo y también negativo. No obstante, la mayoría de los cristianos solamente han oído que tiene un significado negativo. Muchos lectores de Exodo pueden sorprenderse al escuchar que el desierto en este versículo significa la resurrección. Si queremos entender eso correctamente, necesitamos el conocimiento adecuado de la Biblia y también algo de experiencia espiritual.

El mar Rojo fue creado por Dios como un bautisterio para los hijos de Israel. Esto significa que aún en Su creación, Dios hizo algunos preparativos para representar la salvación de Su pueblo. Los lugares geográficos representan cosas espirituales. Africa se encuentra al lado occidental del mar Rojo, y Asia al lado oriental. La palabra Shur significa una pared y el nombre Migdol mencionado en 14:2, significa una fortaleza. Según algunos historiadores, había una pared de separación que protegía a Egipto, una pared que empezaba en el mar Mediterráneo y terminaba en Shur. Después de haber cruzado el mar Rojo, los hijos de Israel viajaron tres días por el desierto de Shur (15:22). La columna de nube les condujo hacia el sur, hacia Mara.

Si deseamos conocer el significado espiritual de estos datos geográficos, debemos considerar esta porción de la palabra según la revelación del Nuevo Testamento y también según nuestra experiencia. Hemos señalado que el bautismo introduce a los creyentes en la resurrección. También que el mar Rojo era el bautisterio en el cual los hijos de Israel fueron bautizados. Por tanto, después de ser bautizados en el mar Rojo, fueron introducidos en resurrección. Según Exodo 3:18 y 5:1, Moisés le pidió a Faraón que dejara ir a los hijos de Israel para que viajaran tres días por el desierto y que allí presentaran un sacrificio al Señor Su Dios y le celebraran a El. Este viaje de tres días representa la resurrección. Esto significa que en resurrección el pueblo de Dios fue separado de Egipto. Por ende, el desierto es una esfera de separación.

Ahora debemos continuar para ver que el desierto también representa la esfera de la resurrección. Decimos esto conforme a la revelación del Nuevo Testamento acerca del bautismo y también conforme a nuestra experiencia. El bautismo nos lleva a la resurrección. En cuanto un creyente es bautizado, él siente que ha sido sacado de la vieja esfera y puesto en una nueva esfera, la esfera de la resurrección. Romanos 6:4 afirma que, al ser bautizados en Cristo, debemos andar en novedad de vida. Sin lugar a dudas, andar en novedad de vida significa vivir en la esfera de la resurrección. Según la tipología de Exodo, esta esfera es el desierto de Shur. Por tanto, el desierto de Shur tipifica la esfera de la resurrección. Como hemos visto, también representa una esfera de separación. Cuando los hijos de Israel entraron en esta esfera, fueron separados de Egipto, tanto por el mar Rojo como por la pared.

Vemos en 15:22 que los hijos de Israel “fueron por el desierto durante tres días”. Puesto que tres es el número de resurrección, esto significa que caminaron en resurrección, es decir, en novedad de vida. Es significativo que el viaje desde el mar Rojo hasta Mara era exactamente tres días y no dos, ni cuatro, ni siquiera tres días y medio. Según una nota en el texto de la versión ampliada, la distancia desde el mar Rojo hasta Mara era de aproximadamente cuarenta y nueve kiómetros. Indudablemente los hijos de Israel pudieron haber caminado esta distancia en menos de tres días. Debemos creer que el paso de su viaje se encontraba bajo la dirección y el control soberano de Dios. El hecho de que viajaran durante tres días describe el caminar en resurrección. Cuando los hijos de Israel estaban en el desierto, ciertamente caminaron de una manera distinta de la manera en que caminaban en Goshen. En Goshen, no tenían la columna de nube, pero en el desierto caminaban conforme a la guíanza de esta columna. Eran conducidos por la presencia del Señor a caminar de una manera nueva.

Tal vez se pregunte por qué la Biblia usa el desierto para representar la resurrección, pues nosotros no estamos acostumbrados a pensar que la resurrección es tipificada por un desierto. Para aquellos que han sido bautizados en Cristo, la resurrección no es un desierto. Pero es un desierto a los ojos de la gente mundana. Después de nuestro bautismo, nuestros parientes y amigos quizás hayan pensado que hemos entrado en alguna clase de desierto. Antes de ser bautizados, estábamos en Egipto disfrutando de los “ajos”, “puerros” y “cebollas”, y nuestros parientes y amigos estaban contentos con nosotros. Pero al creer en el Señor Jesús y al ser bautizados, fuimos introducidos en una nueva esfera, la cual nuestros parientes y amigos consideraban ser un desierto. Pero a los ojos de Dios, este desierto en realidad es una esfera de resurrección. Si tenemos la visión celestial, nos daremos cuenta de que la esfera en la cual hemos entrado por el bautismo no es un desierto, sino una esfera de separación y de resurrección. En esta esfera, andamos en resurrección conforme a la guíanza del Señor. ¡Alabado sea el Señor porque en Su creación, Dios ha preparado aún lugares geográficos para presentar un cuadro de Su salvación!

En Exodo 12:37, vemos que los hijos de Israel viajaron desde Ramesés hasta Sucot. Al salir de Sucot, finalmente acamparon entre Migdol y el mar (14:2). Dios no condujo a su pueblo “por el camino de la tierra de los filisteos, que estaba cerca” (13:17). Aunque ese era el camino habitual que tomaba la gente para viajar de Egipto a Canaán, Dios condujo a Su pueblo hacia el sur, y luego los llevó hasta el mar Rojo para que fuesen bautizados allí. A los ojos de Faraón, los hijos de Israel eran insensatos porque tomaron este camino. El pensaba que estaban atrapados cerca del mar y no podrían escaparse. A los ojos del hombre, la manera en que Dios hace las cosas es una locura. No obstante, Dios había planeado llevar a Su pueblo a través del mar Rojo hasta el desierto de Shur. Además, después de llevarlos a través del mar, El no los llevó hacia el norte conforme a la geografía.Con todo propósito El los condujo hacia el sur en un viaje de tres días hasta Mara.

II. NO HAY AGUA EN EL CAMINO NATURAL

Vemos en Exodo 15:22 que durante este viaje de tres días por el desierto, los hijos de Israel no encontraron agua. Esto significa que en la esfera de la resurrección, no hay agua natural, ho hay ningún suministro natural. Después de ser bautizados e introducidos en la esfera de la resurrección, tal vez esperemos recibir cierta clase de ayuda, la ayuda que procede del agua natural. Antes de ser salvos, y cuando vivíamos en la vieja esfera del mundo, teníamos un suministro abundante de aguas naturales procedente del Nilo. Pero en la esfera de la resurrección, esta agua no existe.

III. LAS AGUAS DE MARA

Dios guió al pueblo hasta Mara, que significa amargura. Exodo 15:23 dice: “Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara”. El hecho de que Dios llevara a Su pueblo hasta Mara indica que mientras caminamos en la esfera de la resurrección, Dios nos conducirá a un lugar de amargura, a Mara. La columna de nube condujo al pueblo hasta un lugar donde había agua, pero estas aguas eran amargas. Cuando el pueblo descubrió que las aguas eran amargas, “murmuraron contra Moisés y dijeron: ¿Qué hemos de beber?” (v. 24). Tal como los hijos de Israel, nosotros también nos hemos quejado, hemos murmurado acerca de nuestras circunstancias amargas. A menudo hemos dicho en tono de queja: “¿Qué haré? ¿qué beberemos? ¿qué clase de ayuda es ésta?” Si yo hubiese sido Moisés, le habría dicho al pueblo que no se quejaran conmigo. Les habría recordado que ellos fueron conducidos a ese lugar por la misma nube que los protegió de Faraón y de su ejército tres días antes. Pero como verdadero siervo del Señor, en lugar de luchar contra las murmuraciones y las quejas del pueblo, Moisés clamó al Señor (v. 25).

En respuesta a su clamor, el Señor le mostró un árbol (v. 25). Cuando Moisés echó el árbol en las aguas, éstas se endulzaron. 1 Pedro 2:24 indica que ese árbol significa la cruz de Cristo. Por tanto, el árbol que sanó a las aguas amargas denota la cruz sobre la cual fue crucificado el Señor. La cruz de Cristo, es la única que salva.

Este cuadro corresponde con nuestra experiencia espiritual. Después de ser bautizados y de empezar a caminar en novedad de vida, estamos perturbados porque no tenemos agua natural. Por un lado, nos parecemos al pueblo que se quejaba y murmuraba. Por otro, somos como Moisés que clama al Señor. Cuando clamamos al Señor en oración, El nos muestra la visión del Cristo crucificado. Debemos recibir la visión de la cruz. Al tener esta visión, aplicamos la cruz de Cristo a nuestra situación, e inmediatamente las aguas amargas se endulzan. Tengo la plena seguridad de que cualquiera que ha sido realmente bautizado en Cristo ha tenido esta clase de experiencia. Nuestras experiencias pueden ser distintas en grado, pero el principio y naturaleza son los mismos.

Según Romanos 6:4, andamos en la esfera de la resurrección, en novedad de vida, después de ser bautizados. Esta esfera es el verdadero desierto de Shur. Una esfera en la cual somos separados del mundo por la pared y por el mar. Mientras andamos en esta esfera, no tenemos ningún recurso natural, y nos enfrentamos a mucha amargura. Pero en resurrección, podemos experimentar la cruz de Cristo y llevar una vida crucificada. Al hacer esto, nuestra situación amarga se endulza.

