La Autoridad y la Sumisión, Capitulo 5

La Autoridad y la Sumisión

CAPITULO CINCO

LA SUMISION DEL HIJO

Lectura bíblica: Fil. 2:5-11; He. 5:7-9

EL SEÑOR CREA LA SUMISION

La Palabra de Dios nos dice que el Señor Jesús y el Padre son uno. En el principio existía el Verbo, y también existía Dios. El Verbo era Dios y este Verbo creó los cielos y la tierra. En el principio la gloria estaba con Dios, una gloria a la cual nadie podía acercarse. Esta era la gloria del Hijo. El Padre y el Hijo son iguales, omnipotentes, coexistentes, es decir, existen simultáneamente. Pero existe una diferencia en la persona del Padre y del Hijo. Esta diferencia no es Su naturaleza intrínseca, sino algo en la constitución de la Deidad. La Biblia dice que el Señor no consideró el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse (Fil. 2:6). Aferrarse significa tomar con fuerza. La igualdad entre el Señor y Dios no era algo a lo que El tuviera que asirse por la fuerza; tampoco era una imposición ni una usurpación, porque el Señor tiene ya la imagen de Dios.

El pasaje de Filipenses 2:5-7 constituye una sección, y los versículos del 8-11 constituyen otra. La primera sección muestra que Cristo se despojó a Sí mismo, y la segunda sección afirma que El se humilló a Sí mismo. El Señor se bajó dos veces: primero se despojó de Su deidad, y luego se humilló a Sí mismo tomando forma humana. Cuando el Señor descendió a la tierra, se despojó de la gloria, el poder, la posición y la imagen que tenía en su deidad. Como resultado de esto, quienes no tenían revelación no lo reconocieron ni lo aceptaron como el Hijo de Dios, y pensaron que se trataba de un hombre común. Con respecto a la Deidad, el Señor escogió voluntariamente ser el Hijo, y someterse a la autoridad del Padre. Por lo tanto, El dijo que el Padre era mayor que El (Jn. 14:28). El Hijo tomó esa posición voluntariamente. En la Deidad hay una armonía perfecta. También podemos decir que en la Deidad hay igualdad; sin embargo, en la Deidad el Padre debe ser la cabeza y el Hijo debe someterse. El Padre representa la autoridad, y el Hijo representa la sumisión.

Para nosotros los seres humanos la sumisión es un asunto sencillo. Podemos someternos en la medida que nos humillamos a nosotros mismos. Pero la sumisión del Señor no es tan sencilla. Para el Señor la sumisión es más difícil que la creación de los cielos y de la tierra. Con el fin de someterse, El tuvo que despojarse de toda Su gloria, Su poder, Su posición y Su imagen como Deidad. También tuvo que tomar la forma de un siervo, pues solamente así El podía cumplir el requisito de la sumisión; por lo tanto, la sumisión es algo que el Hijo de Dios creó.

Anteriormente, el Padre y el Hijo compartían la misma gloria. Cuando el Señor vino a la tierra, el se despojó de Su autoridad y se sometió. El aceptó ser un siervo, restringido en el tiempo y el espacio como hombre. Pero esto no fue todo, el Señor se humilló a Sí mismo siendo obediente. La obediencia por parte de la Deidad es lo más maravilloso de todo el universo. El se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Esa fue una muerte dolorosa y vergonzosa. Por lo cual, al final, Dios lo exaltó hasta lo sumo. Puesto que el que se humilla será exaltado. Este es un principio divino.

LOS QUE ESTAN LLENOS DE CRISTO
ESTAN LLENOS DE SUMISION

Originalmente, no había necesidad de que la Deidad se sometiera, pero debido a que el Señor creó la sumisión, el Padre llegó a ser la Cabeza de Cristo en la Deidad. Tanto la autoridad como la sumisión fueron establecidas por Dios y creadas desde el principio. Por consiguiente, quienes conocen al Señor serán sumisos espontáneamente, pero los que no conocen ni a Dios ni a Cristo, no conocen ni la autoridad ni la sumisión. En Cristo tenemos el modelo por excelencia de la sumisión; por eso, los que son sumisos aceptan el principio de Cristo, y quienes están llenos de Cristo, estarán llenos de sumisión.

En la actualidad muchos se preguntan: “¿Por qué tengo que someterme? ¿Por qué tengo que obedecerle a usted, si tanto usted como yo somos hermanos?” En realidad, el hombre no tiene derecho a hacer tales preguntas. Solamente el Señor es apto para hablar de esa manera; y aún así, jamás formuló esas preguntas. Ni siquiera hubo en El ese pensamiento. Cristo representa la sumisión, una sumisión perfecta, del mismo modo que la autoridad de Dios es perfecta. Hoy día algunas personas piensan que conocen la autoridad, pero no conocen la sumisión. Solamente podemos pedir la misericordia de Dios para tales personas.

LA MANERA EN QUE EL SEÑOR
SE DESPOJO DE SU FORMA DIVINA
Y LA MANERA EN QUE REGRESO A ELLA

En deidad, el Señor es igual a Dios el Padre, pero llegó a ser el Señor por obra de Dios, lo cual sucedió después que El se hubo despojado de su deidad. La deidad del Señor Jesús se basa en lo que El es. El es Dios desde el principio; pero obtuvo la posición como Señor sobre la base de lo que hizo. Después de que El dejó a un lado Su forma divina para satisfacer el principio de sumisión y de que ascendió a los cielos, Dios le dio la posición de Señor. En cuanto a Su constitución, El es Dios, y en cuanto a Su logros, El es el Señor. El señorío no estaba originalmente presente en la Deidad.

Esta porción de Filipenses 2 es muy difícil de explicar y muy controvertida. Pero al mismo tiempo es un pasaje lleno de divinidad. Tenemos que acercarnos a ese pasaje con nuestros pies descalzos, pues es tierra santa. Parece como si hubiera habido una conferencia de la Deidad en el principio cuando Dios decidió crear el universo. En esta conversación las personas de la Deidad acordaron que el Padre debería representar la autoridad; pero si solamente existiera la autoridad y no la sumisión, la autoridad no podría ser establecida, porque la autoridad no existe aisladamente. Por eso, era necesario que hubiera sumisión en el universo. Dios creó dos clases de seres en el universo: los ángeles, que son espirituales, y el hombre, que es anímico. Dios sabía de antemano que los ángeles se rebelarían y que el hombre caería; por lo cual Su autoridad no podía ser establecida sobre los ángeles ni sobre los descendientes de Adán. Así que, en la Deidad hubo una decisión armoniosa, la cual determinó que la autoridad debería establecerse primero en la Deidad. De ahí en adelante, hubo una distinción en las funciones del Padre y del Hijo. Un día el Hijo voluntariamente se despojó a Sí mismo y llegó a ser un hombre creado, como representación de la sumisión a la autoridad. Las criaturas se habían rebelado; por lo tanto, solamente la sumisión de una criatura podía establecer la autoridad de Dios. El hombre pecó y se rebeló. Por esa razón, solamente por la sumisión de un hombre podía ser establecida la autoridad de Dios. Así que, el Señor vino a la tierra y se hizo hombre; fue una criatura en todo aspecto.

El nacimiento del Señor es el nacimiento de Dios. El no retuvo Su autoridad como Dios, sino que se sometió a las restricciones humanas haciéndose hombre, y aun las restricciones de un siervo. Este fue un paso muy arriesgado que dio el Señor, pues una vez que se despojó de la forma de Dios, existía la posibilidad de que no regresara y permaneciera en Su condición humana. Si no se hubiera sometido, podía aducir la forma de Su deidad para retener Su posición de Hijo. No obstante, en ese caso, el principio de sumisión habría sido roto para siempre. Cuando el Señor se despojó sólo había dos caminos para regresar a su posición inicial. Una era ser un hombre auténtico que se sometiera de una manera absoluta y sin reservas ni rastro de rebelión, siendo obediente paso a paso a fin de permitir que Dios lo regresara a Su posición como Señor. Pero si ser un esclavo era muy difícil para El, si las limitaciones de la carne eran demasiadas y si la sumisión estaba más allá de Su alcance, la única manera de regresar a Su posición inicial habría sido por la fuerza, valiéndose de la autoridad y la gloria que tenía en la Deidad. Pero nuestro Señor rechazó este camino, el cual no debía tomar, y se sometió hasta la muerte. El determinó en Su corazón sujetarse al camino de sumisión hasta la muerte. Debido a que se despojó a Sí mismo, no podía llenarse otra vez por Su cuenta, y jamás vaciló. Ya que se había despojado de Su gloria y Su autoridad divinas, y se mantuvo como siervo, no quiso regresar a Su posición anterior por ningún otro camino que no fuera la sumisión. Antes de regresar, El completó Su obediencia hasta la muerte manteniéndose en la posición de hombre. El pudo regresar a Su posición anterior porque mantuvo una sumisión perfecta y pura. Sufrimiento tras sufrimiento se acumuló sobre El, pero El permaneció completamente sumiso. No hubo ni la más mínima tendencia a rebelarse. Por eso, Dios lo exaltó y le devolvió Su posición como Señor en la Deidad. El no regresó a ser lo que había sido antes, sino que el Padre lo recibió en la Deidad como un HOMBRE. El Hijo llegó a ser Jesús (el Hombre) y fue recibido de nuevo en la Deidad. Ahora sabemos cuán precioso es el nombre de Jesús. En todo el universo no hay otro como El. Cuando el Señor declaró en la cruz: “Consumado es”, no quiso decir solamente que había obtenido la salvación, sino que también había cumplido todo lo que había dicho. Por lo cual El obtuvo un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor. Desde ese momento, El no era solamente Dios, sino también Señor. Su señorío se refiere a Su relación con Dios y a todo lo que logró delante de El. Ser el Cristo alude a Su relación con la iglesia.

En síntesis, cuando el Señor vino de parte de Dios, no trató de regresar por medio de Su deidad; sino que procuró regresar por medio de Su exaltación como hombre. Es así como Dios mantiene el principio de sumisión. No debemos tener ni un ápice de rebelión. Debemos someternos a la autoridad completamente. Este es un asunto bastante delicado. El Señor Jesús regresó al cielo por haberse hecho un hombre y por haberse sometido como tal. El resultado fue que Dios lo exaltó. Debemos afrontar este asunto. En toda la Biblia no existe un pasaje tan misterioso como éste. El Señor se despojó de Su forma divina y no regresó a ella en esa misma forma, porque ya se había vestido de carne. En El no había rasgo alguno de desobediencia; por eso Dios lo exaltó en Su humanidad. El renunció a Su gloria, pero regresó y la reclamó. Todo esto fue cumplido por Dios. Por lo tanto, debemos tener el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús. Todos nosotros debemos tomar el camino que nuestro Señor tomó, siguiendo el principio de la sumisión como nuestro principio para sujetarnos y para ser sumisos los unos para con los otros. Quien conoce este principio se da cuenta de que no hay pecado más terrible que la rebelión y de que no hay nada más importante que la sumisión. Sólo cuando veamos el principio de la sumisión, podremos servir a Dios. Podemos mantener el principio de Dios solamente cuando nos sometemos de la misma manera en que el Señor se sometió. Cuando nos rebelamos, nos hallamos en el mismo principio de Satanás.

APRENDIO LA OBEDIENCIA POR LO QUE SUFRIO

En Hebreos 5:8 se afirma que el Señor aprendió la obediencia por medio de los padecimientos. Los sufrimientos produjeron obediencia en El. La verdadera sumisión se encuentra cuando obedecemos a pesar del sufrimiento. La utilidad de un hombre no depende de si ha sufrido, sino de si ha aprendido la obediencia por medio del sufrimiento. Sólo quienes son obedientes a Dios le son útiles. Si nuestro corazón no ha sido ablandado, los sufrimientos persistirán; por esta razón, nuestro camino es un camino de múltiples sufrimientos. El hombre que anhela la comodidad y el placer no es útil para Dios. Debemos aprender a ser obedientes en los sufrimientos. Cuando el Señor vino a la tierra, no trajo consigo la obediencia; la aprendió por medio de los sufrimientos.

La salvación no sólo trae gozo, sino también sumisión. Si el hombre sólo se interesa por el gozo, no tendrá muchas experiencias espirituales; sólo los que son sumisos experimentarán la plenitud de la salvación. Si no fuera así, cambiaríamos el sentido de la salvación. Necesitamos ser sumisos, de la manera que lo fue el Señor. El vino para ser el autor de nuestra salvación por medio de Su obediencia. Dios nos salva y espera que nos sometamos a Su voluntad. Cuando alguien se encuentra con la autoridad de Dios, descubre que la sumisión es bastante simple, así como conocer Su voluntad, porque el Señor, quien fue sumiso durante toda Su vida, nos dio esa vida de sumisión.

