Todos pueden hablar la palabra de Dios, Capítulo 4

Todos pueden hablar la palabra de Dios

CAPÍTULO CUATRO

HABLAR LAS DIEZ CATEGORÍAS PRINCIPALES
DE LA PALABRA DE DIOS

(2)

Lectura bíblica: Hch. 8:29-31, 34-35

BOSQUEJO

  1. Acercarnos a las personas, ayudarlas y conocerlas:
    1. Seguir la dirección del Espíritu al acercarnos a las personas—Hch. 8:29-30.
    2. Ayudar a las personas a que entiendan las Sagradas Escrituras—Hch. 8:30-31, 34-35.
    3. Conocer:
      1. El carácter de las personas.
      2. Su estado de ánimo.
      3. Su necesidad.
      4. Su espíritu.
      5. Ir más allá de la necesidad del hombre y hablar acerca de la necesidad de Dios.

DOS CATEGORÍAS DE LA PALABRA DE DIOS

En este mensaje estudiaremos más detalladamente las dos categorías de la palabra de Dios, a saber: la buena palabra y la palabra de justicia. Estas dos categorías de palabra se encuentran en el libro de Hebreos. Todos aquellos que leen la Biblia saben que el libro de Hebreos es un libro muy misterioso. Es casi tan misterioso como el Evangelio de Mateo, el cual ocupa el segundo lugar, después de Apocalipsis. Por lo tanto, hay tres libros del Nuevo Testamento que son difíciles de explicar y entender; el primero de ellos es Apocalipsis, el segundo es el Evangelio de Mateo, y el tercero es Hebreos.

El libro de Hebreos nos habla de dos categorías de la palabra de Dios. Una categoría es la buena palabra (6:5), y la otra es la palabra de justicia (5:13). En estos versículos podemos entender que la buena palabra es muy buena y bondadosa, mientras que la palabra de justicia es muy estricta y justa. Por lo tanto, la buena palabra es por naturaleza más superficial, mientras que la palabra de justicia es más profunda; la buena palabra es baja, mientras que la palabra de justicia es elevada.

La buena palabra de Dios: para la etapa inicial
del evangelio de la salvación

Hebreos 6:1 dice: “Por tanto, dejando ya la palabra de los comienzos de Cristo, vayamos adelante a la madurez”. Antes de este versículo, en 5:12 también dice que aunque los creyentes hebreos debían ya ser maestros, ellos aún tenían necesidad de que se les volviera a enseñar los primeros rudimentos de los oráculos de Dios, y también habían llegado a ser aquellos que tenían necesidad de leche, y no de alimento sólido. Estos dos versículos nos muestran que, por un lado, los creyentes hebreos debían dejar la palabra de los comienzos de Cristo e ir adelante a la madurez; y, por otro lado, seguían siendo bebés que sólo podían beber leche y aún no eran capaces de recibir el alimento sólido. Los creyentes hebreos aún se encontraban en la etapa de “la palabra de los comienzos de Cristo”. Esta palabra de los comienzos es la buena palabra.

Por consiguiente, Hebreos 6:4-5 nos habla de aquellos que son salvos, quienes fueron hechos partícipes del Espíritu Santo y gustaron de la buena palabra de Dios y de los poderes del siglo venidero, y también gustaron del don celestial de la gracia. La gracia es un don que Dios nos da en el momento en que creemos. Esta gracia celestial es la vida eterna. En el momento en que nacimos de Dios, también recibimos la naturaleza de Dios (2 P. 1:4). Nosotros también obtuvimos la filiación (Gá. 4:5) y la ley de vida (Ro. 8:2). En nosotros hay una función de vida. Así como cuando una persona nace, recibe la vida, la naturaleza y la función humanas como un don terrenal, de la misma manera cuando nosotros volvemos a nacer de Dios y somos salvos, en seguida recibimos la vida, la naturaleza y la filiación celestial, y también la función de vida y la ley de vida celestiales como dones celestiales. Todos hemos gustado de estos dones, los cuales han hecho que nos regocijemos.