El año pasado mi esposa y yo llegamos verdaderamente a Mara, una situación muy amarga. No obstante, por caminar en la esfera de la resurrección, pudimos experimentar la cruz del Señor Jesús y llevar una vida crucificada. Disfrutamos ricamente del árbol de sanidad que fue echado en la situación amarga. Este árbol endulzó las aguas amargas. Por esta razón, el año pasado dí varios mensajes acerca de la vida crucificada. Efectivamente, mi esposa y yo sufrimos de la amargura en nuestra situación. No obstante, finalmente disfrutamos de la dulzura porque el árbol de sanidad con la vida crucificada fue aplicado a nuestras circunstancias. Esta es la manera de experimentar y disfrutar la muerte de Cristo en la esfera de la resurrección.

Todo lo que experimentamos en la esfera de la resurrección es una experiencia de la misma. En el desierto de Shur, los hijos de Israel experimentaron la cruz de Cristo en la resurrección. Las aguas amargas de Mara fueron cambiadas en aguas dulces en la esfera del desierto. En el mismo principio, en la esfera de la resurrección, experimentamos la muerte de Cristo que cambia nuestra amargura en dulzura. Que el Señor nos dé más experiencias al respecto.

No experimentamos las aguas amargas de Mara de una vez y por todas. Mientras vivamos en la tierra, caminaremos en la esfera de la resurrección y llegaremos continuamente a Mara. La experiencia de los hijos de Israel en Mara muestra un principio, y no simplemente un incidente. Este principio es fundamental en nuestra vida cristiana. Mientras caminemos en la esfera de la resurrección, tendremos sed, y descubriremos que no hay agua natural para satisfacer nuestra necesidad. Sólo hay aguas de amargura. Cuando estamos en esta situación, debemos recibir la visión del árbol y luego aplicarlo a nuestras circunstancias. Este árbol sanará nuestra situación y cambiará las aguas amargas por aguas dulces.

IV. EL SEÑOR ES EL SANADOR

Inmediatamente después de que las aguas fueron endulzadas, el Señor dio al pueblo un estatuto y una ordenanza “Y ahí los probó” (v. 25). Luego El dijo: “Si oyereis atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hiciereis lo recto delante de sus ojos, y diereis oído a sus mandamientos, y guardareis todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a tí, porque soy Jehová, tu sanador” (Jehová Rotheka, v. 26). Cuando leí esta promesa por primera vez, no pude entender por qué se mencionaba inmediatamente después de la sanidad de las aguas amargas. Si consideramos esto a la luz de nuestra experiencia, nos daremos cuenta de que la cruz de Cristo no sólo sana nuestra situación amarga, sino que nos sana también a nosotros. Las aguas en nuestras circunstancias no son lo único amargo, nosotros mismos también somos amargos y necesitamos sanidad. Nuestro mismo yo es amargo. En otras palabras, el yo está enfermo. Estamos enfermos física, psicológica y también espiritualmente. Hay amargura en nuestro cuerpo, alma y espíritu.

Cuando me he encontrado en circunstancias amargas, a menudo el Señor me ha mostrado la cruz de Cristo. Me he dado cuenta que necesitaba tomar la cruz y llevar una vida crucificada. Esto me salvó de mi situación amarga, y mis circunstancias amargas fueron sanadas. No obstante, al mismo tiempo, el Señor me ha mostrado a menudo que hay amargura dentro de mí. Ví que había amargura en mi yo y también en mis circunstancias. También ví que había amargura en todo mi ser, mi espíritu, alma y cuerpo y que necesitaba aplicar la cruz de Cristo a cada aspecto de mi ser. Espiritual, psicológica y físicamente, necesitaba aplicar la cruz de Cristo. He experimentado continuamente la sanidad del Señor de esta manera. Mientras sanaba mi situación, yo era sanado interiormente. Tanto en mis circunstancias como en mi ser, la amargura fue cambiada en dulzura.

Tal vez piense que no tiene necesidad de ser sanado en su mente, parte emotiva o voluntad y mucho menos en su espíritu. Permítame decirle que todos tenemos problemas con estas partes de nuestro de ser. Seamos viejos o jóvenes, hombres o mujeres, estamos enfermos en nuestra mente, parte emotiva, y voluntad. Estamos enfermos aún en nuestro espíritu. Antes de ser salvo, mi voluntad no funcionaba adecuadamente. Cuando debía tomar alguna decisión, no lo hacía. Pero cuando no debía tomar decisiones de una manera particular, seguía adelante y la tomaba ¿Acaso no ha experimentado esto? Además nuestra parte emotiva quizás no estén equilibradas. Cuando estamos alegres, nos regocijamos sin control; cuando lloramos, lloramos sin restricción. Por tanto, necesitamos mucha sanidad. Nos damos cuenta de esto cada vez que el árbol de sanidad es echado en nuestras circunstancias amargas.

Mientras caminemos en la esfera de la resurrección, seremos conducidos a Mara continuamente. Cada vez que experimentamos el árbol de sanidad echado en nuestras circunstancias, espontáneamente nos damos cuenta de que algo en nuestro ser debe ser sanado. Tal vez sintamos la necesidad de sanidad en la mente, o nos demos cuenta de que nuestra voluntad debe ser ajustada, o veamos que nuestra parte emotiva deben estar equilibradas. En otras ocasiones, podemos ser conscientes de que nuestro espíritu está amargado hacia los demás y debe ser sanado.

Así como el Señor probó a los hijos de Israel en Mara, El usa nuestra experiencia de Su cruz en circunstancias amargas para probarnos. Al probarnos, El nos muestra donde estamos y lo que somos. El expone nuestros motivos, intenciones y deseos. No hay nada que nos pruebe más que la experiencia de la cruz. La experiencia de la cruz en circunstancias amargas nos prueba y expone cada aspecto de nuestro ser. Cuando estamos expuestos de esta manera debemos orar: “Señor, te necesito, y necesito más experiencia de la cruz. Debo poner el árbol no solamente en mis circunstancias, sino también en mi ser. Debo aplicar este árbol a mi mente, parte emotiva y voluntad. Debo aplicarlo a mi espíritu y a mi actitud hacia los demás”. El Señor nos sana por medio de esta aplicación de la cruz.

Esta clase de sanidad difiere mucho de las llamadas sanidades que se produce en las campañas de sanidad. He asistido a estas campañas, y ni una sola vez ví una sanidad verdadera. La verdadera sanidad se produce cuando recibimos la disciplina de la cruz. Somos sanados cuando somos sometidos y cuando prestamos atención a la voz de Dios, escuchamos Sus estatutos y obedecemos Sus mandamientos. Entonces la vida de resurrección de Cristo se convierte en nuestro poder de sanidad, y el Señor se convierte en nuestro sanador.

Mediante su obra de redención Cristo desea ser nuestro sanador. Hablando de sanidades cumplidas por el Señor Jesús, Mateo 8:17 dice: “Para que se cumpliese por medio del profeta Isaías cuando dijo: El mismo tomó nuestras debilidades, y llevó nuestras enfermedades”. Todas las sanidades llevadas a cabo en la humanidad caída son realizadas por medio de la redención del Señor. Mediante Su redención, el Señor es nuestro sanador. En Mateo 9:12, el Señor indica que El es nuestro médico: “Más hoy, al oír esto dijo: Los que están fuertes no tienen necesidad de médico sino los enfermos”. Como nuestro médico, El nos cuida no solamente físicamente sino también psicológica y espiritualmente. El puede sanar todo nuestro ser.

1 Pedro 2:24 dice: “Quien llevó El mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, a fin de que nosotros, habiendo muerto a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuistéis sanados”. Este versículo indica que la cruz es el árbol y que aquel que murió en la cruz es nuestro sanador. El fue crucificado para nuestra sanidad. Si deseamos experimentar Su sanidad, debemos identificarnos con Su crucifixión. Por ejemplo, supongamos que usted tiene problemas gástricos. Para ser sanado de esta enfermedad, usted necesita que su estómago se identifique con la cruz de Cristo. Si su estómago se identifica con la crucifixión de Cristo, el Cristo crucificado se convertirá en su sanador. El problema gástrico puede ser causado por el hecho de vivir conforme al yo. En su manera de comer, usted necesita la disciplina de la cruz. La cruz debe diciplinar al yo en cuanto a la comida. En el mismo principio, su mente puede estar enferma porque nunca ha sido diciplinada por la cruz, ni se ha identificado con la crucifixión de Cristo.

Puede pasar lo mismo con su espíritu. Posiblemente su espíritu no esté correcto ni puro. La causa de impureza y de la falta de rectitud es que su espíritu no ha sido tocado por la cruz de Cristo.

Algunos hermanos no han permitido que su actitud hacia sus esposas sea disciplinada por la cruz. Por esta razón, en su relación con sus esposas están enfermos. Por lo tanto, se necesita sanidad en la vida matrimonial. Esta sanidad viene solamente por la aplicación de la cruz de Cristo. Este principio debería ser aplicado a cada parte de nuestro ser.

La palabra del Señor en Exodo 15:26 indica que a Sus ojos, los hijos de Israel estaban enfermos y necesitaban sanidad. De otro modo, el Señor no hubiera usado el título: “Jehová tu sanador”. Como lo dijo el Señor Jesús, sólo aquellos que están enfermos necesitan un médico. El que los hijos de Israel necesitaran que Jehová fuese su sanador indica que estaban enfermos.