Búsqueda de la verdad de Hebreos del 2024 – Semana 19

Nivel 1 – Estudio Secuencial

Escritura: He. 7:1-10

Estudio-Vida de Hebreos:
E-V de Hebreos, mensaje 33

E-V de Hebreos, mensaje 34


Nivel 2 – Estudio Temático de Hebreos

Semana 19: El Hijo aprende la obediencia y se perfecciona para llegar a ser para todos los que le obedecen fuente de eterna salvació

Escritura: He. 5:1-9

Lectura asignada
(E-V: Estudio-vida, E-C: Estudio-cristalización, CNT: Conclusión del Nuevo Testamento):
La Autoridad y la Sumisión, capitulo 5

Lectura suplementaria:

Versos de referencia para leer (Versión recobró):
He. 5:8 nota “obediente”

Versos para meditar, orar, memorizar y copiar:
He. 7:1-10

Himno sugerido: E582

Preguntas de estudio de nivel 2

  1. ¿Por qué el Hijo necesitaba aprender a obediencia?
  2. ¿Cómo aprendió el Hijo la obediencia?
  3. ¿Por qué es importante la obediencia para Dios?
  4. ¿Cuál es el resultado de nuestra obediencia a Dios?

Acceso a los materiales

Estudio-vida de Hebreos, Mensaje 34

ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE TREINTA Y CUATRO

LA VIDA INDESTRUCTIBLE

En este mensaje abordaremos el tema de la vida indestructible, que es la esencia, el elemento y el constituyente del sacerdocio divino de Cristo. No nos es difícil asimilar el concepto de que el sacerdocio de Cristo es un sacerdocio real, ya que la lógica que lo respalda no es muy profunda. En cambio, sí es muy profundo, afirmar que el sacerdocio divino de Cristo está constituido de la vida, ya que esta vida es su elemento, esencia, componente y constituyente. La lógica que respalda este concepto es muy profunda. Como mencioné en el mensaje anterior, en el sacerdocio divino de Cristo la muerte no tiene cabida. Antes de comenzar a hablar sobre la vida indestructible, necesitamos abundar un poco más acerca del sacerdocio divino de Cristo, en el cual no puede penetrar la muerte.

De acuerdo con las Escrituras, el sacerdocio comprende tres aspectos representados por tres clases de sacerdocios: el sacerdocio aarónico, el sacerdocio real y el sacerdocio divino. El aspecto representado por el sacerdocio aarónico tiene como fin ofrecer sacrificios a Dios por nuestros pecados. Por esta razón, el sacerdocio aarónico se relaciona principalmente con la ofrenda por el pecado. El segundo aspecto, el aspecto relacionado con el sacerdocio real o de realeza, tiene la finalidad de ministrarnos al Dios procesado como nuestro suministro de vida. El tercer aspecto, el cual está relacionado con el sacerdocio divino, tiene como fin salvarnos por completo. Basándonos en esto, usaremos tres palabras para describir estos tres aspectos del sacerdocio: “ofrecer” en relación con el sacerdocio aarónico, “ministrar” en relación con el sacerdocio real y “salvar” en relación con el sacerdocio divino. La acción de ofrecer resuelve el problema del pecado, el acto de ministrar nos imparte al Dios procesado como nuestra suministración diaria y la acción de salvar nos rescata por completo. La salvación que nos brinda el sacerdocio divino nos rescata especialmente de la muerte y de un entorno donde hay muerte.

El sacerdocio aarónico resuelve el problema del pecado, mientras que el sacerdocio real nos ministra al Dios procesado, no como el objeto de nuestra adoración, sino como nuestro deleite para nuestra provisión diaria. La mayoría de los cristianos cuando escuchan la palabra Dios piensan en el objeto de su adoración. No obstante, por ahora, debemos desechar este concepto. Cada vez que escuchemos la palabra Dios, debemos pensar en Aquel que pasó por un proceso para impartirse en nosotros como nuestra suministración diaria. No existe otra mejor forma de adorar a Dios que disfrutarlo a Él como nuestra provisión diaria. Si usted se arrodilla delante de Él, tal vez Él le diga: “Hijo mío, no hagas esto. Yo prefiero ser el pan y vino que tu puedas comer y beber. Cuanto más Me comas y Me bebas, más me adorarás”. La mejor adoración que podemos rendirle a Dios es comerle y beberle. La adoración que verdaderamente satisface el deseo que Dios tiene en Su corazón es que le disfrutemos como nuestra provisión.

El deseo original de Dios según Su eterno plan era que el hombre le comiera y bebiera (Gn. 2:9-10). Según Su plan eterno, Dios deseaba impartirse en el hombre y ser todo para el hombre, a fin de que éste llegara a ser Su plena expresión. Este propósito sólo puede cumplirse mediante el sacerdocio real de Cristo, el cual nos ministra al Dios procesado como nuestra provisión diaria. Sin embargo, antes de que Su propósito se cumpliera, se introdujo el pecado, entonces, el problema del pecado tenía que ser resuelto. Pero, solo resolver el problema del pecado no sería lo que cumpliría el propósito eterno de Dios; más bien, fue algo que tuvo que añadirse después por causa del pecado. El pecado entró con la caída del hombre. A causa de la caída, el pecado se introdujo para frustrar y dañar el propósito de Dios que consistía en ministrarse a Sí mismo en el hombre como su suministro diario. Debido a que Satanás introdujo el pecado para estorbar el propósito de Dios, el problema del pecado tenía que ser resuelto. Esto hizo que el sacerdocio aarónico fuera necesario, pues fue establecido para resolver el problema del pecado. Por lo que, el sacerdocio aarónico no formaba parte del propósito original de Dios, sino que tuvo que ser añadido posteriormente. Muchos cristianos se han olvidado de las cosas iniciales y se concentran en lo que fue añadido después, pues descuidan el sacerdocio real y prestan sólo atención al sacerdocio aarónico. El sacerdocio aarónico resuelve el problema del pecado, mientras que el sacerdocio real lleva a cabo el propósito eterno de Dios. El sacerdocio aarónico quitó el pecado, y el sacerdocio real trajo a Dios como nuestra gracia.

¿Entonces, para qué es necesario el tercer aspecto del sacerdocio, el sacerdocio divino? Si bien es cierto que el pecado ya fue quitado, este trajo una consecuencia trágica: la muerte. Romanos 5 nos dice que el resultado del pecado es muerte. No debemos pensar de la muerte según nuestra perspectiva humana, la cual es muy estrecha. La Biblia nos muestra que la muerte, en su sentido más amplio, incluye la vanidad, la corrupción, el suspirar, la deterioración y el gemir de la vieja creación. Todas las cosas se encuentran en proceso de descomposición. Uno puede tener un cuerpo fuerte, pero poco después éste comienza a deteriorarse. La vanidad, la corrupción, la esclavitud, todo se deteriora y gime, lo cual se presenta detalladamente en Romanos 8. En Romanos 5, encontramos el pecado y la muerte, mientras que en Romanos 8 se mencionan la vanidad, la corrupción, la esclavitud, la deterioración y el gemir de la vieja creación. El universo entero ha sido contaminado por la muerte, la cual es consecuencia del pecado que entró por medio de Adán, la cabeza de la antigua creación. ¿Cuáles son los efectos producidos por la muerte, la cual a su vez se deriva del pecado? Son la corrupción, la vanidad, la descomposición y el gemir de la vieja creación. Romanos 8:22 dice que toda la creación gime a una. ¿Por qué en la actualidad las personas dependen tanto de los deportes y del entretenimiento? Porque ellas, al igual que el resto de la creación, están enfermas y se encuentran gimiendo de dolor. Todas las personas gimen en su interior. Ellas, procurando escapar de este gemir, salen a bailar o participan de otros entretenimientos mundanos. Todos estos entretenimientos no son más que drogas, que como el opio, les alivia temporalmente el dolor de su enfermedad. En realidad, el opio no los sana, sino que simplemente los dopa. El baile, al igual que todos los deportes y entretenimientos, no son más que estupefacientes. Cuando las personas regresan después de un baile o de eventos deportivos, descubren que en su interior todavía siguen gimiendo, y que lo único que les sucedió es que habían estado drogadas. La educación es otro estupefaciente. Aunque usted obtenga el grado más alto de educación, una vez que se gradúe, dirá: “¿De qué sirve esto?”, y arrojará su diploma a la basura. El gemir es uno de los efectos producidos por la muerte.

Es debido a estos efectos generados por la muerte que necesitamos el sacerdocio divino, el cual está lleno de vida y exento de muerte. Cuando uno visita los hogares de algunos queridos santos de la iglesia, no percibe nada más que vanidad, corrupción, deterioración y el gemir de la vieja creación. Si ésta es la condición de su hogar, eso significa que le hace falta el sacerdocio divino. Cuando el sacerdocio divino de Cristo abunda en su hogar, allí no habrá ninguna muerte sino solamente vida. Allí no habrá vanidad, corrupción, deterioración ni el gemir de la vieja creación. Contrario a lo que piensan muchos cristianos, Hebreos 7:25 no nos dice que Cristo nos salva de asuntos como los juegos de azar, sino principalmente de la corrupción, la vanidad, la deterioración y el gemir de la vieja creación. ¡Oh, cuánto necesitamos ser salvos por completo! Cuando usted venga a mi casa, debe encontrar allí alabanzas, realidad, edificación y crecimiento, en vez de gemidos, vanidad, corrupción o deterioración. Ser salvos por completo significa ser salvos de estos derivados de la muerte. Ésta no es la salvación que nos provee el Salvador, sino la salvación que nos otorga el sacerdocio divino.

La palabra griega traducida “por completo” en 7:25, proviene de la misma palabra griega que se traduce “perfección”. Por lo tanto, ser salvos por completo significa ser salvos hasta ser perfectos. ¿Cuál es el grado de perfección al que nos está salvando Cristo? El mismo grado de perfección que Él alcanzó. Por ende, ser salvos por completo significa alcanzar el mismo grado de perfección que Cristo. El divino Hijo de Dios se encarnó, vivió en la tierra, pasó por la muerte, resucitó y fue plenamente perfeccionado para siempre. Eso significa que en el estado de perfección en que Él se encuentra no existe la vanidad, la corrupción, la esclavitud, la deterioración ni el gemir de la vieja creación. En Cristo, el Hijo de Dios perfeccionado, quien fue resucitado y exaltado, ya no existe más el gemir de la vieja creación. ¿Cree usted que dentro de Él todavía se halla la vanidad, la esclavitud, la corrupción o la deterioración? No, pues Él está completamente exento de estas cosas. La vanidad, la decadencia, la esclavitud, la corrupción y el gemir, son todos productos de la muerte. Cristo, quien ha sido perfeccionado, es capaz de salvarnos de todos estos efectos de la muerte y conducirnos a Su perfección. En este maravilloso estado de perfección no existe la vanidad, la corrupción, la esclavitud, la deterioración ni el gemir de la vieja creación. En esto consiste ser salvos por completo, ser salvos hasta la perfección. Esta es la salvación que nos brinda el sacerdocio divino de Cristo.

Cuando Cristo estuvo en la tierra, Él resolvió el problema del pecado y de la muerte. Como vimos en el mensaje treinta y uno, la obra de Cristo tipificada por el sacerdocio aarónico se encontraba en la “planta baja”, mientras que el ministerio de Su sacerdocio real, está en “el segundo piso”, es decir en un plano más elevado. Ahora nos encontramos en el segundo piso disfrutando de Su sacerdocio real. El sacerdocio real no tiene como fin solucionar el problema del pecado. El pecado ya fue quitado, y no se necesita más la ofrenda por el pecado. Esto es lo que quiere decir Hebreos 10:26 cuando dice que “ya no queda sacrificio […] por los pecados”. Aquí, en el segundo piso, estamos disfrutando del sacerdocio real de Cristo, en el cual Él nos ministra a Dios como nuestro deleite para nuestra diaria provisión.