No sólo eso, pues dentro de nosotros también tenemos al Espíritu Santo. No recibimos al Espíritu Santo después de ser salvos y hablar en lenguas. Tampoco lo recibimos después de haber avanzado y crecido más en la vida divina. Recibimos al Espíritu Santo en el momento en que nacimos de nuevo, en el momento en que fuimos salvos (Hch. 2:38; Ro. 8:9; Gá. 3:2). Además, también hemos gustado de la palabra de los comienzos de Cristo, esto es, de la buena palabra, la cual nos dice que debemos arrepentirnos y creer, a fin de ser perdonados de nuestros pecados y ser limpiados y disfrutar de paz y gozo. Esta buena palabra, la cual escuchamos como evangelio, incluye muchos elementos. Dice que nosotros éramos personas caídas y pecaminosas, pero que Dios nos amó tanto que envió a Su Hijo, quien se hizo carne por nosotros, para ser nuestro Salvador. Él vivió en la tierra por más de treinta años y finalmente fue a la cruz para morir por nosotros, lo cual resolvió el problema de nuestros pecados. Debido a que Su muerte fue aceptada por Dios, Él fue resucitado de entre los muertos y vino a ser el medio por el cual nosotros creemos, recibimos el perdón y somos justificados. La primera vez que escuchamos el evangelio, oímos acerca de todas estas cosas. Ésta es la buena palabra. Damos gracias al Señor porque hemos gustado de la buena palabra de Dios.

No sólo eso, sino que también hemos gustado de los poderes del siglo venidero. Un entendimiento acertado de esta frase, basándonos en el texto original, sería interpretarlo como el poder para realizar milagros en la era venidera, es decir, el poder para echar fuera demonios, sanar y realizar toda clase de milagros. Entre nosotros ciertamente hay algunos que fueron sanados de sus enfermedades en el momento en que fueron salvos. Hace más de cincuenta años, cuando predicamos el evangelio, también tuvimos casos en los que demonios fueron echados. Sin embargo, después de que vinimos a Taiwán, no estuvimos muy dispuestos a tocar estos asuntos.

Además de esto, también han habido casos de sanidad entre nosotros. Sin embargo, no hemos hecho mucho hincapié en la sanidad milagrosa, sino que más bien en la sanidad de vida en la gracia de Dios. Recuerden que Hebreos 6 claramente dice que estas obras poderosas no pertenecen a esta era, sino a la era venidera.

Sin embargo, la buena palabra es la palabra inicial del evangelio, la cual se refiere al ministerio terrenal del Señor Jesús. Él se hizo carne, experimentó la vida humana en la tierra, fue clavado en la cruz y murió por nosotros para efectuar la redención. Todas estas cosas fueron logradas en la tierra. Incluso la resurrección de entre los muertos ocurrió en la tierra; por lo tanto, ella forma parte del ministerio terrenal del Señor Jesús. Los creyentes hebreos recibieron lo que este ministerio había logrado. Pero más tarde, los judaizantes se introdujeron, y dijeron que puesto que Dios había dado la ley en el Antiguo Testamento, puesto que Él había dispuesto que se ofrecieran sacrificios y puesto que Él había bendecido la edificación del templo, ninguna de estas cosas debía abandonarse. Los creyentes hebreos pueden haber considerado esto y haber pensado: “Eso es cierto. ¿Cómo podemos decir que todo lo que tenían nuestros antepasados estaba errado? Por supuesto, debemos creer en Cristo. También hemos gustado de la buena palabra de Dios. Pero no debemos abandonar las cosas del pasado. Regresemos, pues, al judaísmo”.

En este contexto, Pablo escribió esta epístola para decirles a los creyentes hebreos: “La buena palabra que ustedes han probado es únicamente el comienzo. En cuanto a las cosas del Antiguo Testamento, ellas ni siquiera pueden considerarse un comienzo, pues eran sólo tipos y figuras carentes de realidad. Los bueyes y las ovejas eran tipos, e incluso el templo era un tipo. Todos estos tipos fueron perfeccionados y se cumplieron cuando el Señor Jesús vino. Así que ahora son cosas caducas. ¡Déjenlas! Si regresan a las cosas del judaísmo después de haber creído en el Señor y haber gustado la buena palabra de Dios, estarán retrocediendo. Ustedes ya entraron a la escuela primaria y se graduaron de ella; ¿por qué están regresando al jardín infantil? Ahora ustedes tienen que dejar la escuela primaria y avanzar a la escuela intermedia y a la escuela secundaria”. Esto es lo que Pablo quería decir. Es por ello que en Hebreos 6:1 dijo: “Dejando ya la palabra de los comienzos de Cristo…”.

Debemos dejar la palabra de los comienzos de Cristo y avanzar a la palabra de justicia. ¿En qué consiste la palabra de justicia? Debemos recordar que la buena palabra es el evangelio para nuestra salvación, no para nuestra madurez; por lo tanto, no tiene nada que ver con el hecho de recibir una recompensa o sufrir un castigo. Se trata de la “escuela primaria”, y no tiene nada que ver con el hecho de entrar en el reino en la segunda venida del Señor. Sin embargo, después de que somos salvos, no debemos detenernos allí y, menos todavía, debemos retroceder regresando al judaísmo. En lugar de ello, debemos proseguir para llegar a la palabra de justicia.