En la actualidad pasa lo mismo con nosotros. En ciertas partes de nuestro ser interior, seguimos enfermos y necesitamos la sanidad del Señor. Como mencionamos, el proceso de sanidad se produce cuando somos tocados por la cruz de Cristo. La única manera de ser tocados por la cruz consiste en recibir la visión del árbol y en echar este árbol en el lugar precisoo que necesita ser sanado. Si su mente esta amargada, eche el árbol en su mente. Si su actitud hacia cierta persona, cierta cosa es amarga, eche el árbol en su actitud. Haga eso con cada parte de su ser, y poco a poco será sanado. Cada vez que experimentemos la cruz de Cristo, nos daremos cuenta de una manera más profunda de nuestra necesidad de ser sanados por medio del toque de la cruz. Debemos identificarnos con la crucifixión de Cristo para aplicar Su cruz a cada parte de nuestro ser que esté amargada y enferma. Entonces todas estas partes serán sanadas. De esta manera, cada día y aún a cada hora, el Señor Jesús llega a ser nuestro sanador.

Cuanto más somos sanados por el Señor, más tenemos un oído que escucha Su voz, un corazón que guarda Sus estatutos, y tenemos la disposición de obedecerle. Si no somos sanados, permaneceremos rebeldes en todos los aspectos de nuestro ser. Nuestro ser natural está constituido de rebeldía, porque el elemento de la misma está en todas nuestras partes interiores. ¡Cuánto necesitamos ser sanados al ver la cruz y al aplicarla a nosotros! Debemos ver el árbol sobre el cual Cristo fue crucificado y luego aplicarlo a cada parte de nuestro ser. Debemos permitir que la cruz de Cristo llene nuestras partes interiores. Mientras se aplica la cruz a nuestro ser, nuestras partes interiores serán sanadas y sometidas. Entonces estas partes escucharán la voz del Señor, obedecerán Su Palabra, y guardarán Sus estatutos. Como resultado, esas partes se harán uno con el Señor de una manera práctica. Que todos experimentemos esta sanidad día tras día.

Búsqueda de la verdad de Hebreos del 2024 – Semana 36

Nivel 1 – Estudio Secuencial

Escritura: He. 12:11-24

Estudio-Vida de Hebreos:
E-V de Hebreos, mensaje 61

E-V de Hebreos, mensaje 62


Nivel 2 – Estudio Temático de Hebreos

Semana 36: Poner atención en cuanto a caer de la gracia de Dios, en el brote de amargura y en la fornicación y el ser profano

Escritura: He. 12:14-17

Lectura asignada
(E-V: Estudio-vida, E-C: Estudio-cristalización, CNT: Conclusión del Nuevo Testamento):
E-V de Hebreos, mensaje 52

Lectura suplementaria:
E-V de Éxodo, mensaje 30

E-V de 1 Tesalonicenses, mensaje 15

Versos de referencia para leer (Versión recobró):
He. 12:15nota “caer”

Versos para meditar, orar, memorizar y copiar:
He. 12:11-14

Himno sugerido:

Preguntas de estudio de nivel 2

  1. En él 12:15-16, ¿cuáles son los tres asuntos que debemos buscar cuidadosamente?
  2. ¿Qué significa alejarse de la gracia de Dios?
  3. ¿Cómo somos sanados de la amargura en la vida cristiana?
  4. ¿Qué significa en nuestra experiencia renunciar a nuestra propia primogenitura en una sola comida, como lo hizo Esaú, y por qué es esto profano?

Acceso a los materiales

Estudio-vida de Hebreos, Mensaje 62

ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE SESENTA Y DOS

LA VARA QUE REVERDECIÓ
(2)

Como dijimos en el mensaje anterior, son muy pocos los cristianos que prestan la debida atención a la vara que reverdeció mencionada en Hebreos 9:4. Esto se debe a que la vara que reverdeció sólo se puede entender por medio de la experiencia. Aunque podamos entender los diferentes tipos del tabernáculo, es difícil conocer su verdadero significado si no hemos tenido las debidas experiencias. En lo que se refiere a las experiencias que tenemos del tabernáculo, los escritos y mensajes de distintos maestros cristianos se concentran principalmente en el altar del holocausto. Pero si buscamos ir más allá del altar y proseguir hacia el Lugar Santo, nos daremos cuenta de que no muchos han tenido verdaderas experiencias que correspondan a ese lugar. A esto se debe que al cabo de tanto tiempo, los tres elementos que contenía el Arca del Lugar Santísimo sigan siendo un misterio. De hecho, son muy pocos los que han hablado de ellos. ¿Ha llegado a oír alguna vez un mensaje acerca del maná escondido, de la vara que reverdeció o de las tablas de la ley, los cuales estaban dentro del Arca? Esta deficiencia se debe únicamente a la falta de experiencia.

LA VARA QUE REVERDECIÓ
Y LA EDIFICACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS

La vara que reverdeció está relacionada con la edificación del pueblo de Dios. Si sólo contáramos con Hebreos 9:4, no podríamos ver este hecho. Pero si estudiamos el pasaje del Antiguo Testamento, donde por primera vez se menciona la vara que reverdeció, nos daremos cuenta de que esto estaba relacionado con la edificación del pueblo de Dios. En el mensaje anterior hicimos notar que Dios, para cumplir Su propósito, requería de un pueblo que fuera una sola entidad corporativa. En el Antiguo Testamento, este pueblo lo conformaban los hijos de Israel. Ellos eran al menos unos cuantos millones en número y tenían que ser edificados como una sola entidad. Como nos lo muestra la historia de Israel, los hijos de Israel siempre fueron tratados como una sola entidad. La Biblia no nos dice que ellos fueron salvos individualmente. Más bien, nos muestra que fueron salvos corporativamente. Ellos celebraron la Pascua juntos como una entidad corporativa, y cruzaron el mar Rojo de la misma manera. Moisés no cruzó el mar Rojo solo y luego Aarón unos días mas tarde. Incluso mientras vagaron por el desierto lo hicieron como un solo hombre, y no como un grupo de individuos, cada cual siguiendo su propio camino. Aún más, en medio de ellos estaba el tabernáculo, la morada única de Dios. No había varios tabernáculos de Dios, uno de propiedad de Moisés y otro de propiedad de Aarón. Simplemente había un solo tabernáculo el cual, como la morada única de Dios, era el centro para la edificación del pueblo de Dios. Como hemos visto, para que tantas personas pudieran ser edificadas como una sola entidad, se necesitaba el liderazgo. La vara que reverdeció está relacionada con este liderazgo y, por ende, tiene como objetivo la edificación del pueblo de Dios.

Coré, quien pertenecía a la tribu de Leví, la misma tribu a la que pertenecían Moisés y Aarón, se consideró igual a ellos. Coré posiblemente dijo: “Moisés y Aarón, vosotros sois hijos de Leví, y yo también. Por lo tanto, soy igual a ustedes”. Además de Coré, se mencionan también Datán y Abiram, que eran descendientes de Rubén, el hijo mayor de Jacob. Datán y Abiram probablemente pensaron que porque su tribu era la primera entre todas, ellos también deberían ser líderes. Estos tres hombres provocaron una gran rebelión. De acuerdo con Números 16:2, Coré, Datán y Abiram “se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta hombres de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, miembros del consejo, hombres de renombre”. Como vemos en Números 16, casi toda la congregación de Israel se rebeló contra Moisés y Aarón. Sin lugar a dudas, este caso de rebelión fue obra del enemigo para destruir la edificación del pueblo de Dios. Esto ciertamente impidió que los hijos de Israel pudieran avanzar hacia la meta de Dios. Menciono esto para mostrarles que la vara que reverdeció está relacionada con la edificación del pueblo de Dios.

La mayoría de los cristianos que han leído Hebreos 9, pasan por alto la vara que reverdeció porque entre ellos no hay edificación alguna. Quisiera hacer una pregunta a los que han sido cristianos por muchos años: “¿Han escuchado alguna vez un mensaje que diga que lo que Dios necesita hoy es la edificación de Su pueblo?”. Ciertamente no se escucha nada de esto en el cristianismo de hoy. Debido a que la mayoría de los cristianos no prestan la debida atención a la edificación, no muestran ningún interés por la vara que reverdeció. La mayoría de ellos sólo habla de la espiritualidad, los dones, la conducta y del hablar en lenguas, pero ¿a quién le preocupa la edificación del pueblo de Dios? Si el pueblo de Dios no es edificado Dios no puede cumplir Su propósito. Dios desea obtener un pueblo que haya sido edificado hasta formar una sola y única entidad. Ya que Cristo es la Cabeza, Él requiere del Cuerpo, y no de muchos miembros aislados. Además, lo que Dios necesita es una casa, no un montón de materiales. Esto es lo que Dios busca hoy. Si no nos interesa esto, no tenemos base alguna ni reunimos los requisitos para entender el significado de la vara que reverdeció. Si a usted no le interesa en lo más mínimo el propósito eterno de Dios, sino más bien las cosas del mundo, todo lo que hemos venido hablando en este mensaje serán meramente vanas palabrerías para usted.

Que el Señor tenga misericordia de nosotros y podamos ver que lo que Él está buscando hoy es la edificación. Lo que importa no es cuán espirituales o buenos seamos ni cuántos dones poseamos, sino si hemos sido verdaderamente edificados con el pueblo de Dios. Hoy en día hay mucha religiosidad y demasiados conceptos humanos, pero muy poca revelación divina. Si hemos de entender el significado de la vara que reverdeció, debemos tener una revelación celestial y divina acerca de la necesidad que Dios tiene hoy en día, a saber, que Su pueblo sea edificado. Lo que a Dios le interesa no es obtener un gran número de personas; Su mayor preocupación es si éstas han sido edificadas o no. Si estamos aquí por el propósito eterno de Dios, entonces debemos comprender que lo que Dios necesita hoy es la edificación.