Mientras disfrutamos a Dios quien se suministra a nosotros como Aquel que pasó por un proceso, participamos del sacerdocio divino que reduce, elimina y absorbe todos los efectos producidos por la muerte, como son la vanidad, la corrupción, la esclavitud, la deterioración y el gemir de la vieja creación. Día a día dentro de nosotros se está reduciendo y está siendo absorbida la vanidad y el gemir, y cuanto más participamos del sacerdocio divino de Cristo, menos gemimos. Cuanto más disfrutamos de Su sacerdocio divino, menos suspiramos; en lugar de lamentarnos, damos gritos de júbilo. Lo que más se destaca en algunas reuniones cristianas son los suspiros pues, lo único que uno oye en tales reuniones son suspiros. Pero, cuando entramos a la vida de iglesia y empezamos a decir “Amén”, algunos nos dijeron: “No alcen tanto la voz para decir amén ni griten aleluyas; más bien mantengan un buen orden”. Aquellos que suspiran en sus reuniones todo el tiempo no están ni siquiera en la planta baja, sino en el sótano. Nosotros gritamos en nuestras reuniones porque hemos ascendido al segundo piso. Cuanto más disfrutemos del sacerdocio divino de Cristo, menos suspiraremos y más gritos de júbilo daremos.

Para muchos cristianos solamente existe el sacerdocio aarónico. Cuando predican el evangelio solo se quedan en el nivel del sacerdocio aarónico. ¡Alabado sea el Señor porque ya hemos ascendido al nivel del sacerdocio real y divino de Cristo! El sacerdocio divino está constituido de la vida indestructible. Es por eso que es capaz de salvarnos completamente de todos los efectos producidos por la muerte y llevarnos a la perfección de Cristo.

De acuerdo con Romanos 8, el último paso de la obra que Dios realiza en nosotros es la glorificación. ¿Qué significa ser glorificado? Significa ser completamente saturado del sacerdocio divino. Cuando seamos plenamente saturados del sacerdocio divino, habremos sido glorificados. Ser glorificado también significa ser librado de la vanidad, la corrupción, la esclavitud, la decadencia y el gemir de la vieja creación. Esto es exactamente lo que significa la glorificación mencionada en Romanos 8: la plena filiación, la redención de nuestro cuerpo. La redención de nuestro cuerpo es la transfiguración que rescata nuestro cuerpo de la vanidad, la corrupción y la deterioración de la vieja creación, y lo lleva a un estado en el que es completamente saturado del sacerdocio divino. Así será nuestra glorificación. El sacerdocio aarónico se encuentra en Romanos 3 y 4, el sacerdocio real se halla en Romanos 6 y en la primera mitad de Romanos 8, y el sacerdocio divino lo hallamos desde la segunda mitad hasta el final del capítulo ocho. Hebreos 7 no corresponde a los capítulos tres y cuatro de Romanos, sino a Romanos 6 y a la primera parte de Romanos 8, y finalmente concuerda perfectamente con la segunda mitad de Romanos 8, que trata de la glorificación y de nuestra liberación —de la vanidad, corrupción, esclavitud y deterioración—, que nos conduce a la libertad de la gloria.

Ahora estamos en camino a esta perfección, es decir, nos hallamos en un proceso de perfeccionamiento. Cristo, nuestro Precursor, ya entró en el estado de perfeccionamiento pleno, y nosotros también seremos llevados allí. Seremos salvos por completo. Ser salvos por completo equivale a ser introducidos a la perfección completa de Cristo, donde la vanidad, la corrupción, la esclavitud, la decadencia, el gemir y el suspirar de la vieja creación no tienen cabida. Es así como nos salva el ministerio del sacerdocio divino. Cuando lleguemos a Hebreos 8, veremos que allí se nos presenta a éste ministerio como el más excelente. El ministerio más excelente es el ministerio del sacerdocio real y del sacerdocio divino.

La meta del sacerdocio real es la edificación de Dios. Según Zacarías 6:12-13, Cristo, nuestro real Sacerdote, combina el reinado con el sacerdocio con el propósito de edificar el templo del Señor. Por lo tanto, la meta del sacerdocio real es la edificación de la iglesia, ya que este sacerdocio es el que conserva un buen orden donde puede haber justicia y paz. Este orden de justicia y paz da la oportunidad para que la obra de edificación que Dios realiza siga adelante. Mientras se lleva a cabo el ministerio del sacerdocio real, el sacerdocio divino, el cual está constituido con el elemento de la vida indestructible, se introduce para reducir todos los efectos secundarios producidos por la muerte. Ahora debemos ver en qué consiste esta vida indestructible, el elemento del sacerdocio divino.

I. LA VIDA DE DIOS

En primer lugar, la vida indestructible es la vida de Dios. La expresión “la vida de Dios” se menciona sólo una vez en toda la Biblia, en Efesios 4:18, que dice: “Teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón”. Mientras que los incrédulos están alejados, desvinculados, de la vida de Dios, nosotros estamos unidos a ella, debido a que Dios se ha comprometido al poner Su vida en nuestro ser. La palabra en inglés es articulación, que significa como se entrega un miembro a otro miembro de nuestro cuerpo en virtud de una articulación. La mano, por ejemplo, está entregada al brazo por medio de una articulación. Esto no es solamente un asunto de posición sino que tiene que ver absolutamente con la vida. Ya que la vida de Dios se ha unido a nuestro ser de esta manera, ya no estamos más alejados de la vida de Dios. En 1 Corintios 6:17 dice: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. No debemos considerar insignificante el hecho de que Dios nos haya dado Su vida. Yo creo que en los próximos años el Señor nos mostrará más este asunto en la vida de iglesia. Debemos olvidarnos de todas las enseñanzas humanas que nos dicen que necesitamos tener una buena ética y un buen comportamiento, y centrar nuestra atención en lo que realmente necesitamos: la vida de Dios.

Esta vida es la vida divina. Dígame, ¿es usted un ser humano o un ser divino? La manera correcta de contestar esta pregunta es decir: “Por supuesto, soy un ser humano, pero soy un ser humano que posee la vida divina”. Debemos declararles a todos los ángeles: “Angeles, ¿acaso no saben que yo poseo la vida divina? Ustedes no tienen la vida divina, pero yo sí. Yo tengo la vida de su Creador”. ¡Aleluya! ¡Tenemos la vida divina!

No hay nada que se compare con la vida. La vida es lo mejor de todo el universo. Si desapareciera la vida de la tierra, este planeta quedaría desolado. La tierra es un lugar encantador, hermoso y placentero debido a una sola cosa: la vida. Si no hubiera vida en la tierra, este planeta no tendría propósito alguno. Hoy en día, no solamente tenemos la vida vegetal, la vida animal, la vida angélica y la vida humana, sino la vida más elevada que existe: ¡Tenemos la vida divina! Si viéramos esto, nos quedaríamos locos de gozo y alabanzas.

II. LA VIDA ETERNA

La vida indestructible es también la vida eterna (Jn. 3:16). ¿Qué significa la palabra eterna? Algunas versiones de la Biblia, en lugar de decir “vida eterna”, dicen “vida imperecedera”, lo cual no es acertado. La vida eterna no es simplemente una vida imperecedera, aunque ciertamente incluye esta noción. La vida eterna es la vida más excelente, es una vida sin principio ni fin y que trasciende toda limitación de tiempo y espacio. La vida eterna es una vida tan elevada que no se puede describir adecuadamente; es una vida que está muy por encima de nuestro entendimiento. El sacerdocio divino de Cristo está constituido con esta vida.

III. LA ÚNICA VIDA QUE NO HA SIDO CREADA

Esta vida indestructible es la única vida que no ha sido creada (Jn. 1:4). Todas las especies de vida que existen, desde la vida angélica hasta la vida vegetal, han sido creadas. La única vida que no ha sido creada es la vida indestructible. Esta vida, la vida que no ha sido creada, está siempre creando algo. Está creando algo positivo en nuestra vida de iglesia, en nuestra vida familiar y en nuestra vida cristiana. Día tras día podemos disfrutar de esta vida que, aunque no ha sido creada, tiene la capacidad de crear. Ésta es la vida que poseemos hoy.

IV. ESTA VIDA ES CRISTO MISMO

La vida indestructible es nada menos que Cristo mismo (Jn. 14:6a; 1 Jn. 5:12; Col. 3:4a). Todo aquello que sea inferior a Cristo, quien es Dios mismo, no es la vida indestructible. La vida indestructible no sólo es una vida que tiene sus propias habilidades y capacidades, sino que es una persona maravillosa. Debemos experimentar esta vida día tras día.

V. LA VIDA QUE FUE PUESTA A PRUEBA
EN EL VIVIR HUMANO DE CRISTO

La vida indestructible fue puesta a prueba en el vivir humano de Cristo (Jn. 18:38; 19:4, 6). Esta vida fue probada durante los treinta y tres años y medio que Cristo vivió en la tierra. Al final de la existencia terrenal del Señor, Pilato, un gobernador del Imperio Romano, le hizo las últimas tres pruebas, después de cada una de las cuales declaró: “Ningún delito hallo en este hombre”. ¿Puede usted encontrar alguna otra persona respecto de la cual su conciencia le permita afirmar que no tiene defecto alguno? Aunque mi querida esposa me ama mucho, ella tiene que reconocer que ha encontrado muchos defectos en mí. Yo creo que todas las esposas saben cuáles son los defectos de sus esposos. Aunque ninguno de nosotros pasaría la prueba, el Señor Jesús salió aprobado en cada prueba. La vida que tenemos hoy es la vida que pasó por todo tipo de pruebas. Esta vida es una vida perfecta.

VI. LA VIDA QUE PASÓ POR LA MUERTE

La vida indestructible es una vida que incluso pasó por la muerte (Ap. 1:18). La muerte es poderosa. Cuando la muerte llega, nadie puede resistirla. En todo el universo sólo hay algo más poderoso que la muerte: la vida divina. La vida que es real, es decir, la verdadera vida, no la que es una sombra, es más poderosa que la muerte. ¿Qué es más poderosa, las tinieblas o la luz? La luz es más poderosa porque cuando la luz brilla disipa las tinieblas. ¿Y qué es más poderosa, la vida o la muerte? Alabado sea el Señor porque la vida es más poderosa que la muerte. Es por eso que la vida pudo pasar por la muerte. Esta vida no tuvo ninguna dificultad cuando pasó por la muerte, sino que atravesó por ella como un turista en una excursión por los lugares de interés. Después de que el Señor Jesús murió en la cruz, Él hizo un recorrido por la región de la muerte. Después de visitar esta región y haber hecho un recorrido completo por ella, el Señor simplemente siguió su camino y salió de ella. La muerte no pudo hacer nada con Él. No deberíamos entender esto solamente desde un punto de vista doctrinal. Es preciso que veamos que la vida que pasó por la muerte es la misma vida que poseemos hoy; esta vida está ahora dentro de nosotros.

VII. LA VIDA QUE LA MUERTE NO PUEDE RETENER

La vida indestructible es una vida que la muerte no puede retener (Hch. 2:24). Cuando Cristo estuvo en el Hades, haciendo un recorrido turístico por la región de la muerte, la muerte vigorizó todo su poder para retenerle, pero no pudo. Aunque la muerte trató de retenerle por todos los medios, no lo logró porque esta vida es más poderosa que la muerte.

Tanto la muerte como la vida están presente en todos nosotros. Por ejemplo, enojarnos o resentirnos con los hermanos o hermanas es muerte. No poder alabar, orar o participar en las reuniones también es una señal de muerte. La vida nunca dice: “No puedo”. En el “diccionario” de la vida no existen las palabras: “No puedo”. La vida siempre dice: “Sí puedo. Todo lo puedo: puedo profetizar, puedo orar, puedo gritar, puedo decir amén y puedo alabar”. Siempre que usted dice: “Sí puedo”, será una señal de vida; y siempre que diga: “No puedo”, será una señal de muerte. De ahora en adelante en la vida de iglesia debemos evitar decir: “No puedo”. Si a usted le piden dar un mensaje, debe contestar: “Aleluya, no hay problema, sí puedo hacerlo”. Cada vez que un hermano o hermana dice: “No puedo”, debemos recordarle que esa es una señal de muerte. La muerte dice: “No puedo”, mientras que la vida dice: “Sí puedo”. Para la vida no hay nada imposible, pues la vida todo lo puede. Es la vida la que capacita a los hermanos en las iglesias locales a amarse unos a otros de forma absoluta y perfecta. En Isaías 6:8 el Señor preguntó: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?”. Entonces el profeta Isaías respondió: “Heme aquí, envíame a mí”. Cuando escuchemos al Señor preguntándonos “¿A quién enviaré?” no debemos responder “No, Señor, no a mí” sino que debemos decir “Señor, heme aquí, envíame a mí”. Si todas las iglesias locales entrasen en la vida, la vida de iglesia ascendería por encima de los cielos. Espero que pronto las iglesias sean así. ¡Que todas las iglesias puedan estar en la vida divina!