La palabra de justicia:
para alcanzar nuestra madurez,
recibir la recompensa y entrar al reino

El libro de Hebreos nos transmite la palabra de justicia. La palabra de justicia nos dice que este Cristo resucitado ha ascendido a los cielos y ahora nos sirve como el Ministro del mejor tabernáculo celestial. Él es nuestro gran Sumo Sacerdote, el Mediador del nuevo pacto, quien lleva a cabo Su ministerio celestial e infunde a nuestro ser la plenitud de los lugares celestiales, junto con Su ascensión, resurrección y vida, de modo que seamos personas celestiales aquí en la tierra. Este ministerio nos llevará a la madurez. Si estamos dispuestos a avanzar de esta manera, recibiendo el ministerio celestial de Cristo, ciertamente llegaremos a la madurez. Y cuando el Señor venga, Él nos dará la recompensa y nosotros entraremos al reino. Sin embargo, si no llegamos a la madurez, debemos entender que nuestro Dios es fuego consumidor y que podríamos ser consumidos por Su justo juicio. Ésta es la palabra de justicia.

Queridos hermanos y hermanas, en palabras sencillas, la buena palabra se refiere a la serie de sucesos que vemos en los evangelios en cuanto al ministerio del Señor Jesús, desde Su nacimiento hasta Su resurrección, lo cual es para nuestra salvación. Todos hemos gustado de esta palabra. Ella no nos exige pagar ningún precio ni buscar al Señor ni crecer en vida. La buena palabra es un don que nos ha sido dado gratuitamente.

Sin embargo, después de salvos, debemos avanzar como nos dice 6:1: “Por tanto, dejando ya la palabra de los comienzos de Cristo, vayamos adelante a la madurez”. ¿Cómo podemos llegar a la madurez? Para ello, debemos atender a la palabra de justicia. La resurrección de Cristo no fue el final, sino el comienzo de Su ministerio celestial. Él ascendió a los cielos para ser el mejor Ministro que nos sirve en el mejor tabernáculo celestial, suministrándonos Su vida celestial. Él es el gran Sumo Sacerdote que está en los cielos intercediendo por nosotros. Él también es el Mediador del nuevo pacto, quien hace que se cumplan todos los legados y bendiciones del nuevo pacto en nosotros, lo cual nos ayuda a crecer y madurar. Cuando Él regrese, nosotros recibiremos una recompensa y entraremos en el reino, o sufriremos un castigo (no la perdición eterna). Esta clase de palabra no es la buena palabra, sino la palabra de justicia.

Todo el libro de Hebreos
es la palabra de justicia

Todo el libro de Hebreos es la palabra de justicia. Ahora quisiera hablarles acerca de cada capítulo de una manera sencilla según mi entendimiento.

Capítulo 1

El capítulo 1 nos habla de este Jesucristo, nuestro Salvador, como aquel que se encarnó, experimentó el vivir humano, murió y resucitó para ser nuestro Redentor y lograr que fuéramos salvos. Él es Dios el Creador en la tierra. Él es también el Hijo de Dios, el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de la sustancia de Dios (v. 3). Él fue resucitado de entre los muertos, para llegar a ser el Hijo primogénito de Dios, y regresará en el estatus de Hijo primogénito (v. 6). Esta persona, por supuesto, es mucho más elevada que los ángeles, quienes son venerados en el judaísmo. Él es muy superior a los ángeles (v. 4), y los ángeles simplemente son nuestros servidores (v. 14).

Capítulo 2

El capítulo 2 también dice que esta persona es el Hijo de Dios, pero puesto que se encarnó, adquiriendo un cuerpo humano de carne y sangre, Él fue hecho temporalmente un poco inferior a los ángeles (v. 7). Mientras vivió en la tierra, Él experimentó toda clase de pruebas y tentaciones (v. 10), y por medio de Su muerte nos redimió de nuestros pecados y destruyó al diablo, quien tenía el imperio de la muerte (v. 14). Después de esto resucitó, y en la resurrección produjo a muchos hermanos, quienes llegaron a ser Su iglesia (v. 12), y más tarde, ascendió y fue coronado de gloria y de honra (v. 9). Ahora Él está sentado en los cielos, pero regresará nuevamente con gloria, a fin de llevar a todos Sus hermanos a la gloria (v. 10). Hoy en día Él es el Sumo Sacerdote, quien es muy superior a los ángeles. Así que este capítulo habla de Aquel que es el Dios-hombre, una persona misteriosa.