Examinemos el tabernáculo. En el altar no vemos ninguna edificación. Todo lo que vemos allí es el sacrificio por la redención. Aunque ciertamente es maravilloso, no es la meta de Dios; es sólo el principio, no el final. Como ya hemos visto, las experiencias del tabernáculo comienzan en el altar y concluyen en el Arca. En el interior del Arca encontramos tres cosas: el maná escondido, la vara que reverdeció y las tablas de la ley. Así que en el altar no vemos nada relacionado con la edificación. Tampoco vemos ninguna edificación en el lavacro. El lavamiento del Espíritu vivificante, el cual se experimenta en el lavacro, tiene como objetivo la edificación pero no es la edificación misma.

Después del lavacro avanzamos a la mesa de los panes de la proposición, donde hay abundancia de alimento para nosotros. Pero comer no es un fin en sí mismo, pues también debe redundar en la edificación. El término maná escondido sólo aparece una vez en el Nuevo Testamento, en Apocalipsis 2:17, donde dice: “Al que venza, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca”. Este versículo muestra que al comer del maná escondido somos transformados en piedrecitas blancas. Comer del maná escondido nos transforma en piedras que Dios aprueba, y esta transformación tiene como fin la edificación de Dios. Finalmente, como dice Apocalipsis 3:12, los que comen son edificados hasta ser el templo de Dios. Esto nos muestra que el comer redunda en la edificación. Sin embargo, en la mesa de los panes de la proposición aún no vemos la edificación. Por consiguiente, no debemos detenernos allí, sino proseguir a nuestro destino.

De la mesa de los panes de la proposición avanzamos hacia el candelero, y de allí al altar del incienso. En ninguno de estos dos muebles vemos la edificación. Luego entramos al Lugar Santísimo, nos acercamos al Arca y encontramos en su interior la vara que reverdeció. ¿Por qué no encontramos la vara que reverdeció en el altar del holocausto? Porque si estuviera en ese altar, jamás tendríamos la experiencia del Arca. Si usted entra al Lugar Santísimo y experimenta el Arca, descubrirá que dentro de ella se encuentra un elemento básico: la vara que reverdeció. Después debemos aprender el significado de la vara, el cual está relacionado con la edificación de Dios. Si usted realmente busca del Señor, debe comprender que la meta de Dios es conducirlo a la vara que reverdeció, la cual se encuentra dentro del Arca que está en el Lugar Santísimo.

Como hemos visto, la vara que reverdeció nos muestra que el Cristo resucitado debe ser nuestra vida, nuestro vivir y la vida de resurrección en nosotros, y que esta vida debe reverdecer, florecer y producir almendras. ¿Está reverdeciendo el Cristo que mora en usted? No conteste que sí de forma doctrinal, sino conforme a su experiencia. ¿Está su Cristo reverdeciendo, floreciendo y llevando el fruto de la resurrección que son las almendras?

LA AMBICIÓN DE TENER UNA POSICIÓN

Recientemente, un hermano testificó que lo habían asignado a un grupo de servicio. Cuando se enteró que lo habían puesto en ese grupo en particular, se preguntó si allí estaría en primer o en último lugar. Cuando supo que no era el encargado de ese grupo, se sintió un poco desanimado. Ese testimonio me mostró que aún entre nosotros ambicionamos una posición. A todos les gusta ser el primero. Y no sólo ambicionamos llegar a cierta posición sino incluso escalar a una posición más alta. Así que, en el servicio de la iglesia, el que se encuentra en segundo lugar lucha por subir al primer lugar. Asimismo, los que están en primer lugar, temen perder su posición como líderes. Cuando supe de esto, algo dentro de mí dijo: “¿Acaso crees que todos los santos que están en el recobro del Señor son tan espirituales que nos les interesa tener una posición ni ascender? ¿Piensas que ellos sólo aman al Señor y no ambicionan nada en particular? Si piensas así eres demasiado espiritual. Aquí no hay tanta espiritualidad”. Aun entre nosotros está presente la ambición de tener una posición y el deseo de ser promovidos.

EL JUICIO DE DIOS SOBRE LA REBELIÓN

La ambición, además de no producir nada bueno, trae como consecuencia el juicio de Dios sobre nosotros. En el mensaje anterior dijimos que no debemos considerar a Moisés, Coré, Datán y Abiram como meros individuos, sino como distintos aspectos de un pueblo corporativo. Así mismo, no debemos pensar que somos solamente como Moisés. Yo no sabría decirle si usted es o no como Moisés, pero sí puedo asegurarle que Coré, Datán y Abiram están en usted. Todos tenemos estos elementos de rebeldía en nosotros, pues nacimos con ellos. Todos somos Corés por nacimiento; pero, por la gracia y misericordia de Dios, el verdadero elemento de Moisés está siendo forjado en nosotros. Si no fuera por Su misericordia y Su gracia, sólo seríamos como Coré. Si en Números 16 Coré, Datán y Abiram no hubiesen hecho nada, nada negativo habría sucedido. Pero como hemos visto, ellos fueron muy ambiciosos. Fue como si hubiesen dicho: “Moisés y Aarón, ¿acaso vosotros sois los únicos líderes? ¿No lo somos también nosotros?”. A causa de esto vino el juicio de Dios sobre ellos. La tierra se abrió y se tragó a Coré, a Datán y a Abiram (Nm. 16:31-33), y también vemos que “salió fuego de la presencia de Jehová, que consumió a los doscientos cincuenta hombres que ofrecían el incienso” (Nm. 16:35).

DOS SEÑALES

Después de juzgar la rebelión, Dios ordenó que los incensarios de bronce de los doscientos cincuenta hombres que fueron consumidos por el fuego, fueran fundidos e hicieran con ellos planchas para cubrir el altar como “señal para los hijos de Israel” (Nm. 16:36-40). Las planchas de bronce que cubrían el altar llegaron a ser una señal del juicio de Dios sobre la rebelión. Esto nos muestra que el altar no es solamente un lugar donde experimentamos nuestra redención, sino también donde somos juzgados. En el altar el elemento natural que está en nosotros es juzgado, y ese juicio permanece como una señal, como un recordatorio y una muestra de que nuestra vida y elemento natural deben ser juzgados y consumidos.

En Números 16 y 17 encontramos dos señales, una en el altar del holocausto y otra en el Arca. La señal que vemos en el altar se relaciona con el juicio del elemento natural (Nm. 16:38), y la señal que encontramos en el Arca alude a la resurrección de la vida resucitada (Nm. 17:10). En Números 17 Dios le dijo a Moisés que trajera doce varas muertas, una por cada una de las doce tribus, y que las dejara en Su presencia por una noche. El hecho de que las varas fueran trozos de madera inerte quería decir que los líderes de las doce tribus no eran más que trozos de madera seca y sin vida. A la mañana siguiente, sólo una de las doce varas había reverdecido, echado flores e incluso había producido almendras. Dicha vara no obtuvo vida por sí misma sino por la vida de resurrección. Esto indica primeramente que nuestro elemento natural debía ser juzgado y consumido. Nuestra ambición por obtener una posición y por ser promovidos debe ser consumida. Siempre que entremos en el tabernáculo, lo primero que debemos hacer es presentarnos ante el altar y ver allí la señal del juicio de Dios sobre nuestro elemento natural. Tanto nuestro pecado como nuestro elemento natural deben ser juzgados en el altar de bronce. Después de experimentar este juicio en el altar, podemos proseguir al lavacro, y luego a la mesa de los panes de la proposición, al candelero, al altar del incienso y finalmente podemos acercarnos al Arca, que está en el Lugar Santísimo. Allí, en el Arca, encontramos la vara que reverdeció. Ésta es la segunda señal.

Así pues, la primera señal, las planchas de bronce que cubrían el altar, simboliza el hecho de que nuestro elemento natural debe ser juzgado y consumido. Este elemento negativo no tiene parte alguna en la edificación de Dios. En la edificación de Dios no tiene cabida ningún elemento natural. Si usted desea participar en el liderazgo, su Coré, Datán y Abiram naturales deben ser juzgados y consumidos, y ese juicio debe permanecer como un recordatorio para usted. Así, cada vez que usted participe en el servicio de Dios, inmediatamente verá dicho recordatorio sobre el altar. Si deseamos participar en el servicio de Dios, debemos comprender que nuestro elemento natural debe ser juzgado. Ya sea que usted procure ser el primero o el último, aún tiene que ser juzgado y consumido sobre el altar. De manera que lo primero que experimentamos en la edificación de Dios es Su juicio.

Aunque usted ame al Señor y cuide de Su testimonio, dentro de su ser están presentes los elementos de Coré, Datán y Abiram. En ocasiones, tal vez el Señor le diga: “Este elemento natural debe ser juzgado. Tú me amas y cuidas de Mi testimonio, lo cual es maravilloso. Pero tu elemento natural tiene que ser juzgado y condenado”. Si esto no les ocurre cada mes, es posible que les ocurra cada seis meses. Cuanto más experimente esto, más resplandecerá el bronce sobre el altar, como un recordatorio de que su hombre natural debe ser juzgado. ¡Aleluya por estas dos señales! Una señal se halla en el altar, y la otra se halla en el Arca. En el Arca está la vara que reverdeció, la cual representa al Cristo resucitado que mora en nuestro espíritu. Esta vara que reverdeció es la autoridad.