VIII. LA VIDA DE RESURRECCIÓN

La vida indestructible es la vida de resurrección (Jn. 11:25). ¿Cuál es la diferencia entre la vida y la vida de resurrección? La diferencia es que vida no ha pasado por la prueba de la muerte, es decir, nunca ha pasado por la muerte. Pero la vida de resurrección es la vida que, después de pasar por la muerte y salir de ella, dejó demostrado que la muerte no puede hacerle ningún daño. La vida que hoy poseemos es la vida de resurrección, la vida que habiendo pasado por la muerte ha demostrado que la muerte no puede retenerla.

IX. LA VIDA DE LA CUAL ES EL ESPÍRITU

La vida indestructible es la vida de la cual es el Espíritu (Ro. 8:2). Romanos 8:2 habla del Espíritu de vida. Donde está la vida, está el Espíritu, porque el Espíritu es la esencia de la realidad, la autenticidad y el aspecto práctico de esta vida. Si usted tiene la vida, tiene al Espíritu, y si tiene al Espíritu, tiene la vida. Nunca, jamás, podemos separar la vida del Espíritu.

X. LA VIDA SALVADORA DE CRISTO

La vida indestructible es la vida salvadora de Cristo (Ro. 5:10). Cristo como tal vida salvadora es capaz de salvarnos por completo. Romanos 5:10 dice que fuimos reconciliados mediante la muerte de Cristo y que seremos salvos por Su vida salvadora.

XI. LA VIDA REINANTE

Esta vida es también una vida reinante (Ro. 5:17). No solamente estamos siendo salvos en la vida divina, sino que también estamos reinando en ella. Tenemos una vida que nos entroniza, que nos establece en el trono en calidad de reyes. Ésta es la vida reinante.

XII. LA VIDA DEL ÁRBOL DE LA VIDA

La vida indestructible es la vida del árbol de la vida (Gn. 2:9; Ap. 2:7; 22:2, 14). El árbol de la vida era la vida en el principio, por lo que al comienzo de la Biblia encontramos el árbol de la vida. El árbol de la vida será también la vida por la eternidad. Así pues, en Génesis 2 vemos la vida al comienzo, y luego, en Apocalipsis 22, vemos la vida que perdurará por la eternidad. Por lo tanto, esta vida, la vida eterna sin principio ni fin, es la vida del árbol de la vida.

XIII. LA VIDA INCORRUPTIBLE

La vida indestructible es una vida incorruptible, es decir, sin corrupción alguna (2 Ti. 1:10). Dondequiera que está esta vida, no hay corrupción. La corrupción es uno de los elementos derivados de la muerte, pero el sacerdocio divino, el cual está constituido de una vida indestructible, disminuye toda corrupción.

XIV. LA VIDA INDISOLUBLE, INDESTRUCTIBLE

La vida indestructible es indisoluble (He. 7:16), es decir, no puede ser disuelta. Ciertos compuestos químicos pueden disolverse si uno los deja en algún líquido particular, pero nada puede disolver esta vida indestructible. Por lo tanto, permanecerá igual por siempre. Ésta es la vida que está en nosotros y que podemos disfrutar hoy. A esta vida se le llama la vida indestructible porque nada puede destruirla ni disolverla. Si usted trata de quemarla o vierte agua sobre ella, nada le sucederá. Si trata de matarla, vivirá aún más. Si la pone en una tumba, ésta estallará, y si la pone en el Hades, el Hades será incapaz de retenerla. Ya que esta maravillosa vida está en nosotros, debemos dejar de gemir y de fijarnos en nuestras debilidades. La vida que hemos recibido es una vida indestructible, y nada en la tierra, en el cielo ni en el infierno puede derrotarla. Ésta es la vida de la cual está constituido el sacerdocio divino. El sacerdocio divino de Cristo está constituido de tal maravillosa vida. Por esta razón, el sacerdocio divino es capaz de salvarnos por completo de todos los efectos secundarios producidos por la muerte, y llevarnos al mismo grado de perfección de Cristo, a saber: la glorificación.

Estudio-vida de Hebreos, Mensaje 33

ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE TREINTA Y TRES

UN DIVINO SUMO SACERDOTE QUE ES VIVIENTE
Y CAPAZ DE SALVARNOS

I. UN DIVINO SUMO SACERDOTE

Hebreos 7 es un capítulo acerca del sacerdocio de Cristo, y en él se revelan dos aspectos de Su sacerdocio. El primer aspecto es el sacerdocio real, y el segundo, es el sacerdocio divino. Como vimos en el mensaje anterior, Cristo es un sacerdote real. Su rango es real, es decir, perteneciente a la realeza. Aunque es Sumo Sacerdote, Él no desciende de la tribu de los sacerdotes, sino de la tribu de los reyes, esto es, de la tribu de Judá. Él pertenece a la realeza, lo cual lo constituye un Sacerdote real.

La realeza se relaciona tanto con la justicia como con la paz, porque implica gobierno o autoridad. A fin de que se mantenga la justicia y la paz, se requiere la autoridad. Si Cristo ha de ministrarnos al Dios procesado como nuestro pan y nuestro vino, es imprescindible que haya un ambiente de justicia y paz. Cada vez que nos acerquemos a la mesa del Señor, debemos tener la profunda sensación de que estamos en un ámbito de justicia y paz. Si, p or el contrario, peleamos continuamente unos con otros, en dado caso no habrá justicia ni paz, ni recibiremos la suministración de pan y vino. Para que el Dios procesado nos sea ministrado como nuestro disfrute, debemos tener una buena relación con Dios y con los demás. Cuando todo esté en armonía, habrá paz y en este ambiente de paz, Cristo nos ministrará al Dios procesado. La justicia y la paz proceden de Su realeza, ya que cuando el Rey está presente nadie se atreve a pelear. Todo está en calma. La realeza de Cristo conserva un orden de justicia y paz. Su condición de Rey tiene como fin mantener este orden de justicia y paz.

El segundo aspecto del sacerdocio de Cristo revelado en Hebreos 7 es el sacerdocio divino. La realeza de Cristo tiene que ver con Su condición, mientras que Su divinidad se relaciona con Su constitución, es decir, con el elemento constitutivo básico que lo hace Sumo Sacerdote. El hecho de que Cristo tenga divinidad tiene que ver con Su naturaleza. Cristo es rey según el estatus de Su realeza, y divino según Su naturaleza divina. Él es real debido a que es Rey, y divino debido a que es el Hijo de Dios. Cristo, el Hijo de Dios, no sólo posee realeza, sino también divinidad. Su realeza garantiza un ambiente de justicia y paz en el que Él puede ministrarnos al Dios procesado como nuestro deleite, mientras que Su divinidad le constituye un Sumo Sacerdote viviente y lleno de vida para que pueda ejercer Su sacerdocio perpetuamente.

La divinidad es la naturaleza y la vida de Cristo. Por ser tal persona divina, llena de divinidad, Él es el Viviente. En Cristo como el Sumo Sacerdote real no hay injusticia ni contiendas, sino justicia y paz. En Él como Sumo Sacerdote divino no existe la muerte. Él ha conquistado, subyugado y sorbido la muerte. ¿Por qué decimos que en nuestro Sumo Sacerdote divino no existe la muerte? Porque Él es vida. Cristo es divino. La divinidad es Su misma esencia, naturaleza, elemento y constitución. Su condición de realeza resuelve todos los problemas y mantiene una atmósfera apacible. Pero Él no sólo es real o regio, sino también divino. Puesto que Cristo es divino, dondequiera que Él está, no puede haber muerte. Dondequiera que Él está, se halla la resurrección y la muerte es sorbida. Donde Cristo está, la muerte está ausente. Donde se ejerce el sacerdocio de Cristo no puede existir la muerte. ¿Había oído usted que donde se ejerce el sacerdocio de Cristo no puede haber muerte? La luz es la ausencia de tinieblas, porque donde la luz está presente, las tinieblas están ausentes. Del mismo modo, la presencia de Cristo significa la ausencia de la muerte.

¿Por qué donde está la presencia de Cristo no puede haber muerte? Porque Él es divino. La divinidad es el elemento constitutivo de Su sacerdocio. Su sacerdocio está constituido de Su divinidad. Así como una mesa está hecha de madera, del mismo modo la divinidad es el elemento constitutivo de Cristo como Sumo Sacerdote. Cuando Su ministerio viene, la muerte desaparece. Por un lado, el sacerdocio de Cristo es la ausencia de la muerte y, por otro, es la presencia de la vida. Por consiguiente, el sacerdocio de Cristo es la ausencia de la muerte y la presencia de la vida. Como Sumo Sacerdote real, Cristo nos ministra al Dios procesado, y como Sumo Sacerdote divino, dondequiera que Él está, la vida está presente. Su sacerdocio es la presencia de la vida.

¿Había notado alguna vez los dos aspectos del sacerdocio de Cristo presentados en este capítulo, el aspecto real y el aspecto divino? Tal vez usted se pregunte cómo podemos demostrar que existen estos dos aspectos. Es muy sencillo. En 7:2 tenemos al Rey de justicia y al Rey de paz, y en 7:28 tenemos “al Hijo, hecho perfecto para siempre”. El Hijo de Dios fue designado como Sumo Sacerdote, y el Hijo de Dios es ciertamente divino. Es por eso que al principio de este capítulo tenemos al Rey, y al final tenemos al Hijo de Dios. Aunque estudié por mucho tiempo en este capítulo, nunca logré comprenderlo hasta que un día descubrí las palabras real y divino. Cuando descubrí que la primera parte trata del aspecto real y la segunda del aspecto divino, pude entender claramente el contenido de este capítulo.

Este maravilloso Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec no fue designado “conforme a la ley del mandamiento carnal, sino según el poder de una vida indestructible” (v. 16), pues “nada perfeccionó la ley” (v. 19). Ya que la ley no pudo perfeccionar nada, debemos decirle: “Ley, tú no eres nada. Nunca has beneficiado a nadie. Ley, apártate de mí”. Nuestro Sumo Sacerdote no fue designado conforme a la ley, sino según el poder de una vida indestructible. ¿Quién es Él? Él es el Hijo de Dios. Así que también podemos decir a la ley: “Querida ley, ¿acaso puedes compararte con el Hijo de Dios? Me tuviste engañado por tantos años, haciéndome pensar que valías algo cuando en realidad no vales nada. Pero ahora, ¡tengo la vida!”. Tenemos la vida del Señor, la vida que es el propio Hijo de Dios.

La persona del Hijo de Dios no es tan sencilla, pues comprende dos aspectos. La mayoría de los cristianos solamente saben que el Hijo de Dios es el Hijo unigénito, pero la Biblia también nos dice que Él es el Hijo primogénito. Conforme al primer aspecto Él es el Hijo unigénito, y conforme al segundo aspecto Él es el Hijo primogénito. El Hijo unigénito, quien ha existido desde la eternidad pasada, únicamente poseía divinidad. Pero el Hijo primogénito quien, según Salmos 2 y Hechos 13:33, nació como tal en el día de la resurrección, posee tanto divinidad como humanidad. El día de la resurrección el hombre Jesús nació como Hijo de Dios. Esto no tiene que ver con el hecho de que Él sea el Hijo Unigénito, sino con el hecho de que Él es el Hijo Primogénito.

No piense que esto es meramente una cuestión doctrinal. Más bien, esto tiene que ver con las características que constituyen a Cristo Sumo Sacerdote. Aunque el Hijo unigénito era maravilloso, Él sólo poseía divinidad pero no humanidad, de la cual requería para ser el Sumo Sacerdote. El versículo 28 dice que el Hijo de Dios fue hecho perfecto para siempre, lo cual demuestra que el Hijo de Dios mencionado aquí no es solamente el Hijo Unigénito, sino también el Hijo Primogénito. El Hijo unigénito de Dios no requería ser perfeccionado puesto que Él ya era eternamente perfecto. No obstante, para ser el Hijo primogénito de Dios, Él requería de mucho perfeccionamiento. En primer lugar, en la encarnación Él tuvo que vestirse de humanidad y luego vivir sobre la tierra por treinta y tres años y medio, para pasar por todas las experiencias de la vida humana. Después de esto tuvo que pasar por la muerte; Él gustó dicha muerte y la venció, la subyugó y la sorbió. Luego Él tenía que salir de la muerte en resurrección. De este modo, después de resucitar, Él, como Hijo primogénito de Dios con humanidad, fue plenamente perfeccionado. Ahora, Él no es solamente el eterno unigénito Hijo de Dios, sino también el perfeccionado primogénito Hijo de Dios. Por consiguiente, Él ha sido completamente perfeccionado, equipado y hecho apto para ser nuestro divino Sumo Sacerdote.