Capítulos 3 y 4

El capítulo 3 dice que Él es el Apóstol enviado por Dios, el cual es tipificado por Moisés y Josué. Tanto Moisés como Josué fueron apóstoles enviados por Dios, quienes trajeron Dios a los hombres. Sin embargo, Moisés no se compara con Él, pues Moisés era parte de la casa, pero Él es quien la edificó; como tal, Él es superior a Moisés (3:2-3). Aunque Josué es un tipo de Él, Josué no introdujo al hombre en el verdadero reposo (4:8-9). El verdadero Josué es quien nos introduce en el reposo eterno. El nombre Josué en el idioma hebreo es equivalente a Jesús en el idioma griego. Por lo tanto, el verdadero Josué es nuestro Señor Jesús. Así pues, en los capítulos 3 y 4 podemos ver que Él es el Apóstol de Dios que viene de parte de Dios y trae Dios al hombre (3:1). Él es muy superior a Moisés y a Josué.

Capítulos del 4 al 7

De la última parte del capítulo 4 al capítulo 7 tenemos otra sección, la cual nos habla de Cristo como el Sumo Sacerdote tipificado por Aarón y Melquisedec. El sacerdocio de Aarón era según la ley de la letra muerta y de ordenanzas (5:1-4; 7:18-19a). Además, debido a que él estaba sujeto a la muerte, su orden era muy bajo. Pero Jesucristo, el Dios-hombre, fue hecho Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, según el poder de una vida indestructible y no según la ley de la letra (vs. 15-17). Él no tiene principio ni fin (v. 3), y vive para siempre para interceder por nosotros (v. 25). Puesto que es tal Sumo Sacerdote, Él es muy superior a Aarón. De manera que, Él es el Apóstol que nos trae a Dios, y el Sumo Sacerdote que nos lleva a Dios.

Capítulo 8

La primera parte del capítulo 8 dice que este Apóstol que vino de parte de Dios puso en vigencia un nuevo pacto para nosotros. Este pacto es más excelente que el antiguo pacto. Después de derramar Su sangre para establecer este pacto, Él, en resurrección y en ascensión, vino a ser el Albacea de este pacto; como tal, Él es el Mediador del nuevo pacto (v. 6). En este nuevo pacto nuestros pecados son verdaderamente perdonados, y también hemos recibido la vida divina y la ley de vida (vs. 10-12). Por consiguiente, este pacto es muy superior al antiguo pacto establecido por medio de Moisés.

Capítulos 9 y 10

En los capítulos 9 y 10 vemos que Cristo estableció el nuevo pacto al ofrecerse a Sí mismo como el mejor sacrificio y al derramar una mejor sangre (9:12-23; 10:12). Además, Él se ofreció a Sí mismo mediante el Espíritu eterno (9:14). Por lo tanto, lo que Él ofreció era un sacrificio eterno, y lo que Él logró era una redención eterna (v. 12). Esta redención nos salva, llevándonos del atrio al Lugar Santísimo.

En el antiguo pacto, aún no se había manifestado la manera de entrar al Lugar Santísimo; salvo los sacerdotes, quienes estaban bajo este pacto, que únicamente podían entrar al atrio. Pero inmediatamente después de que el mejor sacrificio fue efectuado, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo fueron abiertos para nosotros. Hoy en día ya no estamos en el atrio, pues hemos entrado al Lugar Santísimo. De esto nos habla el himno que dice: “El velo crucé ya” (Himnos, #258). Hoy en día ya no estamos en el atrio, pues hemos pasado a través del segundo velo del tabernáculo. El primer velo era la cortina que estaba a la entrada del tabernáculo en el Antiguo Testamento, y el segundo velo era el que cubría el Arca del Testimonio dentro del tabernáculo. Así que hemos traspasado estos dos velos, estas dos capas, y ahora estamos en el Lugar Santísimo, es decir, vivimos en la presencia de Dios. Por lo tanto, este sacrificio es el mejor sacrificio, y la sangre que Cristo derramó es la mejor sangre, la cual tiene una eficacia eterna.

En el capítulo 10 el autor de Hebreos nos alienta a entrar en el Lugar Santísimo, debido a que un camino nuevo y vivo ha sido abierto para nosotros (vs. 19-22). Por lo tanto, podemos entrar confiadamente al Lugar Santísimo.

En los capítulos del 1 al 10 vemos que Cristo es más excelente que los ángeles. Además, Él es muy superior a Josué, y también es superior a Aarón. El nuevo pacto que Él promulgó es también superior al antiguo pacto establecido por Moisés, y el ministerio celestial que Él lleva a cabo hoy también es superior. Él es el gran Sumo Sacerdote celestial y el mediador del nuevo pacto. Cristo es superior en todos estos aspectos.

Capítulo 11

Al llegar al capítulo 11, el autor de Hebreos nos muestra un camino superior. Este camino superior consiste en avanzar por fe y no por vista; por consiguiente, es un camino de fe. La fe es lo que da sustantividad a lo que se espera y la convicción de lo que no se ve (v. 1). Nosotros no andamos en el camino del judaísmo, el cual es externo y visible, sino que andamos en el camino de la fe, no por lo que vemos externamente, sino por la fe.