Supongamos que dos hermanos ambiciosos están contendiendo entre sí por el liderazgo, y que sólo uno de ellos ha pasado la por experiencia descrita en Números 16 y ha sido juzgado y consumido. El bronce sobre el altar le recuerda del juicio que Dios le infligió. Como resultado de esta experiencia, él posee la vara que reverdeció. En un sentido muy real, la vara que reverdeció procede del altar de bronce. De igual manera, la vida de resurrección proviene del juicio de Dios sobre nuestra vida natural. No obstante, el otro hermano que lucha en su contra, no ha experimentado el juicio sobre su hombre natural. Supongamos además, que el hermano que ha experimentado tanto el juicio del altar como la vara que reverdeció no sea alguien importante ni muy brillante, y que el otro hermano diga para sus adentros: “¿No soy yo más competente que él? Ciertamente lo soy. Sin embargo, todo lo que yo hago produce muerte. Es el resultado de una vara inerte. Yo no soy más que un palo seco, mientras que este hermano, que es menos capaz e inteligente que yo, pero reverdece, echa flores y produce almendras”. Si usted le presenta un caso al hermano que es natural, el resultado siempre será muerte, debido a que es una vara inerte, que lo único que hace es matar. En cambio, si usted presenta el mismo caso al hermano que posee la vara que reverdeció, el resultado será brotes nuevos, flores y fruto. Aun si una persona que está en muerte está con él por algún rato, será avivada. Como resultado, el hermano natural dirá: “No logro entender por qué todo lo que llega a mis manos en la vida de iglesia finalmente muere, mientras que todo lo que está en las manos de ese hermano se vuelve tan viviente. Dios no es justo”. Sin embargo, Dios es más que justo.

NO DEBE HABER COMPETENCIA
EN EL SERVICIO DE LA IGLESIA

En la vida de iglesia no debe haber competencia en el servicio. De hecho, la competencia de nada sirve, pues, cuanto más se esfuerce usted por ser el primero, menos apto lo será; de hecho, ni siquiera será apto para ser el último. Cuanto más usted compita, más permanecerá en su condición de muerte. No se trata de competir, sino de que seamos juzgados y de que nuestro yo junto con nuestra vida y elemento naturales sean consumidos. De este modo, en el altar habrá una señal que nos recordará que nuestra vida natural tiene que ser juzgada y eliminada. Muchos podemos testificar que cuando tratamos de competir con otros caímos en muerte. Cada vez que digamos: “¿Por qué Dios lo usa a él y no a mí?”, estaremos acabados. Cuanto más usted siga hablando de esta manera, menos lo usará Dios. Cuanto más luche usted por ser el primero, menos apto será para serlo. En los años pasados no he visto excepción a esta regla entre los hijos del Señor. Por consiguiente, todos debemos decir: “No hay nada bueno en mí; reconozco que en mi ser están Coré, Datán, Abiram, y muchos elementos naturales que deben ser juzgados en el altar de bronce”. Quienes estén dispuestos a ser juzgados, serán conducidos inmediatamente al Lugar Santísimo, y obtendrán la vara que reverdeció, es decir, la vida de resurrección. Cuando usted sea tal persona, no importa el caso que le presenten, aun si se trata de una situación de muerte, el resultado será la vida.

LA VARA QUE REVERDECIÓ
ES LA FORMA EN QUE DIOS VINDICA

Muchos grupos cristianos están descontentos con nosotros. Nos dicen: “¿Cómo se atreven ustedes a declarar que son la iglesia? ¿Acaso no somos nosotros también la iglesia?”. En realidad, lo que importa no es que digamos que somos la iglesia, sino que tengamos la vara que reverdeció. El hecho de que algunos nos aprecien o se opongan a nosotros no significa nada. Lo único que tiene valor es la vara que reverdeció. Si verdaderamente somos la iglesia en Anaheim, el testimonio del Señor en el condado de Orange, reverdeceremos, echaremos flores y produciremos almendras para alimentar a los demás con la vida de resurrección. Siempre que se han difundido rumores acerca de nosotros o se han publicado volantes en contra nuestra, he dicho a los hermanos que dichos rumores y volantes no significan nada, y que no debemos hacerles caso. Lo único que importa es si tenemos o no la vara que reverdeció. La vara que reverdeció es la manera en que Dios vindica a los Suyos. De las doce varas que fueron puestas delante del Señor, sólo una reverdeció, echó flores y produjo almendras. ¿Qué se podía argumentar en contra de este hecho? Sin embargo, a pesar de que la vara de Aarón reverdeció, los rebeldes aún no quedaron convencidos y siguieron murmurando. No piense que cuando se manifieste en este condado la vara que reverdeció, todos quedarán convencidos. Al contrario, cuanto más reverdezca nuestra vara, más murmuraciones habrá.

Lo que nosotros necesitamos, y también lo que la iglesia necesita, es que la vara reverdezca. Las rivalidades, la ambición y el deseo de ser promovidos y de alcanzar cierta posición, no significan nada. De ahora en adelante, en el servicio de la iglesia no habrá número uno, número dos, ni ningún otro número. Todos somos el número nada. No habrá ninguna posición para nadie, debido a que no somos nada ni nadie. Todos debemos ser juzgados para que después todos podamos obtener la vara que reverdeció.

Tener autoridad no es algo que depende de lo que hagamos o podamos hacer, sino de cuánto florecemos. Es posible que usted realice muchas obras, sin que experimente ningún florecimiento. En lugar de reverdecer, puede ser que se esté secando; en lugar de florecer, puede ser que esté matando a otros; y en lugar de llevar fruto, es posible que imparta muerte a aquellos con quienes usted tiene contacto. Esto demuestra que usted no tiene autoridad. Sin embargo, si usted tiene la vara que reverdeció y alguien que está en muerte tiene contacto con usted, él será avivado y vivificado. Esto comprobará que usted tiene autoridad. La autoridad no proviene de nuestra capacidad o habilidad. Lo que realmente nos vindica es nuestro florecimiento, no nuestras obras. Las obras no significan nada, lo único que tiene valor es que florezcamos. En nuestra vida de iglesia y en el servicio de la iglesia, todos debemos reverdecer, echar flores y llevar fruto. Ésta es nuestra necesidad actual.

LA MANERA DE OBTENER LA VARA QUE REVERDECIÓ

Ahora llegamos a un asunto muy crucial: cómo obtener la vara que reverdeció. La vara que reverdeció es una experiencia que sigue al maná escondido. Esto significa que si disfrutamos del maná escondido, reverdeceremos, porque el resultado de disfrutar del maná escondido es la vara que reverdeció. Cuánto usted reverdezca en vida depende de cuánto coma del maná escondido. Todos debemos ejercitar nuestro espíritu para tener contacto con el Cristo escondido y disfrutar de la mejor porción del Cristo escondido en la naturaleza divina. Cuanto más disfrutemos del Cristo escondido como la porción más sublime que se halla en la naturaleza divina, más reverdecerá nuestra vara. No es necesario competir por una posición, ni preocuparnos por ninguna otra cosa. Simplemente disfrutemos del maná escondido, el cual nos nutrirá y nos hará florecer. Mientras estemos reverdeciendo, tendremos autoridad. Si usted reverdece, florece y produce almendras, los demás reconocerán su autoridad.

La autoridad entre el pueblo de Dios hoy no depende de la capacidad o posición que tengamos, sino de que reverdezcamos, florezcamos y llevemos fruto. Olvidémonos de nuestro pasado en el que competíamos, procurábamos una posición y tratábamos de ser promovidos, y tengamos un nuevo inicio. Entre los que estamos en el recobro del Señor no debemos estar preocupados por nuestra posición. Lo único que debe interesarnos es disfrutar de la porción más excelente del Cristo escondido, a fin de que podamos florecer aun en medio de la noche oscura. Así, aunque la noche sea muy oscura, estaremos reverdeciendo, floreciendo y produciendo almendras para alimentar a los demás. Aquel que reverdece, florece y produce almendras ciertamente tiene autoridad entre el pueblo de Dios.

El libro de Hebreos nos muestra que tenemos que experimentar a Cristo en el altar, en el lavacro, en la mesa de los panes de la proposición, en el candelero, en el altar del incienso y en el Arca que está en el Lugar Santísimo. Es en el Lugar Santísimo donde podemos disfrutar a Cristo en presencia de Dios. Este disfrute nos hace florecer, no con nuestra capacidad sino con la vida de resurrección. De esta manera, Dios puede ejercer Su autoridad para que Su pueblo sea edificado. Tengo la plena certeza de que esto es exactamente lo que Dios esta haciendo entre nosotros. Él nos está llevando a comprender que nuestro elemento natural necesita ser juzgado, y también nos está llevando a participar en la vida de resurrección, a fin de que podamos reverdecer, florecer y producir almendras.

Estudio-vida de Hebreos, Mensaje 61

ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE SESENTA Y UNO

LA VARA QUE REVERDECIÓ
(1)

En este mensaje hablaremos sobre el tema de la vara que reverdeció (He. 9:4; Nm. 17:1-10). No muchos cristianos han comprendido el significado completo de la vara que reverdeció. Para muchos, el relato de la vara que reverdeció no es más que una interesante historia bíblica acerca de una vara que estaba seca, y que de la noche a la mañana reverdeció, echó flores y produjo fruto. Sin embargo, este suceso constituye un aspecto crucial de la revelación divina.