¿Cómo Cristo llegó a ser tal Sumo Sacerdote? En la manera de tener Su divinidad encarnada en la humanidad, al vivir en la tierra, al entrar en la muerte y al salir de la misma en resurrección. ¿Quién es Él ahora? Él es el Hijo de Dios en dos aspectos: el Hijo unigénito y el Hijo primogénito. Ahora Él es humano y también divino. Después de haber pasado por encarnación, vivir humano, muerte y resurrección, Él ahora está plenamente equipado y capacitado para ejercer el sacerdocio divino. Este Sumo Sacerdote no sólo está exento de mundanalidad y pecado, sino que en Él no hay absolutamente nada de muerte. La muerte ha sido completamente tragada por Su vida divina.

Cristo vive para siempre. La muerte no pudo impedirle que continuase como Sumo Sacerdote. Todos los sacerdotes levíticos vivían hasta cierta edad y luego morían. La muerte les impedía continuar su servicio sacerdotal. Después de que el primer sumo sacerdote hubo muerto, fue reemplazado por un segundo, quien a su vez, fue reemplazado por un tercero, debido a que la muerte les impedía continuar su oficio como sumos sacerdotes. Además, tales sacerdotes eran incapaces de salvar a otros; de hecho, ni siquiera podían salvarse a sí mismos. Todos ellos eran un caso perdido. En cambio, el sacerdocio de Cristo es diferente. Mientras que el sacerdocio aarónico estaba todavía sujeto a la muerte, en el sacerdocio según el orden de Melquisedec, es la ausencia de la muerte, puesto que está constituido del elemento de la vida divina. La vida de la cual este sacerdocio está constituido, es una vida que pasó por la muerte y la sorbió. Por tanto, se trata de una vida indestructible. ¿Cómo sabemos que esta vida es indestructible? Porque fue puesta a prueba por todos y en todo tipo de ambientes. Fue probada por la madre del Señor en la carne, por todos los miembros de Su familia carnal, por todos los sufrimientos de Su vida humana y por todas las tentaciones de Satanás, el diablo. Finalmente, pasó por la prueba de la muerte, la tumba, el Hades y el poder de las tinieblas. Esta vida fue probada en todo, y nada pudo destruirla; por ende, es absolutamente indestructible. Dicha vida es el elemento del cual está constituido nuestro Sumo Sacerdote.

El sacerdocio real de Cristo nos ministra a Dios y Su sacerdocio divino nos salva. El versículo 25 dice: “Por lo cual puede también salvar por completo a los que por Él se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos”. ¿Por qué es capaz de salvarnos por completo? Porque Él es viviente y porque Él mismo es la vida indestructible. Nada puede destruirlo. Aunque yo tuviera el deseo de salvarlos a todos ustedes, fácilmente puedo ser destruido y eliminado. Pero Cristo puede salvarnos por completo porque Su sacerdocio está constituido de una vida indestructible. Sea cual fuere la situación o condición en la que nos encontremos, podemos decirle a Satanás: “Satanás, haz lo que quieras. Puedes enviar todos tus ejércitos contra mí. No les temo, porque el sacerdocio divino me protege”. ¿En qué consiste el sacerdocio divino? En el poder salvador de la vida indestructible. Mientras que el ministerio del Sumo Sacerdote real consiste en ministrarnos al Dios procesado como nuestro deleite (no en ofrecer sacrificios a Dios por nuestros pecados), la obra del Sumo Sacerdote divino consiste principalmente en salvarnos.

A. Un cambio de sacerdocio

1. Del orden de Aarón al orden de Melquisedec

El versículo 12 nos dice que hubo un cambio de sacerdocio. En primer lugar, hubo un cambio del orden de Aarón al orden de Melquisedec (vs. 11, 15, 17). En el antiguo pacto, el sacerdocio era según el orden de Aarón, el cual a menudo era interrumpido por la muerte. Pero en el nuevo pacto, el sacerdocio ha cambiado al orden de Melquisedec, el cual es perpetuo.

2. De la tribu sacerdotal de Leví,
a la tribu real de Judá

Hubo también un cambio de sacerdocio de la tribu sacerdotal de Leví, a la tribu real de Judá (vs. 13-14). En el Antiguo Testamento, Leví era la tribu de los sacerdotes, y Judá era la tribu de los reyes. El Señor, por ser descendiente de la tribu de Judá, realizó un cambio al combinar en una sola tribu el sacerdocio y el reinado (Zac. 6:13), como también se manifestó en Melquisedec, quien era tanto sumo sacerdote como rey (v. 1).

3. De los hombres al Hijo de Dios

El versículo 28 indica que también en el sacerdocio hubo un cambio de los hombres al Hijo de Dios. Todos los hombres que eran sacerdotes en el Antiguo Testamento eran frágiles y estaban sujetos a muerte, pero el Hijo de Dios es eterno y vive para siempre. Él es tanto el Hijo unigénito como el Hijo primogénito de Dios y, como tal, es la vida misma de la cual está constituido el sacerdocio del nuevo pacto. En el sacerdocio ha habido un cambio de los hombres a esta Persona maravillosa, quien es tanto el Hijo unigénito como el Hijo primogénito de Dios. En esta Persona se incluye la divinidad encarnada y la humanidad elevada, así como la vida humana, la muerte todo-inclusiva y la resurrección. También en Él se incluye el nacimiento divino del Hijo primogénito de Dios, el nacimiento que produjo a los muchos hijos de Dios. En el nuevo pacto el sacerdocio ha sido transferido a esta persona.

4. Es necesario que haya también cambio de ley

El versículo 12 dice: “Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley”. En el sacerdocio del antiguo pacto había una antigua ley. Pero ahora, en el sacerdocio del nuevo pacto, debe existir una nueva ley. Por lo tanto, es necesario que haya también cambio de ley.

a. De la ley del mandamiento a la ley de vida

El cambio de ley consiste en un cambio de la ley de la letra a la ley de vida, según la cual Cristo fue designado viviente y eterno Sumo Sacerdote (v. 16). Cristo no fue designado Sumo Sacerdote según la ley de la letra, sino según el poder de una vida indestructible. El sacerdocio de Cristo según el nuevo pacto no tiene que ver con la letra sino con la vida. Cristo como nuestro Sumo Sacerdote ahora cuida de nosotros con Su vida indestructible. Aun así, muchos cristianos prefieren regresar a la ley de los mandamientos que quedó del otro lado del río. Por la misericordia del Señor hemos cruzado el río, de la orilla de la letra, a la orilla de la vida. Es en esta vida eterna e indestructible que podemos participar y disfrutar hoy del sacerdocio de Cristo.

b. Del mandamiento débil e inútil a una mejor esperanza

Los versículos 18 y 19 dicen: “En efecto, por un lado, se ha quitado de en medio el mandamiento anterior a causa de su debilidad e inutilidad (pues nada perfeccionó la ley), y por otro lado, es introducida en su lugar una mejor esperanza mediante la cual nos acercamos a Dios”. El mandamiento o los reglamentos de la ley con respecto al sacerdocio levítico, fue quitado de en medio porque era meramente letra y por lo tanto débil. No estaba relacionado con la vida, sino que era un mandamiento muerto en la letra; y por esto mismo, no traía provecho. Por causa de la debilidad del hombre, la ley no perfeccionó nada (Ro. 8:3).

El cambio de ley anula la antigua ley e introduce una esperanza mejor. ¿A qué se refiere esta mejor esperanza? Al sacerdocio en vida. Esta esperanza depende principalmente de la vida, de la vida indestructible. Ya que el sacerdocio que cuida de nosotros se lleva a cabo en dicha vida, estamos llenos de esperanza. Si cuando usted se siente débil considera una mentira ese sentimiento, eso indica que usted está lleno de esperanza. Si su esposa le dice que usted está débil, debe contestarle: “Eso es una mentira, querida esposa. Espera un poco y verás que soy un guerrero poderoso como lo era Abraham. Yo estoy lleno de esperanza debido al sacerdocio de mi Melquisedec”. Si usted declara esto, eso significa que lo llena una mejor esperanza. Esta mejor esperanza es el sacerdocio en vida. Mientras haya vida, hay esperanza. Sólo una persona muerta no tiene esperanza. En tanto que estemos vivos, tenemos cierta medida de esperanza. El cambio de ley anula la letra muerta y trae consigo la esperanza en vida. No nos desanimemos jamás, pues tenemos una mejor esperanza. Tenemos el sacerdocio de la vida indestructible.

Muchas veces me han dicho: “Hermano Lee, nunca lo hemos visto preocupado. ¿Acaso nunca enfrenta pruebas ni problemas en su vida cristiana?”. Yo tengo tantos problemas como cualquiera de ustedes. La única diferencia es que yo no creo en mis problemas; yo creo en mi esperanza. Dentro de mí, reside una mejor esperanza. Todos tenemos tal esperanza porque la ley conforme a la cual ha sido constituido el sacerdocio que nos cuida, ha cambiado del mandamiento débil e inútil a una vida indestructible.

B. Cristo, como el Hijo unigénito y el Hijo primogénito de Dios, llega a ser Sumo Sacerdote

El hecho de que Cristo sea tanto el Hijo unigénito como el Hijo primogénito de Dios lo constituyen a Él Sumo Sacerdote (v. 28). Él vino a ser nuestro Sumo Sacerdote debido a reúne estos dos requisitos. Para que Cristo pudiera ser nuestro Sumo Sacerdote era necesario que Él fuera tanto el Hijo unigénito como el Hijo primogénito de Dios.

1. Él fue designado según el poder
de una vida indestructible

Cristo fue designado Sumo Sacerdote no según la impotente ley de la letra, sino conforme al potente elemento de una vida indestructible (v. 16), la cual no puede ser disuelta. Esta vida no tiene fin, ya que es la vida eterna, divina e increada, la vida de resurrección, que pasó a través de la prueba de la muerte y el Hades (Hch. 2:24; Ap. 1:18). Cristo ministra hoy como nuestro Sumo Sacerdote por medio de tal vida. Por lo tanto, Él puede salvarnos por completo (v. 25). Cristo como nuestro Sumo Sacerdote es el viviente Hijo de Dios mismo. Él es poderoso. Por un lado, Él está en el cielo, y por otro, Él está en nuestro espíritu. Entre estos dos, entre el cielo y nuestro espíritu, hay un tráfico sobre la escalera celestial, debido a que Su sacerdocio está fluyendo continuamente del trono a nuestro espíritu. No es el fluir del conocimiento, sino el fluir del poder de una vida indestructible.

2. Él fue designado con el juramento de Dios

Cristo, como Hijo unigénito e Hijo primogénito de Dios, fue designado Sumo Sacerdote con el juramento de Dios (vs. 20-21, 28). Ninguno de los sacerdotes levíticos fue jamás establecido con el juramento de Dios. Según el salmo 110, Dios juró hacer a Cristo Sumo Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. En Hebreos 7 el escritor cita el juramento emitido en el salmo 110. Esto es muy importante, pues demuestra que la designación de Cristo como Sumo Sacerdote se consumó con el juramento de Dios.

3. Él fue hecho perfecto para siempre

En el versículo 28 vemos que Cristo fue hecho perfecto para siempre. Ya hemos mencionado que Cristo, como Hijo unigénito de Dios, no necesitaba ser perfeccionado. No obstante, Él sí necesitaba ser perfeccionado para llegar a ser el Hijo primogénito de Dios. Fue después de Su resurrección que Él fue perfeccionado para siempre. Ahora Él ha sido completado, equipado y hecho apto para ser nuestro Sumo Sacerdote por la eternidad. Podemos confiar en Él plenamente debido a que ha sido perfeccionado.