Capítulo 12

El capítulo 12 nos dice que puesto que tenemos en derredor nuestro tan grande nube de testigos, debemos seguir por el camino de la fe así como ellos lo hicieron (v. 1). También nos dice que ahora hemos llegado al monte de Sión. Hoy en día algunos cristianos esperan poder ir al cielo, pero Pablo nos dice que ya nos hemos acercado al monte de Sión, a la santa ciudad, la Nueva Jerusalén. ¡Cuán maravilloso es esto! Hebreos 12:22-24 menciona ocho asuntos a los cuales nos hemos acercado. Nos hemos acercado al monte de Sión, a la Nueva Jerusalén, a la iglesia, a los ángeles, a Jesús, al Mediador del nuevo pacto, a Su sangre, a Dios el juez de todos y a los espíritus de aquellos que fueron salvos en el Antiguo Testamento. Nos hemos acercado a todas estas cosas y ahora estamos con ellas. Pablo no dice que estaremos juntos en el futuro, sino que ahora mismo todos estamos aquí. Puesto que estamos aquí, debemos correr la carrera; y si corremos bien, recibiremos el premio en el futuro.

Capítulo 13

Después de esto, en el capítulo 13 tenemos una conclusión. Puesto que ahora estamos en la presencia de Dios, en el Lugar Santísimo y también estamos corriendo la carrera que tenemos por delante, debemos salir fuera del campamento (v. 13). Debemos salir de la religión, salir del campamento del judaísmo, y acercarnos a Jesucristo, llevando Su cruz y suportando la vergüenza que Él sufrió. Todas éstas son palabras de justicia.

Los cristianos de hoy raras veces escuchan palabras de justicia; en lugar de ello, suelen citar algunos de los versículos del libro de Hebreos, tales como 13:8, que dice: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Su entendimiento de este versículo es que Jesús hizo milagros en el pasado y, por tanto, puede hacer milagros hoy. Puesto que Él en el pasado pudo sanar, hoy también puede sanar. Puesto que en el pasado pudo echar fuera demonios, hoy también puede echar fuera demonios. ¡Cuán superficial es esto!

Los dos “se hizo” de Cristo

En el pasado les he hablado acerca de las dos “se hizo” de Cristo. El primero ocurrió cuando el Verbo se hizo carne (Jn. 1:14), y el segundo ocurrió cuando “el postrer Adán [fue hecho] Espíritu vivificante” (1 Co. 15:45). Les anuncié estas verdades de manera enfática y las publicamos en forma escrita. Luego algunos opositores dijeron: “Witness Lee ha dicho algo incorrecto. Jesús nunca cambia. Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Ellos se equivocaron al decir esto. Sin embargo, la Biblia no dice que Él es el mismo eternamente, sino que Él es el mismo “ayer, y hoy, y por los siglos”. Él se levantó de entre los muertos y llegó a ser el Espíritu vivificante; esto corresponde a la palabra “ayer”; también ascendió, lo cual corresponde a la palabra “hoy”; y cuando Él venga en el futuro, esto será “por los siglos”. Por lo tanto, Él es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Sin embargo, cuando Él, siendo Dios eterno, se hizo carne, ciertamente cambió. En la eternidad Él era Dios y no tenía la carne. Pero después de nueve meses, desde la concepción de Cristo hasta Su nacimiento, Dios se hizo hombre. Este Dios era un bebé que estaba en un pesebre. Isaías 9:6 dice: “Un niño nos ha nacido […] se llamará Su nombre […] ‘Dios fuerte’, ‘Padre eterno’”. Así que, en la eternidad Él era el Dios fuerte, pero en el pesebre era un niño. ¡Cuán grande fue este cambio!

Sin embargo, ése no fue el único cambio que Él experimentó, pues después de treinta y tres años y medio, fue clavado en la cruz y sufrió la muerte, fue sepultado y al tercer día resucitó. Él resucitó de entre los muertos con un cuerpo y llegó a ser el Espíritu vivificante. Esto representó otro gran cambio. Puesto que “ayer” se refiere a la resurrección, “hoy” a Su ascensión, y “por los siglos” al futuro, resulta cierto decir que Él es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Sin embargo, Él experimentó dos grandes cambios desde la eternidad pasada: Su encarnación y Su resurrección, y ambos cambios ya fueron cumplidos.