Muchos cristianos dan mucha importancia al tabernáculo. Vimos que en el atrio del tabernáculo estaba el altar y el lavacro; que en el Lugar Santo estaba la mesa de los panes de la proposición, el candelero y el altar del incienso; y que en el Lugar Santísimo estaba el Arca del Testimonio. El Arca del Testimonio, que era el único mueble del Lugar Santísimo, representaba a Cristo como el testimonio único de Dios. Vimos también que el Arca contenía tres elementos: el maná escondido, la vara que reverdeció y las tablas de la ley. En los tres mensajes anteriores, profundizamos en el primer elemento, el maná escondido. Hasta cierto punto, muchos cristianos entienden lo que es el maná, pues saben que es un alimento celestial que representa a Cristo como el pan de vida. Sin embargo, es difícil entender el significado de la vara que reverdeció.

TRES SÍMBOLOS DE TRES EXPERIENCIAS

Los hijos de Israel tuvieron muchas experiencias en el desierto, y el Señor les ordenó que pusieran en Su presencia tres elementos que simbolizaban tres experiencias por las cuales ellos pasaron. Estos elementos simbólicos eran: las tablas del testimonio, el maná y la vara que reverdeció. Después de que los israelitas recibieron la ley en el monte de Sinaí, el Señor les dijo que pusieran las dos tablas de la ley dentro del Arca (Éx. 34:1, 29; 25:21; 40:20). Asimismo, un gomer de maná fue depositado en una urna y puesto delante del Señor para ser guardado (Éx. 16:32-34). En el desierto, los hijos de Israel también tuvieron algunas experiencias de rebelión. Números 16 nos relata el caso más grave de rebelión que hubo entre el pueblo. Fue precisamente por esta rebelión que se produjo la vara que reverdeció, la cual también fue puesta delante del testimonio, que estaba en el arca, como una señal (Nm. 17:10-11). Esto nos muestra que cada uno de estos elementos corresponden a experiencias que tuvieron los israelitas. Tales elementos no representaban enseñanzas sino que eran el resultado, el producto, de sus experiencias. De manera que si tratamos de comprender el significado de estos tres elementos basándonos en nuestros propios razonamientos, y con el solo propósito de adquirir conocimiento, no entenderemos su verdadero significado. Solamente podremos entenderlas por medio de nuestras experiencias y para nuestra experiencia.

EL ENFOQUE DE LA REVELACIÓN DIVINA

Si queremos entender el significado de la vara que reverdeció, debemos conocer un poco su contexto. El propósito de Dios consiste en obtener un pueblo que sea Su expresión corporativa, y que le exprese y le represente, a fin de obtener un dominio, un reino, en el cual Él pueda llevar a cabo Su economía eterna. Muchos piensan que Dios solamente ama a los judíos, ya que trabaja para ellos y hace muchas cosas por ellos, pero que a Él no le importan los gentiles. Éste es un concepto religioso, completamente ajeno al enfoque de la revelación divina. El enfoque de la revelación divina es que el Dios eterno tiene un propósito. Dicho propósito consiste en obtener un pueblo, una sola entidad corporativa, que le contenga, que sea uno con Él y le permita a Él ser uno con ella, de modo que dicha entidad llegue a ser la expresión viviente del Dios invisible, y Dios pueda obtener un reino sobre la tierra que lleve a cabo Su economía para Su gloria y destruya a Su enemigo. Éste era el propósito que Dios tenía cuando llamó a los hijos de Israel a salir de Egipto, lo cual hizo de ellos un pueblo escogido y llamado.

LA NECESIDAD DEL LIDERAZGO
CON MIRAS A EDIFICAR EL PUEBLO DE DIOS

Después de haber salido de Egipto, los israelitas andaban por el desierto hacia la meta de Dios. Los hijos de Israel eran al menos unos cuantos millones en número, ya que nada más el número de los guerreros ascendía a más de seiscientos mil (Nm. 1:45-46). Ya que los israelitas eran un pueblo tan numeroso, ciertamente había una necesidad al igual que hoy en día, ésta es, la necesidad de que el pueblo de Dios sea edificado. Así pues, para que el pueblo de Dios pudiera ser edificado era necesario tener cierta autoridad. En otras palabras, se necesitaba el liderazgo. Como veremos más adelante, Dios no sólo levantó este liderazgo, sino que además lo edificó. El liderazgo que hubo entre los hijos de Israel fue un liderazgo corporativo que se componía al menos de dos hombres: Moisés, quien representa el aspecto del señorío y el reinado, y Aarón, quien representa el aspecto de la imagen y el sacerdocio.

EL SACERDOCIO Y EL REINADO

A fin de que el pueblo de Dios pudiera expresar y representar a Dios, se hizo necesario tanto el sacerdocio como el reinado. Incluso el Nuevo Testamento nos dice claramente que Dios, mediante Su redención, nos hizo reyes y sacerdotes (Ap. 1:5-6; 5:9-10). Es así como tenemos el sacerdocio y estamos en el reinado. Tenemos el sacerdocio para poder expresar a Dios; esto está relacionado con la imagen de Dios. El reinado, por su parte, tiene como objetivo el ejercer la autoridad de Dios. Dios creó al hombre a Su imagen y le dio dominio sobre todas criaturas (Gn. 1:26). En esto consiste el reinado que tiene por objetivo el reino de Dios. En la iglesia hoy aún se necesita el sacerdocio que expresa a Dios y el reinado que le representa. En el reino milenario venidero, seremos también sacerdotes que expresan a Dios y reyes que le representan (Ap. 20:6). Además, en la Nueva Jerusalén por la eternidad seremos sacerdotes y reyes (Ap. 22:3-5) que expresan a Dios mediante nuestro sacerdocio y le representan con Su autoridad mediante nuestro reinado. Desde el primer capítulo de Génesis hasta el último de Apocalipsis, la Biblia es muy coherente con respecto a estos dos aspectos del pueblo de Dios.

LA EDIFICACIÓN DEL LIDERAZGO

Moisés, quien representa el reinado, y Aarón, quien representa el sacerdocio, formaron juntos el liderazgo de Dios. Como ya dijimos, ambos fueron levantados y edificados por Dios. No obstante, Dios no tomó a Moisés y lo puso en el liderazgo inmediatamente después de que éste terminó sus estudios en el palacio de faraón. No, después que Moisés hubo terminado sus estudios, Dios lo condujo al desierto y allí lo edificó como líder. Puesto que Moisés provenía de una familia judía, él había recibido cierto conocimiento acerca de Dios. Pero, debido a que no había recibido ninguna educación secular, Dios propició las circunstancias que le permitieron recibir la mejor educación en el propio palacio de faraón (Hch. 7:22). La educación que recibió ciertamente debió haber sido superior a la de un doctorado. Sin embargo, a pesar de haber gozado de la mejor educación, esto por sí solo no lo facultó para ser líder. Así pues, durante sus primeros cuarenta años, Moisés aprendió acerca de Dios y obtuvo la mejor educación del mundo. Después de esto, él tuvo que pasar otros cuarenta años en el desierto, a fin de ser edificado como líder. La Biblia no nos provee detalles de cómo Dios edificó a Aarón como líder, pero en principio, Aarón también tuvo que haber pasado por las manos de Dios. Cuando Moisés le dijo a Dios que él no era elocuente sino “tardo en el habla y torpe de lengua” (Éx. 4:10), el Señor le contestó diciendo que Aarón, su hermano, quien podía hablar bien, sería a Moisés “como tu boca”, y que Moisés sería para él en “lugar de Dios” (Éx. 4:14, 16). Sólo después que Moisés y Aarón fueron edificados como líderes, pudieron asumir el liderazgo.

LA REBELIÓN QUE SE SUSCITÓ
EN EL DESIERTO

El viaje por el desierto ciertamente fue una prueba para los israelitas. Cuando el Señor envió a Moisés a los hijos de Israel, le dijo que hablara al pueblo de parte Suya, diciendo: “Yo os sacaré de la aflicción de Egipto […] a una tierra que fluye leche y miel” (Éx. 3:17). Ésta era una buena promesa. Los hijos de Israel fueron liberados de la tierra de Egipto, y debieron haber entrado en la tierra que fluye leche y miel. Pero debido la incredulidad descrita en Números 14, no pudieron entrar. Más adelante, en Números 16, vemos un grupo de rebeldes que, en lugar de reconocer que no habían entrado a la tierra debido a su propia incredulidad, culparon de esto a Moisés y a Aarón, diciendo: “¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te quieres enseñorear de nosotros imperiosamente? Tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel” (Nm. 16:13-14). Números 17:10 se refiere a aquellos que se sublevaron como “hijos rebeldes”. Estos hijos rebeldes parecían decir a Moisés y a Aarón: “Vosotros prometisteis llevarnos a una tierra que fluye leche y miel, pero no habéis cumplido. ¿No era la tierra de la cual nos sacasteis una tierra de leche y miel? Vosotros habéis faltado a vuestra promesa”. Estos hijos rebeldes incluso dijeron que Egipto era una tierra de leche y miel. ¡Cuán rebeldes fueron!