4. Él fue hecho fiador de un mejor pacto

El versículo 22 dice: “Tanto más Jesús es hecho fiador de un mejor pacto”. Cristo ha sido hecho fiador de un mejor pacto basado en el hecho de que Él es el viviente y eterno Sumo Sacerdote. La raíz de la palabra griega traducida “fiador” es una extremidad, una parte del cuerpo. El significado aquí es que un miembro del cuerpo se compromete a servir al cuerpo. Por ejemplo, supongamos que mi mano se compromete a servir al brazo en todo. Este compromiso es una especie de garantía. De igual forma, la palabra fiador en este versículo implica que Cristo se ha comprometido a ser el fiador del nuevo pacto y de todos nosotros. Él es el fiador, la garantía, de que hará todo lo necesario para cumplir el nuevo pacto.

Una vez que mi mano se compromete con mi brazo, se convierte en el fiador que garantiza que servirá al brazo. Aun si la mano no quisiera hacer nada por el brazo, de todos modos está obligada a hacerlo por haberse comprometido con él. Por supuesto, Cristo nunca se negaría a hacer algo que nos sea de provecho. Pero aun si quisiera negarse, no podría hacerlo puesto que ya se comprometió a ser fiador del nuevo pacto y de todos los que nos hemos acogido a este pacto. Por tanto, Él está obligado a actuar a nuestro favor.

Éste es un pensamiento muy profundo y está totalmente relacionado con la vida. ¿Se ha dado cuenta de que su vida física ha hecho un compromiso con usted? Sea que su vida física quiera servirlo o no, tiene que hacerlo, porque lo ata este compromiso. Por consiguiente, nuestra vida física es en sí mismo el fiador que nos promete que todo lo que haga, lo hará en beneficio nuestro. Ha hecho un compromiso para hacer eso.

De la misma manera, Cristo ha firmado un contrato. ¿De que manera lo firmó? En el momento en que Cristo se comprometió a ser fiador del nuevo pacto y de nosotros. Ya Él no puede retractarse, pues es demasiado tarde para eso. Sea que entendamos esto o no, y sea que Él esté dispuesto o no, de todos modos Él está obligado a cumplir lo que se comprometió a hacer. Por tanto, Él es el fiador del nuevo pacto. El hecho de que Él sea fiador depende absolutamente de Su sacerdocio divino.

Ahora bien, mi mano puede haberse comprometido con mi brazo; sin embargo, tiene sus limitaciones. Tal vez sea capaz de cargar un libro, pero no una mesa pesada. No obstante, Cristo no tiene ninguna clase de limitaciones. Por lo tanto, no hay nada que le impida guardar Su compromiso. El Cristo que se ha comprometido con nosotros es ilimitado. Él lo hará todo y es capaz de hacerlo todo por nosotros. Como fiador, Él es poderoso, competente y capaz. Él está siempre disponible y es poderoso para cumplir todo lo que ha prometido.

Supongamos que un amigo le pidiera servir de fiador en un préstamo bancario. Si el gerente del banco supiera que usted tiene muy poco dinero, no le permitirá ser fiador, aun cuando usted le prometa cumplir fielmente su compromiso. En cambio, Cristo tiene billones de recursos. Cuando Él prometió ser fiador, eso lo incluía todo. Por lo tanto, el nuevo pacto, el pacto establecido conforme a la ley de vida, nunca puede fallar, puesto que tiene a Cristo por Fiador. Por tanto, todo lo que se incluye en este pacto será cumplido. No tendremos que cumplirlo nosotros, sino nuestro Fiador. Cristo no sólo da consumación al nuevo pacto, sino que además es el Fiador o la garantía de que todo lo que este pacto incluye será cumplido.

II. UN SUMO SACERDOTE VIVIENTE

Cristo es tan competente debido a que es viviente (v. 25). Él está disponible y es tan eficaz debido a que es viviente. Todo lo que Él puede hacer depende de una sola cosa: de que Él es viviente.

A. Su sacerdocio permanece para siempre puesto que no puede ser interrumpido por la muerte

Debido a que Cristo es viviente, puede continuar Su sacerdocio para siempre sin que la muerte se lo impida (vs. 23-24). En tiempos del Antiguo Testamento, la muerte impedía a todos los sacerdotes continuar su sacerdocio. Sin embargo, la muerte nunca puede interrumpir el sacerdocio de Cristo, puesto que Él vive para siempre.

B. Su sacerdocio es inmutable

El sacerdocio de Cristo es inmutable, es decir, no puede ser alterado. Lo que Él es, permanece igual por siempre. Él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (13:8), y así también es Su sacerdocio.

III. UN SUMO SACERDOTE
QUE ES CAPAZ DE SALVARNOS

A. Él puede salvarnos por completo

El versículo 25 nos dice que Cristo es capaz de salvarnos por completo. La frase por completo también puede traducirse íntegramente, enteramente, perfectamente, hasta el fin y por la eternidad. Ya que Cristo vive para siempre y es inmutable, puede salvarnos por completo en grado, tiempo y espacio. Su salvación es completa en estas tres dimensiones.

B. Él nos salva al interceder por nosotros

Cristo puede salvarnos porque intercede por nosotros. Cristo como nuestro Sumo Sacerdote toma nuestro caso intercediendo por nosotros. Él se presenta delante de Dios a nuestro favor y ora por nosotros para que seamos salvos e introducidos completamente en el propósito eterno de Dios. Quizás digamos que nunca hemos sentido Su intercesión por nosotros. No obstante, no es necesario que nos percatemos de este hecho. ¿Qué provecho sacaríamos? Así que no tratemos de percatarnos de su intercesión. Simplemente descansemos en este hecho, confiemos en que es así y disfrutemos de esta realidad. Tengamos la certeza de que nuestro divino Sumo Sacerdote no cesa de interceder por nosotros. Por experiencia, me he dado cuenta de que muchas veces he sido salvo por Su intercesión. Tenemos un intercesor perpetuo, inmutable y eterno.

Nuestro divino Sumo Sacerdote intercede por nosotros constantemente, pues sabe cuán fácilmente podemos caer y permanecer en nuestra condición caída. Tarde o temprano Su intercesión nos derrotará, nos subyugará y nos salvará. Si esto no ocurre hoy ni mañana, sucederá el próximo año o en la era siguiente o, a más tardar, sucederá cuando venga el cielo nuevo y la tierra nueva. Finalmente, todos seremos completamente subyugados y salvos por Su intercesión. Dios le ha designado para que cuide de nosotros, y ahora mismo Él nos está cuidando al interceder por nosotros. Aunque tal vez usted se olvide de que invocó Su nombre, Él no lo olvidará. Él está intercediendo por usted y lo salvará por completo.

C. Un Sumo Sacerdote como Él nos convenía

1. Santo, inocente, incontaminado
y apartado de los pecadores

El versículo 26 nos dice que “tal Sumo Sacerdote también nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores”. Cristo es santo, inocente, incontaminado y apartado de los pecadores. Puesto que es tan perfecto, Él ciertamente nos convenía. Debido a que tenemos una naturaleza caída y corrupta, necesitamos de tal Sumo Sacerdote para que nos salve en todo momento.

2. Encumbrado por encima de los cielos

El versículo 26 también dice que Él ha sido “encumbrado por encima de los cielos”. Cristo, en Su ascensión, traspasó los cielos (4:14), así que ahora Él no sólo está en el cielo (9:24), sino que también está “por encima de los cielos”, muy “por encima de todos los cielos” (Ef. 4:10). ¿Cuán grandes son nuestros problemas? ¿Tiene usted algún problema que sea más alto que los cielos? Ya que nuestro Sumo Sacerdote está por encima de todos los cielos, Él es capaz de rescatarnos y salvarnos por completo.

3. Se ofreció a Sí mismo por nuestros pecados
una vez y para siempre

El versículo 27 dice que nuestro Sumo Sacerdote “no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a Sí mismo”. Esto no se refiere a algo que Cristo esté haciendo hoy, sino a lo que Él hizo en el pasado. Este versículo nos garantiza que el pecado no nos perturbará más, debido a que Cristo se ofreció a Sí mismo por nuestros pecados una vez y para siempre. En la cruz Él resolvió el problema del pecado una vez y para siempre. Ahora, desde el trono, Él lleva a cabo Su sacerdocio perpetuamente. ¡Cuán maravilloso es tener tal Sumo Sacerdote real y divino!

Búsqueda de la verdad de Hebreos del 2024 – Semana 18

Nivel 1 – Estudio Secuencial

Escritura: He. 6:11-20

Estudio-Vida de Hebreos:
E-V de Hebreos, mensaje 31

E-V de Hebreos, mensaje 32


Nivel 2 – Estudio Temático de Hebreos

Semana 18: Avanzando con confianza al Trono de la Gracia

Escritura: He. 4:14-16

Lectura asignada
(E-V: Estudio-vida, E-C: Estudio-cristalización, CNT: Conclusión del Nuevo Testamento):
E-V de Hebreos, mensaje 27

Lectura suplementaria:

Versos de referencia para leer (Versión recobró):
He. 4:16 nota “Trono”

Versos para meditar, orar, memorizar y copiar:
He. 6:11-20

Himno sugerido: E1219

Preguntas de estudio de nivel 2

  1. ¿Qué significa “”retener la confesión”” en He. 4:14?
  2. ¿Por qué los creyentes hebreos necesitaban comfianza para acercarse al trono de la gracia?
  3. En él. 4:16, ¿qué significa hallar gracia?
  4. ¿Cuál es su comprensión de la frase “oportuno socorro” en He. 4:16?

Acceso a los materiales

Estudio-vida de Hebreos, Mensaje 32

ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE TREINTA Y DOS

UN GRAN SUMO SACERDOTE REAL Y PERPETUO

En el mensaje anterior dijimos que nuestro Cristo es subjetivamente objetivo. Pero ¿qué queremos decir con esto? Este tema es muy emocionante. Cierta noche, en 1968, un hermano me dijo: “Hermano Lee, en todos los Estados Unidos, los predicadores, pastores y ministros, han estado diciendo a la gente por muchos años que deben acudir al Señor que está en los cielos. Pero desde que usted llegó a este país, nos ha estado diciendo que debemos volvernos a nuestro espíritu donde podemos reunirnos con el Señor, lo cual es absolutamente diferente. Tal parece que hay dos direcciones”. Sí, indudablemente existen dos direcciones. Como indicamos en el mensaje anterior, el Señor no está más aquí en la tierra, sino en el trono celestial. No hay ninguna duda al respecto. Pero si el Señor estuviera solamente en el trono en el cielo, ¿cómo podría la gente aquí en la tierra tenerlo como su vida? Si Él estuviera solamente en el cielo, estaría demasiado lejos para tenerlo como nuestra vida y nuestra provisión de vida diaria. ¿Cómo podría el Señor, quien de hecho es objetivo, hacerse subjetivo para nosotros en nuestra vida cotidiana? Ésta es la pregunta que debemos contestar.

El secreto para poder contestar esta pregunta se halla en el libro de Hebreos. Específicamente, se halla en 4:12, que habla acerca de la separación del alma y el espíritu. Al parecer, el escritor comienza a hablar de este asunto de un momento a otro y sin ningún motivo. El capítulo 4 habla acerca del reposo sabático y, doctrinalmente, no parece haber ninguna relación entre el reposo sabático y nuestro espíritu humano. Una cosa es el reposo sabático y otra cosa es nuestro espíritu. Estas dos cosas no parecen guardar ninguna relación entre sí. Pero Hebreos 4:14 prosigue diciendo que tenemos “un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios”, y luego el versículo 16 nos exhorta a acercarnos “confiadamente al trono de la gracia”. Ya que nuestro gran Sumo Sacerdote se encuentra en el trono celestial, ¿cómo podemos tocarlo? ¿Cómo podemos experimentarlo?

El escritor de Hebreos nos exhorta diciendo: “Acerquémonos”. Quisiera decir algo respecto a esta palabra. Esta palabra se usa varias veces en el libro de Hebreos: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia” (4:16); “Acerquémonos al Lugar Santísimo” (10:22); “Los que por Él se acercan a Dios” (7:25); y “El que se acerca a Dios” (11:6). Debemos, por tanto, acercarnos a tres cosas: al Lugar Santísimo, al trono de la gracia y a Dios mismo. No retroceda, más bien, acérquese. En griego la palabra acerquémonos es también una sola palabra. La mayoría de la versiones traducen esta palabra como “aproximémonos” o “acerquémonos”. Sin embargo, según el mejor lexicón griego, el significado más básico de este término es el de “venir adelante”.