Hoy en día los creyentes también suelen escoger otro versículo del libro de Hebreos, a saber, 7:25: “Puede también salvar por completo a los que por Él se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos”. Según su entendimiento, Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, intercede por nosotros y puede salvarnos por completo en todo aspecto, sanando a aquellos que están enfermos y protegiendo a aquellos que están pasando grandes dificultades. No se dan cuenta de que este Sumo Sacerdote desea darnos una salvación celestial, que Él está llevando a cabo el ministerio celestial en el tabernáculo celestial para suministrarnos la vida celestial (8:2), y que esta vida celestial se halla en el Espíritu vivificante. Él se imparte a Sí mismo en nosotros como el Espíritu vivificante desde los cielos, de modo que recibamos el suministro de vida, el cual nos capacita para regocijarnos cuando estamos enfermos y para alabarle cuando nos hallamos en medio de dificultades. ¡Cuán maravillosa es esta salvación!

Ésta es la palabra de justicia. Ella nos habla del ministerio del Señor Jesús en Su ascensión quien, como el Espíritu vivificante, transmite a nuestro espíritu el suministro todo-inclusivo, de la misma manera en que la electricidad es transmitida a un edificio. Las luces y aparatos eléctricos en un edificio dependen del suministro de la corriente eléctrica que viene desde la central de electricidad. Hoy en día el Señor Jesús que está en los cielos es la “central eléctrica”, y nosotros somos las “lámparas” que brillan debido a Su suministro.

No son los milagros, sino el disfrute de la gracia

Nosotros los creyentes somos personas débiles; sin embargo, en un aspecto somos diferentes de los demás. Nuestras enfermedades tal vez no sean sanadas, pero tenemos la gracia suficiente. El ministerio de Pablo estaba lleno del poder de sanidad. Siempre que él oraba o ponía las manos sobre las personas, ellas eran sanadas de sus enfermedades (Hch. 19:11-12). Sin embargo, en su cuerpo había una enfermedad que era como un aguijón que lo mortificaba. Él oró al Señor tres veces para que le quitara este aguijón, pero el Señor le dijo: “Bástate Mi gracia” (2 Co. 12:7-9). El Señor parecía decirle: “Si te quitara ese aguijón, no me necesitarías más, y no disfrutarías Mi gracia. Por lo tanto, dejaré el aguijón aquí para recordarte que debes disfrutarme”.

Además, el hijo espiritual de Pablo, Timoteo, tenía una enfermedad estomacal. Pablo no oró para que el Señor lo sanara; en vez de ello, le dijo a Timoteo: “Ya no bebas agua sola, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades” (1 Ti. 5:23). Si yo estuviera allí, ciertamente habría dicho: “Pablo, ahora tú te has vuelto débil y has perdido la fe. En Hechos estabas lleno de fe y de poder. ¿Por qué no mandas a llamar a Timoteo y pones tus manos sobre él para que sea sanado?”. No sólo tenemos este caso, sino que 2 Timoteo 4:20 también nos dice que Trófimo, uno de los colaboradores de Pablo, estaba enfermo; pero Pablo no le impuso las manos ni oró por él. Así pues, Pablo tenía un aguijón en su carne, Timoteo tenía una enfermedad estomacal y Trófimo estaba enfermo. Sin embargo, ninguno de ellos experimentó una sanidad milagrosa. ¿Creen que Pablo se había quedado atrás y había perdido el poder que tenía en el principio? De ninguna manera. Pablo, Timoteo y Trófimo experimentaron la vida mucho más a través de estos sufrimientos. Es por eso que Pablo habló en 1 Timoteo 6:12 acerca de echar mano de la vida eterna.

Hermanos y hermanas, debemos comprender que los milagros no nos ayudan a madurar en la vida divina. Los que están en el movimiento carismático dependen demasiado de los milagros. Esto es completamente errado. Ellos no se dan cuenta de que Dios concedió milagros a todos los apóstoles —a Pedro, a Juan o a Pablo— al comienzo de su ministerio; pero cuanto más avanzaban ellos en edad, menos vemos estos milagros en su ministerio. Al final, todos ellos sufrieron el martirio. Cuando Pedro fue encarcelado de joven, un ángel vino para abrirle las puertas de la cárcel y guiarlo a la salida (Hch. 12:5-11). Pero cuando era de avanzada edad, el ángel no vino, sino que, en lugar de ello, fue clavado en una cruz. Cuando Juan era anciano, él fue exiliado a la isla de Patmos (Ap. 1:9). Pablo, por su parte, sufrió el martirio. Sin embargo, cuando estaban por cortarle la cabeza, Pablo continuaba regocijándose. Éste realmente es el milagro más grande. Ésta es la vida, y ésta es la gracia.