¿Quiénes eran estos rebeldes? Él principal de ellos era Coré. Coré, un levita (Nm. 16:1), se consideró en el mismo nivel que Moisés y Aarón, quienes eran también levitas. Seguramente pensó: “Vosotros sois levitas. ¿No lo soy yo también? ¿Por qué tenéis que asumir sólo vosotros el liderazgo mientras que yo no tengo ni parte ni lote en ello?”. Entre los rebeldes se mencionan otros dos, Datán y Abiram, quienes eran descendientes de Rubén, el hijo mayor de Jacob. Puesto que ellos pertenecían a la tribu que tenía la primogenitura, seguramente pensaron: “Vosotros levitas, ocupáis el tercer lugar entre las tribus, pero nosotros, los hijos de Rubén, primogénito de Jacob, estamos por encima de vosotros. Ya que vosotros venís después que nosotros, ¿Por qué sólo vosotros dos tenéis que asumir el liderazgo?”. Finalmente, todos ellos dijeron a Moisés y a Aarón: “¡Basta ya de vosotros! Toda la congregación, todos ellos son santos y en medio de ellos está Jehová. ¿Por qué, pues, os encumbráis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (Nm. 16:3). Éste fue el argumento sutil y diabólico que usaron estos rebeldes y las críticas que presentaron. ¡Cuán grande es la raíz de rebeldía que vemos aquí!

MOISÉS NO SE AIRÓ ANTE TAL REBELIÓN

Para entonces, Moisés y Aarón ya no eran jóvenes. Ambos deben haber tenido alrededor de cien años de edad. De acuerdo con el salmo 90, que fue escrito por Moisés, la vida humana sólo tiene una duración de setenta años. Los que gozan de buena salud tal vez lleguen a los ochenta años de edad. Así que, según lo que el mismo Moisés escribió, él ya debiera haber muerto. Sin embargo, seguía sirviendo a Dios aun después de haber superado la edad de los mortales, y Aarón era aún mayor que él. ¿Qué tenía de positivo que ellos tuvieran tanta edad? Que no se enojaban con facilidad. La rebelión descrita en Números 16 fue muy grave y terrible; con todo, Moisés no perdió la calma. Cuando los rebeldes se juntaron contra Moisés y Aarón, leemos que Moisés “se postró sobre su rostro” (Nm. 16:4). Como veremos en el siguiente mensaje, Dios vino a juzgar esta rebelión.

LA VINDICACIÓN DEL LIDERAZGO APROPIADO

En Números 17 Dios parecía estar diciendo a Moisés: “Estos hijos rebeldes están contendiendo contigo a causa del liderazgo. Diles que Yo haré algo para vindicar el liderazgo. Yo les mostraré quiénes son los verdaderos líderes, y esto cerrará sus bocas”. En Números 17:2 el Señor dijo a Moisés: “Habla a los hijos de Israel, y toma de todos sus príncipes una vara por cada paterna: doce varas en total, conforme a las casas de sus padres. Tú escribirás el nombre de cada uno sobre su vara”. Una vara es un trozo de madera seco y sin vida. En cuanto a su naturaleza, es madera inerte. ¿Qué función cumple una vara? La función de regir y gobernar sobre otros. Una vara es diferente de un bastón. Un bastón sirve para dar apoyo y sostén a los débiles y enfermos, y a aquellos que no son capaces de sostenerse en pie o de caminar por sí solos. Pero la función de una vara no es la de proveer apoyo, sino la de regir y azotar. Según el libro de Proverbios, el padre debe castigar a sus hijos con vara (Pr. 23:13-14).

Nuestro Dios es muy sabio y supo cuál era la mejor manera de vindicar el liderazgo. En lugar de argumentar, Dios pareció decir: “Ya que vosotros habéis estado argumentando acerca del liderazgo, os pido que presentéis vuestras varas delante del testimonio. Vosotros pensáis que porque tenéis varas podéis regir sobre los demás, y que Moisés y Aarón fueron demasiado pretenciosos. Vosotros decís que por el hecho de pertenecer al pueblo de Dios, todos vosotros tenéis la misma autoridad. ¿Tenéis vosotros autoridad? Cada tribu ciertamente tiene una vara. Traedme vuestras varas y ponedlas delante de Mi testimonio por una noche, y veamos qué acontecerá”. En Números 17:5 el Señor dijo: “Florecerá la vara del hombre que yo escoja, y así haré cesar delante de mí las quejas que murmuran los hijos de Israel contra vosotros”.

Doce varas fueron puestas delante del Señor en el tabernáculo del testimonio (Nm. 17:7). En Números 17:8 dice: “Aconteció que al día siguiente fue Moisés al Tabernáculo del Testimonio y vio que la vara de Aarón de la casa de Leví había reverdecido, echado flores, arrojado renuevos y producido almendras”. Esto quiere decir que el verdadero liderazgo, la verdadera autoridad, reside en la vida que reverdece. Esta vida no sólo reverdece y echa flores, sino que además produce fruto para que alimentemos a otros, no para que los golpeemos. Aunque la vara sirve para gobernar, dicho gobierno tiene como objetivo alimentar, no golpear.

El liderazgo entre el pueblo de Dios es diferente del que vemos entre los gentiles. Los reyes de las naciones usan sus varas para gobernar, pero ninguna de ellas es útil para alimentar porque no tienen vida. Cada una de esas varas no es más que un trozo de madera inerte. Es sólo cuando el liderazgo de entre el pueblo de Dios es apropiado que tenemos la vara que reverdece con la vida de resurrección y que produce fruto para alimentar a otros.

El almendro es el primero de los árboles en florecer, pues florece entre los meses de enero y febrero. Así que el primer fruto del año es la almendra. Esto representa la resurrección. Por lo tanto, la vara que reverdece, florece y produce fruto representa la vida de resurrección de Cristo. El liderazgo entre los hijos de Dios debe ser Cristo mismo como la vida de resurrección que reverdece, echa flores y produce almendras para alimentar al pueblo de Dios.

LA AMBICIÓN POR EL LIDERAZGO

Algunos dirán: “Yo no soy anciano, ni quiero ser líder entre los hijos de Dios. Lo único que quiero es ser libre, vivir cómodamente y no tener que cargar semejante responsabilidad”. Aunque usted diga eso, yo no le creo, pues a todo el mundo le gusta ser líder. Así que, si usted dice que no le gusta ser líder, miente, porque en lo más profundo de su ser a usted le llama la atención ser líder. Cuando se organizan los grupos de servicio, usted quiere ser el primero. Ciertamente no quiere ser el último. Las hermanas tal vez digan: “Como somos mujeres, no nos interesa el liderazgo”. Hermanas, no digan eso. Supongamos que formáramos un grupo de cinco hermanas para tocar el piano. Estoy seguro de que cada una de ellas estaría pendiente del orden en que mencionaran sus nombres. Es posible que la que mencionaran de último se molestara tanto que dejara de orar por toda una semana. Tal vez diría: “Si no puedo ser la primera, debiera al menos ser la tercera, pero ni siquiera soy la cuarta. Yo llevo más de cincuenta años de ser salva. ¿Por qué tengo que ser la última? ¿Por qué han hecho esto los ancianos? ¿Acaso no tienen discernimiento?”. Esto muestra que tenemos ambición por el liderazgo.

Doy gracias al Señor por esta clase de ambición. En realidad, esto es mucho mejor que ambicionar ser presidente de Estados Unidos. Es bueno que los cristianos tengan ambición. Sin ambición, seríamos como sillas y bancas, y Dios no podría hacer nada con nosotros. Pero debido a que somos tan ambiciosos, Dios puede hacer algo con nosotros. Es probable que sólo aquellos que sean muy ancianos no tengan más ambiciones. Un hermano que ya esté por cumplir ochenta años de edad quizás no tenga ninguna ambición, pero estoy seguro de que todos los hermanos jóvenes desean ser el apóstol Pablo de hoy. Animo a todos los jóvenes a que sean así. Yo me sentiría muy contento si todos los jóvenes quisieran ser el Pedro o el Pablo de hoy.

En nuestro estudio-vida de Génesis, vimos que Abraham, Isaac y Jacob, junto con José, representan los distintos aspectos de una persona que experimenta la vida divina. De igual manera, no debemos pensar que Coré y Moisés representan dos tipos de personas. En nuestra naturaleza todos tenemos la misma ambición que Moisés tuvo. A la edad de cuarenta años, Moisés tuvo la ambición de ser el líder que rescataría a los judíos de la tiranía del rey egipcio (Hch. 7:23-27). Sin embargo, en Moisés también existía el mismo elemento de rebeldía que estaba en Coré, Datán y Abiram. Hermanos jóvenes, yo sé que dentro de ustedes está tanto la naturaleza positiva de Moisés como la naturaleza rebelde de Coré. Aún más, sé que los elementos negativos de Datán y Abiram están en ustedes. En el próximo mensaje veremos que Dios juzgó la naturaleza rebelde y resucitó el elemento positivo, esto es, el elemento de la vida de resurrección.

Si usted no hubiera sido salvo, ciertamente no tendría ambición alguna entre el pueblo de Dios. ¿Por qué es usted tan ambicioso en la vida de iglesia? Simplemente porque ama al Señor. Si no amara al Señor ni tuviera ninguna ambición, sería como la gente del mundo que vaga sin rumbo, sin ninguna ambición de ser alguien para Dios. Pero hoy en día, como aquellos que están en la iglesia y aman al Señor, ustedes tienen ambiciones y guardan la esperanza de que algún día serán aptos para ejercer el liderazgo. Aunque ésta es ciertamente una buena ambición, tiene que ser resucitada. Además, es preciso que también sepamos que dentro de nosotros está Coré, Datán, Abiram, y toda clase de elementos rebeldes. Así que, por una parte, ambicionamos la meta de Dios y, por otra, somos rebeldes. Yo entiendo esto muy bien porque también he padecido de esta enfermedad.