Debemos comprender el contexto en que se escribió el libro de Hebreos. Como ya hemos visto, los destinatarios de este libro, los creyentes hebreos, estaban en peligro de retroceder. Puesto que se hallaban indecisos y vacilantes, el propósito de este libro era animarlos a que se acercaran. El escritor no les dijo que avanzaran, sino que se acercaran, lo cual indica que el escritor mismo ya se hallaba en ese lugar particular y que su deseo era que quienes leyeran esta epístola vinieran adonde él estaba. Así que les dijo que se acercaran al Lugar Santísimo, al trono de la gracia y a Dios mismo. ¿Dónde está Dios? Él está sentado en el trono de la gracia. ¿Dónde está el trono de la gracia? En el Lugar Santísimo. Mientras escribía este libro, el escritor estaba en el Lugar Santísimo, llamando a los creyentes hebreos a que se acercaran allí.

He aquí un problema: ¿dónde están el Lugar Santísimo y el trono de la gracia? Basándonos en nuestra experiencia, diríamos que estos dos están unidos a nuestro espíritu. Si el Lugar Santísimo así como el trono de la gracia están unidos a nuestro espíritu, entonces indudablemente Dios debe estar en nuestro espíritu, puesto que Él está en el trono de la gracia. Siempre y cuando el Lugar Santísimo y el trono de la gracia estén unidos a nuestro espíritu, Dios estará también en nuestro espíritu.

Si usted consulta con muchos cristianos, preguntándoles dónde están el Lugar Santísimo y el trono de la gracia, ellos le dirán que están en el cielo. Hay una base sólida en la Biblia que nos permite afirmar esto. Doctrinalmente, es completamente válido decir esto. No obstante, tenemos que hacernos la siguiente pregunta: Si el trono de la gracia está en el cielo y nosotros estamos en la tierra, ¿cómo entonces podemos acercarnos al trono? ¿Existe alguna forma en que nosotros, que estamos en la tierra, podamos tocar el trono de la gracia, que está en el cielo? Según su propia teología, muchos cristianos no tienen ninguna posibilidad de tocar el trono de la gracia hoy. El trono de la gracia se encuentra muy lejos de ellos y, de igual forma, el Lugar Santísimo, que está en el cielo, también está muy distante de ellos. Es cierto que doctrinalmente el Lugar Santísimo y el trono de la gracia están en el cielo. Pero dado que nosotros estamos en la tierra, ¿cómo podemos hoy en día entrar al Lugar Santísimo y tocar el trono de la gracia? Del mismo modo, ya que hoy Cristo está en el trono celestial objetivamente, ¿cómo puede este Cristo objetivo convertirse en nuestra experiencia subjetiva? Según las enseñanzas objetivas esto no es posible.

La Biblia habla acerca de un lugar llamado Bet-el, que es la casa de Dios (v. 19). En este lugar hay una escalera que une la tierra con el cielo (v. 12), y por esta escalera los ángeles de Dios ascienden y descienden. Esto indica que esta escalera une la tierra con el cielo y el cielo con la tierra. Entre la tierra y el cielo hay un gran tráfico, gran movimiento, tal como lo indica el ascender y descender de los ángeles. Este tráfico no sucede en cualquier lugar de la tierra, sino en este lugar especial llamado Bet-el, la casa de Dios.

Podemos usar la electricidad como un ejemplo del tráfico que se lleva a cabo entre la tierra y el cielo. La central de energía eléctrica puede estar muy lejos de su casa; pero existe un fluir eléctrico, un tráfico eléctrico entre la hidroeléctrica y su casa. Los cables de energía son los que conducen la electricidad desde la planta eléctrica hasta su casa. De la misma forma, hay mucho tráfico, mucho movimiento entre la tierra y el cielo. Cristo es la escalera que hace posible este tráfico. Sobre esta escalera hay muchas cosas que ascienden y descienden, muchas cosas van y venen. Y esta escalera está en la casa de Dios.

Sin embargo, todo lo que hemos dicho hasta ahora aún está en el campo de la doctrina. ¿Dónde está la casa de Dios en la tierra hoy? Después de estudiar la Biblia por muchos años, finalmente llegué a la conclusión que hoy en día Bet-el, la casa de Dios, se encuentra en nuestro espíritu. Efesios 2:22 afirma que nosotros somos “juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. La iglesia hoy es la morada de Dios, la casa de Dios, y ésta se halla en nuestro espíritu. Cuando nosotros, quienes conformamos la iglesia, nos reunimos en nuestro espíritu, ciertamente allí está Bet-el, la casa de Dios. Entonces inmediatamente ese lugar se une con el cielo, porque es allí donde está la escalera que une la tierra con el cielo y que trae el cielo a la tierra. Espontáneamente, tenemos un tráfico, un movimiento, entre la tierra y el cielo. Sin embargo, cada vez que nos salimos de nuestro espíritu, y caemos en nuestra mente y en nuestra parte emotiva, Bet-el desaparece. ¿Dónde está Bet-el hoy? Está en nuestro espíritu. Ya que Bet-el, la casa de Dios, está en nuestro espíritu, nuestro espíritu es el lugar donde Cristo, la escalera celestial, nos une con el cielo y trae el cielo a nosotros. Según esta revelación y nuestra experiencia, podemos afirmar con toda confianza que el Lugar Santísimo y el trono de la gracia están unidos a nuestro espíritu.

Por esta razón, el escritor de Hebreos nos dijo en 4:12 que primero nuestro espíritu debía ser separado de nuestra alma, y que después podríamos acercarnos al Lugar Santísimo, al trono de la gracia y al propio Dios, quien está en el trono de la gracia en el Lugar Santísimo. El secreto de esta experiencia es la separación entre el alma y el espíritu.

¿Es Cristo una persona objetiva para nosotros? Sí, es un hecho que Él es objetivo. No obstante, en nuestra experiencia, Él es subjetivamente objetivo. Él es objetivo porque está en el cielo. Pero nosotros no necesitamos ir al cielo para experimentarlo. Mientras estamos en la tierra hoy, podemos experimentar en nuestro espíritu al Cristo que está en el cielo. Ciertamente Cristo es objetivo, pero la experiencia que tenemos de Cristo es subjetiva. Tenemos la experiencia subjetiva del Cristo objetivo. ¿Cómo puede el Cristo objetivo transmitirse a nuestra experiencia subjetiva? Por medio de la escalera celestial que nos une con el cielo y que trae el cielo a nosotros. ¿Cómo puede la electricidad “objetiva” que está tan lejos en la planta eléctrica, llegar a ser la electricidad “subjetiva” que usamos en nuestros hogares? Por medio de los cables que conducen la electricidad desde la central de energía hasta nuestras casas. En realidad, la electricidad “objetiva” se encuentra en la hidroeléctrica, pero es “subjetiva” en el momento de usarla cuando se encuentra en nuestros hogares. Es así como podemos experimentar subjetivamente al Cristo objetivo. Mientras estamos en la tierra podemos experimentar al Cristo que está en el cielo. Esto es maravilloso. Día tras día, yo puedo experimentar al Cristo que está en el cielo. Así, aunque Él es una persona objetiva, en mi experiencia, Él es subjetivo.

¿Dónde está Cristo hoy? No podemos contestar esta pregunta de una manera sencilla. Debemos decir que, de hecho, Cristo está de forma objetiva en los cielos, pero que, según nuestra experiencia, Él está en nuestro espíritu de forma subjetiva. De este modo, el Cristo objetivo que está en los cielos llega a ser nuestra experiencia subjetiva en nuestro espíritu. En el mensaje anterior vimos que necesitamos estar en el “segundo piso” a fin de experimentar a Cristo. ¿Dónde está este segundo piso? Se encuentra unido a nuestro espíritu. Ya que este segundo piso está unido a nuestro espíritu, debemos volvernos a nuestro espíritu para experimentar al Cristo mismo que está en los cielos.

I. UN SUMO SACERDOTE REAL

El Cristo que está en el cielo, a quien podemos experimentar subjetivamente en nuestro espíritu, es principalmente el Sumo Sacerdote. El libro de Hebreos se enfoca principalmente en el Cristo celestial, y el aspecto principal de este Cristo es que Él es el Sumo Sacerdote. Lo primordial no es el hecho de que Cristo sea el Salvador o el Redentor, sino el hecho de que Él, como el Cristo celestial, es el Sumo Sacerdote. Es por eso que el libro de Hebreos se ocupa principalmente del sacerdocio de Cristo. Por favor recuerden las siguientes declaraciones: el enfoque de Hebreos es el Cristo celestial; el aspecto principal acerca del Cristo celestial es que Él es el Sumo Sacerdote; y Hebreos se ocupa principalmente del sacerdocio de Cristo.

Entre la mayoría de los cristianos, se tiene muy en poco el sacerdocio de Cristo. Por lo general, cuando la mayoría de ellos habla acerca de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote, todavía conservan el concepto de que Él es un Sumo Sacerdote que ofrece sacrificios a Dios por nuestros pecados. Esto por supuesto es correcto, pero sólo presenta el lado negativo. Cristo como el Sumo Sacerdote que ofrece sacrificios a Dios por nuestros pecados es tipificado por Aarón. Esto es con respecto al pasado. Hoy en día Cristo no está ofreciendo más sacrificios a Dios por nuestros pecados, sino que está ministrándonos a Dios como nuestro suministro. En el pasado, Cristo ofreció sacrificios a Dios por nuestros pecados según está tipificado por Aarón. Pero ahora Él está ministrándonos a Dios como nuestro suministro según el orden de Melquisedec.

Este hecho se ve claramente cuando Melquisedec vino al encuentro de Abraham (Gn. 14:18-22). La primera vez que se menciona la palabra sacerdote en la Biblia se refiere a Melquisedec. Melquisedec era el sacerdote del Dios Altísimo. Como tal sacerdote, Melquisedec no ofreció sacrificios a Dios por los pecados de Abraham, sino que le ministró pan y vino. En la Biblia, el pan y el vino que se exhiben en la mesa del Señor representan al Dios procesado para ser nuestro suministro. Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, no ofrece sacrificios a Dios según el orden de Aarón, sino que nos ministra al Dios procesado según el orden de Melquisedec.

¿Quiénes somos nosotros? Nosotros ya no somos miserables pecadores, sino guerreros victoriosos. Cuando Melquisedec vino a Abraham, éste no le habló como un pobre pecador, ni le rogó diciendo: “Oh, sacerdote Melquisedec, apiádate de mí. Mira cuán pecaminoso soy. Encárgate de mis pecados. Mi condición es muy lamentable. Tienes que presentar todas las ofrendas a Dios por mí”. Ésta no era la condición en que se encontraba Abraham. Al contrario, en el momento en que Melquisedec vino, Abraham era un guerrero victorioso que había dado muerte a todos sus enemigos. Abraham acababa de eliminar a Quedorlaomer y a los otros reyes (Gn. 14:17); era un guerrero victorioso que había tomado muchos despojos. ¿Qué son ustedes? ¿Son miserables pecadores o guerreros victoriosos? Estoy muy contento de poder decir que en la vida de iglesia no somos pecadores miserables, sino guerreros victoriosos.

Ya no estamos con Aarón en el libro de Levítico, sino con Melquisedec en Génesis 14. Aarón ya no está porque es cosa del pasado. Ahora estamos con Melquisedec. Nuestro Cristo hoy es muy superior a Aarón. En el libro de Levítico apreciamos mucho a Aarón, pero cuando llegamos a Hebreos, debemos declarar que Aarón es cosa del pasado. En el libro de Hebreos Melquisedec es nuestro Sumo Sacerdote. No deseamos quedarnos en Levítico, sino más bien, remontarnos a los comienzos de Génesis. Esto es un verdadero recobro. Regresemos a Génesis 14 donde vemos que el sacerdote allí no ofreció sacrificios por miserables pecadores, sino que ministró pan y vino a los gloriosos vencedores.

Qué felices seríamos si, antes de ir a acostarnos, Melquisedec viniera a ministrarnos pan y vino por haber aniquilado a muchos Quedorlaomeres durante el día. Durante el día tenemos que matar a algunos Quedorlaomeres. Debemos matar al Quedorlaomer del judaísmo, del catolicismo, del protestantismo y de muchas cosas negativas. Si durante el día damos muerte a estos enemigos, por las noches tendremos los mejores despojos. Entonces nuestro Melquisedec vendrá a nosotros y nos dirá: “¿Estás cansado después de haber obtenido la victoria? Toma, te he traído pan y vino, es decir, al Dios procesado para tu satisfacción”. Éste es el ministerio del sacerdote del Dios Altísimo quien viene no para presentar ofrendas por el pecado en favor de miserables pecadores, sino para ministrar a Dios a los guerreros victoriosos. Francamente díganme, ¿habían visto antes que tenemos tal Sumo Sacerdote? Yo nunca vi esto mientras estuve en la religión.