Juan 2:23-25 dice que muchos en Jerusalén vieron los milagros que Jesús hizo y creyeron en Su nombre, pero el Señor no se fiaba de ellos. Juan 6 cuenta que el Señor alimentó a una multitud de cinco mil con cinco panes y dos peces. Sin embargo, después que el Señor resucitó, esas cinco mil personas desaparecieron. Al final, sólo quedaron ciento veinte discípulos, quienes se reunieron en un pequeño aposento en Jerusalén. Después de que los cinco mil fueron alimentados, al día siguiente ellos vinieron buscando al Señor nuevamente. Pero el Señor no realizó ningún milagro. En lugar de ello les dijo: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece […] Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás” (vs. 27, 35). El Señor les dijo que podían comerle. Pero ellos dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (v. 60). Desde ese momento en adelante, muchos de Sus discípulos volvieron a lo que habían dejado, y ya no andaban con Él (v. 66). Debido a que el Señor Jesús no realizó milagros, ellos volvieron atrás. Sin embargo, Pedro dijo: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (v. 68).

Hoy en nuestro ministerio, prefiero no hacer milagros, sino que más bien prefiero predicar las palabras de vida eterna, las cuales suministran vida eterna a los hombres. Esto no corresponde a la buena palabra, sino a la palabra de justicia. Alabado sea el Señor, la palabra de justicia es la que determinará si compartiremos la gloria con Él en Su reino. Si recibimos esta palabra, Él nos dará una recompensa, y nosotros recibiremos el reino cuando Él venga; pero si no la recibimos, Él nos rechazará, y sufriremos pérdida fuera del reino. Por consiguiente, ésta es la palabra de justicia, no la buena palabra.

Las cinco advertencias
que se encuentran en el libro de Hebreos

Debido a que el libro de Hebreos nos presenta estas palabras de justicia en cada sección, el resultado de esto son serias advertencias que corresponden a estas palabras. Hay cinco advertencias.

La primera advertencia

Los primeros dos capítulos nos dicen que Cristo es el Dios completo y el hombre perfecto, muy superior a los ángeles, quien llegó a ser nuestra gran salvación. Con base en esta palabra, la primera advertencia, hallada en 2:3, dice: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?”. Según el contexto de todo el libro de Hebreos, la frase “cómo escaparemos nosotros” no se refiere a la perdición eterna, sino a recibir el justo castigo cuando el Señor regrese (cfr. 2 Co. 5:10).

La segunda advertencia

Los capítulos 3 y 4 nos habla de Cristo como el Apóstol que Dios envió, quien es muy superior a Moisés y a Josué, a fin de que entremos en el reposo del reino venidero. Con base en esta palabra, se da la segunda advertencia en la sección que va de 3:7 a 4:13, diciendo: “No endurezcáis vuestros corazones” (3:8) no sea que provoques a Dios a ira y no puedas entrar en el reposo del reino venidero. Esta palabra de justicia no significa que las personas salvas aún puedan perecer eternamente y perder el disfrute del reposo eterno de Dios; más bien, significa que si no atendemos a la palabra de justicia que Dios nos da y permitimos que nos engañe un corazón malo de incredulidad o los pecados de un corazón endurecido (3:11-12), no entraremos en el reino milenario cuando el Señor venga ni disfrutaremos del reposo de reinar con Él en el reino. Esto es sólo un castigo que tendrá lugar durante la era venidera del reino milenario, no la perdición que es consecuencia de perder el reposo por la eternidad.

La tercera advertencia

Los capítulos del 5 al 7 se refieren a Cristo como nuestro Sumo Sacerdote que es muy superior a Aarón, puesto que nos suministra la vida celestial para salvarnos por completo según el poder de esta vida indestructible, y nos conduce a las riquezas de Su ministerio celestial. Con base en esta palabra, el escritor da la segunda advertencia en la sección que va de 5:11 a 6:20, donde nos alienta a dejar la palabra de los comienzos de Cristo (el evangelio) y a que vayamos adelante a la madurez; pues, de lo contrario, estaremos próximos a ser maldecidos y a recibir el castigo de ser quemados (6:1, 8). Esta palabra seria y justa no significa que todos los que hemos sido iluminados, gustado del don celestial, participado del Espíritu Santo y gustado de la buena palabra, aún podamos perecer y ser quemados en el fuego consumidor del lago de fuego. Más bien, significa que si descuidamos la gracia del Señor después de haber sido salvos por la gracia, ciertamente recibiremos el castigo del Señor como cierta clase de fuego que nos purificará durante el periodo de la justa recompensa o castigo, o sea, durante el reino milenario venidero. Éste es un castigo dispensacional, y no la perdición eterna en el lago de fuego.