LA REBELIÓN DEL ALMA CONTRA EL ESPÍRITU

No solamente nos rebelamos en nuestro interior contra otros líderes, sino que muchas veces nuestra alma se rebela contra el espíritu. A menudo nuestra mente dice: “Espíritu, ¿por qué no puedo yo servir a Dios? ¿Por qué no puedo yo, la mente, hacer algo para Dios?”. ¿No ha experimentado esta clase de rebelión en su interior? Muchas veces mi alma se ha rebelado contra mi espíritu, diciendo: “Espíritu, no estoy de acuerdo con eso. Yo soy más lista que tú y puedo lograr muchas cosas. Es cierto que tú eres una parte de Witness Lee, pero yo, el alma, ¿no soy también parte de Witness Lee? ¿No somos todos hijos de Dios? ¿Por qué tú, el espíritu, asumes una posición superior?”. Muchas veces en nuestro servicio hemos actuado en nuestra alma de una manera rebelde, para demostrar que nuestra alma puede hacer algo para Dios y que nosotros, en nuestro hombre natural, podemos rendir algún servicio a Dios sin necesidad de ejercitar nuestro espíritu. Esto es una especie de rebelión.

LA AMBICIÓN Y LA REBELDÍA
ESTÁN DENTRO DE NOSOTROS

No consideremos a los hijos de Israel, mencionados en Números 16, como individuos independientes unos de otros. Más bien, debemos considerarlos como una persona colectiva, una persona corporativa, que incluye a Moisés, a Aarón, a Coré, a Datán y a Abiram. Dentro de nosotros está Moisés y Aarón, así como Coré, Datán y Abiram. Tanto la ambición como la rebeldía está en nuestro ser. En ocasiones no podemos menos que reírnos de nosotros mismos, porque, por un lado, somos muy ambiciosos para Dios, y por otro, somos muy rebeldes. Yo creo que todos nosotros hemos tenido la experiencia de ser ambiciosos y rebeldes al mismo tiempo. Si usted no siente interés por las cosas de Dios, nunca ha pasado por esto. No obstante, tan pronto comenzó a interesarse en las cosas de Dios, descubrió que tanto la ambición como la rebeldía estaban dentro de usted. La primera clase de rebelión que experimentamos es la rebelión del alma, la mente, contra el espíritu; y la segunda clase de rebelión que experimentamos es la rebelión contra aquellos que están sobre nosotros.

Aunque usted se negara a admitirlo, la rebeldía está en usted. Tal vez diga: “Hermano fulano, yo le estimo y me sujeto a usted”. Pero mientras dice esto de labios, en lo profundo de su ser es rebelde y dice: “Hermano fulano, usted se cree muy importante. ¡Cuán pretencioso es! En ciertos aspectos usted no es tan capaz como yo. Un día Dios me vindicará y todos verán lo capaz que soy”. Esto muestra la rebeldía que hay en usted.

DIOS VIENE A JUZGAR
Y A VINDICAR

Gracias a Dios por la ambición y, en un sentido negativo, gracias a Dios también por la rebeldía. El caso de rebelión descrito en Números 16 hizo que Dios viniera a juzgar y vindicar. Dios primero juzgó a los rebeldes. Luego, después que hubo juzgado el elemento de rebeldía, ordenó que tomaran los incensarios de bronce de los rebeldes e hicieran con ellos planchas para cubrir el altar, como una señal a los hijos de Israel (Nm. 16:36-40). Después de esto, Dios dijo a Moisés que pusiera las doce varas delante de Su testimonio. Esto no fue para juicio, sino para vindicación. De esta vindicación provino a vara que reverdeció. Luego Dios dijo a Moisés que pusiera la vara de Aarón delante del testimonio “para que se guarde como señal para los hijos rebeldes” (Nm. 17:10). De manera que aquí encontramos dos señales: las planchas de bronce que cubrían el altar, las cuales provenían del juicio de Dios, y la vara que reverdeció y que fue puesta delante del testimonio, la cual fue el resultado de la vindicación de Dios.

Tanto la ambición como la rebeldía están presentes en nosotros. Todos nosotros tenemos ambas cosas, ya que somos el verdadero Israel. La ambición y la rebeldía estaban entre los israelitas y también están dentro de ellos. Dios primero juzgó y consumió el elemento de rebeldía, y después de este juicio vino para vindicar. El resultado de tal juicio y vindicación fueron dos señales: una de ellas en el altar que estaba en el atrio, y la otra en el Arca, que estaba en el Lugar Santísimo. Estas señales indican que nuestra naturaleza natural y rebelde debe ser juzgada y consumida, y que la ambición resucitada debe ser vindicada. Ésta debe reverdecer, florecer y llevar fruto. Es así como se produce el liderazgo apropiado.

En el Arca que está en el Lugar Santísimo experimentamos a Cristo como el verdadero liderazgo. En cuanto al liderazgo vemos dos aspectos. El primero es que el elemento natural de rebeldía debe ser consumido sobre el altar. El segundo es que en el Lugar Santísimo todo lo que haya sido regenerado en nosotros y todo lo que pertenezca a la vida resucitada, debe ser enriquecido y fortalecido; debe reverdecer, florecer y producir almendras. Éste es el liderazgo auténtico.

TODOS LOS MIEMBROS, AL IGUAL QUE LOS LÍDERES, DEBEN SER SIERVOS

Un líder entre el pueblo del Señor es un servidor. Aunque usted no sea anciano ni líder de algún grupo de servicio, con todo, es un servidor. En principio, usted es igual que un líder en el servicio del Señor. Cada uno de los miembros de la iglesia es un servidor. La edificación de Dios requiere de servidores. Como siervos que somos, todavía está en nosotros el elemento de la rebeldía, el cual debe ser juzgado y consumido sobre el altar como una señal al universo de que nuestro hombre natural ha sido juzgado. Sin embargo, todavía permanece otro elemento en nosotros: el elemento que ha sido regenerado, el elemento de la vida divina, que es Cristo mismo como la vida de resurrección. Así, una vez que lleguemos al Arca que está en el Lugar Santísimo y tengamos contacto con Cristo como la vida de resurrección, este elemento vendrá a ser nuestro liderazgo. Dicho elemento reverdecerá, echará flores y producirá almendras para alimentar a los demás.

Inclusive los hermanos y hermanas más jóvenes son siervos de Dios. Su naturaleza rebelde debe también ser consumida, quebrantada y juzgada, y la vida de resurrección que está en ellos debe reverdecer, echar flores y producir almendras para alimentar a otros. Aun en los hermanos y hermanas más jóvenes se encuentra la rebeldía y la ambición, pues también ellos han llegado a criticar a los ancianos.

Alabado sea el Señor porque tenemos una ambición apropiada. No obstante, debemos reconocer que también tenemos el elemento de la rebeldía. Mientras estos dos elementos, la ambición y la rebeldía, estén activos en nuestro interior, la edificación no podrá avanzar. Así que, es necesario que la rebeldía sea juzgada, y la ambición sea vindicada. El elemento de Cristo presente en nosotros debe ser vindicado, fortalecido, enriquecido y elevado, y debe reverdecer, florecer y producir almendras. Así que, la rebeldía es juzgada, y la ambición es vindicada. Es cierto que tenemos una ambición apropiada. Mientras avanzamos por la senda que nos lleva del altar adonde está la vara que reverdeció, toda nuestra rebeldía debe ser eliminada y la ambición apropiada debe crecer. Entonces podremos ejercer el liderazgo apropiado y servir apropiadamente para que el pueblo de Dios pueda ser edificado y consolidado. La edificación de Dios depende de la vara que reverdeció, y ésta sólo la experimentamos en el interior del Arca, en el Lugar Santísimo. Para ello, debemos avanzar hasta entrar en el Lugar Santísimo y disfrutar allí al Cristo que es el Arca del Testimonio de Dios.

Búsqueda de la verdad de Hebreos del 2024 – Semana 35

Nivel 1 – Estudio Secuencial

Escritura: He. 12:1-10

Estudio-Vida de Hebreos:
E-V de Hebreos, mensaje 58

E-V de Hebreos, mensaje 59

E-V de Hebreos, mensaje 60


Nivel 2 – Estudio Temático de Hebreos

Semana 35: La disciplina del Señor

Escritura: He. 12:3-13

Lectura asignada
(E-V: Estudio-vida, E-C: Estudio-cristalización, CNT: Conclusión del Nuevo Testamento):
E-V de Hebreos, mensaje 51

E-V de Hebreos, mensaje 61

E-V de Hebreos, mensaje 62

Lectura suplementaria:
(Inglés) CWWN, vol. 50, “Messages for Building Up New Believers (3),” chapter 41

Versos de referencia para leer (Versión recobró):
He. 12:10 nota “santidad”

Versos para meditar, orar, memorizar y copiar:
He. 12:1-10

Himno sugerido: E1210

Preguntas de estudio de nivel 2

  1. ¿Es la disciplina un tipo de castigo o es algo diferente del castigo?
  2. ¿Cuál es el significado de la frase “”al Padre de los espíritus”” segun su contexto de He. 12:9?
  3. ¿Por qué Dios disciplina a Sus hijos?
  4. ¿Qué significa que la disciplina produzca el fruto apacible de justicia para aquellos que han sido ejercidos por ella?”

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