A. Rey de justicia

Este Sumo Sacerdote pertenece a otro orden, no al orden de Aarón, sino al orden de Melquisedec. Melquisedec era rey, y su nombre significa rey de justicia. En Isaías 32:1 vemos que el título rey de justicia también se le atribuye al Señor Jesús. Cristo es el Rey de justicia, el Melquisedec actual. Como el Rey de justicia, Cristo ha hecho que todo esté bien con Dios y con los hombres. Él reconcilió al hombre con Dios y apaciguó a Dios. La justicia trae como resultado la paz (Is. 32:17). Con Su justicia, Cristo produjo el fruto de la paz.

B. Rey de paz

Melquisedec es además rey de Salem, que significa rey de paz. Esto quiere decir que Cristo es también el Rey de paz (Is. 9:6). Como el Rey de paz —y la paz viene por medio de la justicia— Cristo ha instaurado la paz entre Dios y nosotros. Es en este ambiente de paz que Él cumple Su ministerio como sacerdote, al ministrarnos a Dios como nuestro deleite.

C. Él desciende de una tribu de realeza

Aarón jamás fue rey ni tampoco lo fueron ninguno de sus descendientes. Ellos solamente fueron sacerdotes. No pertenecían a la tribu de la realeza, sino a la tribu sacerdotal. La tribu de la realeza era la tribu de Judá, y la tribu sacerdotal era la tribu de Leví. Cristo era un descendiente de la tribu de Judá (7:13-14). De manera que, no debemos asociarlo con Aarón, ya que Él no pertenece a la tribu de Aarón. Cristo es un Sacerdote real.

D. En Él se combinan tanto
el reinado como el sacerdocio

Cristo es Sumo Sacerdote, pero Su posición es la de un rey. Al ejercer Su función como Sacerdote, Él es un Rey. Él es Rey con el fin de ser Sacerdote; por tanto, Su sacerdocio es real, regio (1 P. 2:9). En Él se combinan el reinado y el sacerdocio (Zac. 6:13) con miras a la edificación de Dios y Su gloria. La realeza de Cristo conserva todas las cosas en un orden pacífico por medio de la justicia. Este orden pacífico es necesario para que la edificación de Dios se lleve a cabo. La edificación de la casa de Dios sólo se lleva a cabo en un ambiente de paz. Así que el sacerdocio de Cristo ministra todo lo necesario para que la edificación de Dios se pueda llevar a cabo. En esto Su gloria se manifiesta.

Un sacerdote que ofrece sacrificios en favor de un grupo de miserables pecadores no necesita ser rey. Para ser esta clase de sacerdote, no se requiere ser un rey de justicia ni un rey de paz. Sin embargo, para que nuestro Sumo Sacerdote pueda ministrar al Dios procesado a los guerreros victoriosos, es requisito indispensable que Él sea tanto Rey de justicia como Rey de paz.

¿Creen ustedes que antes que Melquisedec viniera a Abraham y le ministrara al Dios procesado, Dios no había venido a Abraham? Aunque ciertamente les dije que antes de irnos a dormir necesitamos pasar un tiempo con Melquisedec, no excluí el hecho de que Dios pueda venir a visitarnos en la mañana o en la tarde. Génesis 14:20 dice: “Bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos”. No debemos pensar que Abraham era capaz de matar a Quedorlaomer y a los otros reyes por sí mismo. Él no lo hizo por sí mismo. De acuerdo con Génesis 14:22, antes de que Abraham saliera a la batalla, él alzó su mano al Dios Altísimo. Esto quiere decir que antes de enfrentarse con sus enemigos, él tuvo comunión con Dios. Así que no fue Abraham quien los derrotó y mató, sino Dios.

Cuando Abraham alzó su mano a Dios, no había justicia ni paz. No había justicia porque Lot y todos sus bienes habían caído en manos de sus enemigos. Tampoco había paz porque sus enemigos no habían sido derrotados. Pero cuando Abraham salió a la batalla, él confió plenamente en Dios. Después que hubo dado muerte a sus enemigos y después que Melquisedec vino a él, entonces hubo justicia y paz. ¿Quién trajo esta justicia y esta paz? Melquisedec, el sacerdote del Dios Altísimo. Mientras Abraham peleaba contra Quedorlaomer y los otros reyes, seguramente Melquisedec estaba orando. Debe de haber sido por su intercesión que la justicia y la paz fueron instauradas.

¿Cree usted que mientras Abraham combatía Melquisedec estaba durmiendo? ¿Cree que cuando Abraham obtuvo la victoria, Melquisedec se despertó súbitamente y se apresuró para ministrarle pan y vino? No lo creo. Más bien, creo que mientras que Abraham peleaba contra sus enemigos, Melquisedec oraba por él. El Dios Altísimo contestó las oraciones de Melquisedec y entregó a los enemigos de Abraham en sus manos. Después de esta intercesión y de la victoria de Abraham, se apareció Melquisedec. Tal vez le dijo: “Abraham, ¿cómo te va? Sé que estás bien porque he estado orando por ti. ¿Te sientes cansado? He venido para ministrarte pan y vino”.

Si lee Hebreos 7 de nuevo, descubrirá que el Cristo que ministra como Sumo Sacerdote es el Intercesor. Mientras usted pelea durante el día contra todas las cosas negativas, Cristo, el Sumo Sacerdote, estará intercediendo por usted. Esto se menciona claramente en 7:25. Al final del día, después que usted haya peleado la batalla y Él haya concluido Su intercesión, Él vendrá a usted con pan y vino para pasar un tiempo juntos. Tal es nuestro Sumo Sacerdote. Mientras que el vencedor pelea en la batalla, Melquisedec observa y ora. Él vio la victoria de Abraham y supo en qué momento venir a él con pan y vino. La Biblia no necesita proveernos todos los detalles. Si analizamos los hechos, automáticamente podremos inferir lo que está detrás ellos. Con tan sólo ver mi cara, usted ya tiene una idea de cómo es la parte de atrás. El Melquisedec que salió a ministrar debe también haber sido el sumo sacerdote que intercedía. Ésta es la clase de Sumo Sacerdote que tenemos hoy en Cristo.

Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, no pertenece al orden de Aarón, sino al orden de Melquisedec. Aarón quedó en el pasado. Siento decir que muchos cristianos aún se aferran al Aarón del pasado. ¿Cuántos son los que tienen al Melquisedec del presente? Muy pocos. Debemos centrar nuestra atención en el Melquisedec actual. El propósito que cumple Melquisedec como Sumo Sacerdote no es el de ofrecer sacrificios a Dios por nuestros pecados, sino el de ministrarnos al Dios procesado como gracia. El pecado ya ha sido abolido y la gracia está aquí con nosotros. El pecado se ha ido y el disfrute de Dios ha llegado. Lo principal ahora no son los sacrificios que se ofrecen por el pecado, sino el pan y el vino que nos son ministrados para nuestro deleite. Éste es el sacerdocio del que nos habla el libro de Hebreos.

Mientras que tantos cristianos aún se adhieren a Aarón, nosotros necesitamos ser recobrados y volver a Génesis 14. Hebreos es una continuación de Génesis 14. Entre estos dos libros encontramos un puente: el salmo 110. El salmo 110 es un puente que conecta Génesis 14 con el libro de Hebreos y que se extiende por encima del libro de Levítico. Puesto que el libro de Hebreos se ocupa del Cristo celestial como nuestro Sumo Sacerdote, el escritor cita este salmo en varias ocasiones.

Antes de ministrarnos al Dios procesado, nuestro Melquisedec intercede por nosotros, para que podamos tomar nuestra espada y traspasar a nuestros enemigos. Debemos dar muerte al yo, a nuestra mente natural, a nuestra parte emotiva indómita, a nuestra terca voluntad y al resto de nuestros enemigos. Mientras aniquilamos a estos enemigos, nuestro Melquisedec intercede por nosotros. Después de terminar dicha matanza, Él cesará de interceder y nos ministrará pan y vino. La vida cristiana apropiada es una vida en la que se extermina a los enemigos durante el día y en la que al caer de la tarde se disfruta del pan y el vino que nuestro Melquisedec nos ministra. Al final de cada día, cuando la batalla y la intercesión concluyen, Él y nosotros, nosotros y Él, podemos pasar tiempo juntos disfrutando del pan y el vino en justicia y paz.

Melquisedec era rey de justicia y rey de paz. Después de que él vino, hubo justicia y paz. Fue en este ambiente y condición de justicia y de paz que Melquisedec ministró pan y vino al vencedor. Sucede lo mismo hoy en día. Debemos pelear por la justicia, y la justicia redundará en la paz. Finalmente nuestro ambiente y condición estarán llenos de justicia y paz, y entonces nuestro Melquisedec aparecerá para pasar un tiempo placentero con nosotros. Éste es el ministerio de nuestro Sumo Sacerdote real.

II. PERPETUO

Nuestro Sumo Sacerdote real es perpetuo, eterno, sin principio ni fin. Hebreos 7:3, refiriéndose a Melquisedec, dice: “Sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre”. Según el relato de Génesis 14, Melquisedec apareció inesperadamente y luego desapareció. No obstante, tal parece que Él nunca vino y nunca se fue, y tal parece que no tuvo principio de días ni fin de vida. Debido a que nuestro Melquisedec es eterno, no tiene genealogía. Todas las personas importantes mencionadas en Génesis tienen una genealogía, excepto Melquisedec. En los escritos divinos, vemos cómo el Espíritu Santo de manera soberana no dejó ninguna constancia del comienzo de los días de Melquisedec ni del final de su vida, para que éste pudiera ser un tipo apropiado de Cristo, Aquel que es eterno, como nuestro perpetuo Sumo Sacerdote. Esto concuerda con la presentación del Hijo de Dios en el Evangelio de Juan. Por ser eterno, el Hijo de Dios no tiene genealogía (Jn. 1:1). No obstante Cristo, como Hijo del Hombre, sí tiene genealogía (Mt. 1:1-17; Lc. 3:23-38). Tal es Cristo quien, como Sumo Sacerdote real, nos suministra al Dios procesado como nuestro suministro diario. Él es el Perpetuo, el Inmutable y el Eterno que no tiene principio de días ni fin de vida. Él puede venir a nosotros al anochecer, y mientras estamos experimentándole, parece desaparecer. Él nunca se despide de nosotros ni nosotros de Él. Y cuando nos despertamos al día siguiente, sentimos que todavía está con nosotros, pues Él nunca viene y nunca se va. Él permanece Sumo Sacerdote para siempre.

III. ÉL ES UN GRAN SUMO SACERDOTE

A. Abraham dio
los diezmos a Melquisedec

Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, es grande, mucho más grande que Aarón y que todos los sacerdotes levíticos. Él es también más grande que Abraham. Esto lo demuestra el hecho de que Abraham le dio a Melquisedec los diezmos de lo mejor del botín (7:4, 6; Gn. 14:20). Cuando Abraham pagó los diezmos a Melquisedec, los sacerdotes levíticos, quienes por ser descendientes de Abraham estaban en los lomos de éste, también pagaron los diezmos en Abraham. Por consiguiente, todos los sacerdotes levíticos son inferiores a Melquisedec, y aun el orden de Aarón es inferior al de Melquisedec.

B. Melquisedec bendijo a Abraham

Melquisedec bendijo a Abraham (7:6). El versículo 7 dice: “Sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor”. Esto también nos habla de la grandeza de Melquisedec. Él era mayor que Abraham, y la bendición con que lo bendijo era Dios mismo (Gn. 14:19).

C. Melquisedec era antes que Abraham

Cristo es muy antiguo, ya que existió mucho antes que Abraham. Juan 8:58 comprueba esto, cuando dice: “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, Yo soy”. Esto nos muestra que Cristo es mayor que Abraham, pues antes que Abraham fuese, Cristo ya existía. No obstante, esto no quiere decir que Cristo sea viejo, sino más bien antiguo. Cristo, nuestro Melquisedec, es más antiguo que Abraham y superior a éste. Por lo tanto, Él es superior a todos los sacerdotes aarónicos. Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, hoy no se dedica a ofrecer sacrificios por el pecado, sino a ministrar al Dios procesado a los guerreros victoriosos. Éste es el sacerdocio real que nos describe el libro de Hebreos.