La cuarta advertencia

La sección que va del capítulo 8 hasta la primera parte del capítulo 10 describe cómo el Señor se ofreció a Sí mismo como el sacrificio eterno, obtuvo una eterna redención, estableció el nuevo pacto con Su propia sangre, ascendió a los cielos como el Mediador de este nuevo pacto, y ahora, como el Ministro celestial, está suministrándonos todas las bendiciones del nuevo pacto en el tabernáculo celestial. Luego 10:19-39 nos da la cuarta advertencia, la cual, por un lado, nos insta a acercarnos al Lugar Santísimo donde Cristo está, a fin de disfrutar de las riquezas de Su presencia celestial, y por otro, a nunca retroceder y regresar a la vieja religión, representada por el judaísmo; pues, de lo contrario, ciertamente recibiremos el justo juicio del Señor y sufriremos un castigo de parte de Él. Esta palabra tan solemne y justa, por supuesto, no significa que quienes hemos sido salvos por la gracia podamos perecer eternamente; más bien, significa que si después de haber recibido la salvación del Señor no nos acercamos para entrar en la esfera de la ascensión del Señor ni disfrutamos de todas las riquezas de Su ministerio celestial, cuando Él venga, ciertamente recibiremos Su severa disciplina y castigo. Una vez más, esto se refiere al castigo dispensacional y no a la perdición eterna.

Las cinco advertencias
que se encuentran en el libro de Hebreos

Debido a que el libro de Hebreos nos presenta estas palabras de justicia en cada sección, el resultado de esto son serias advertencias que corresponden a estas palabras. Hay cinco advertencias.

La primera advertencia

Los primeros dos capítulos nos dicen que Cristo es el Dios completo y el hombre perfecto, muy superior a los ángeles, quien llegó a ser nuestra gran salvación. Con base en esta palabra, la primera advertencia, hallada en 2:3, dice: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?”. Según el contexto de todo el libro de Hebreos, la frase “cómo escaparemos nosotros” no se refiere a la perdición eterna, sino a recibir el justo castigo cuando el Señor regrese (cfr. 2 Co. 5:10).

La segunda advertencia

Los capítulos 3 y 4 nos habla de Cristo como el Apóstol que Dios envió, quien es muy superior a Moisés y a Josué, a fin de que entremos en el reposo del reino venidero. Con base en esta palabra, se da la segunda advertencia en la sección que va de 3:7 a 4:13, diciendo: “No endurezcáis vuestros corazones” (3:8) no sea que provoques a Dios a ira y no puedas entrar en el reposo del reino venidero. Esta palabra de justicia no significa que las personas salvas aún puedan perecer eternamente y perder el disfrute del reposo eterno de Dios; más bien, significa que si no atendemos a la palabra de justicia que Dios nos da y permitimos que nos engañe un corazón malo de incredulidad o los pecados de un corazón endurecido (3:11-12), no entraremos en el reino milenario cuando el Señor venga ni disfrutaremos del reposo de reinar con Él en el reino. Esto es sólo un castigo que tendrá lugar durante la era venidera del reino milenario, no la perdición que es consecuencia de perder el reposo por la eternidad.

La tercera advertencia

Los capítulos del 5 al 7 se refieren a Cristo como nuestro Sumo Sacerdote que es muy superior a Aarón, puesto que nos suministra la vida celestial para salvarnos por completo según el poder de esta vida indestructible, y nos conduce a las riquezas de Su ministerio celestial. Con base en esta palabra, el escritor da la segunda advertencia en la sección que va de 5:11 a 6:20, donde nos alienta a dejar la palabra de los comienzos de Cristo (el evangelio) y a que vayamos adelante a la madurez; pues, de lo contrario, estaremos próximos a ser maldecidos y a recibir el castigo de ser quemados (6:1, 8). Esta palabra seria y justa no significa que todos los que hemos sido iluminados, gustado del don celestial, participado del Espíritu Santo y gustado de la buena palabra, aún podamos perecer y ser quemados en el fuego consumidor del lago de fuego. Más bien, significa que si descuidamos la gracia del Señor después de haber sido salvos por la gracia, ciertamente recibiremos el castigo del Señor como cierta clase de fuego que nos purificará durante el periodo de la justa recompensa o castigo, o sea, durante el reino milenario venidero. Éste es un castigo dispensacional, y no la perdición eterna en el lago de fuego.

La cuarta advertencia

La sección que va del capítulo 8 hasta la primera parte del capítulo 10 describe cómo el Señor se ofreció a Sí mismo como el sacrificio eterno, obtuvo una eterna redención, estableció el nuevo pacto con Su propia sangre, ascendió a los cielos como el Mediador de este nuevo pacto, y ahora, como el Ministro celestial, está suministrándonos todas las bendiciones del nuevo pacto en el tabernáculo celestial. Luego 10:19-39 nos da la cuarta advertencia, la cual, por un lado, nos insta a acercarnos al Lugar Santísimo donde Cristo está, a fin de disfrutar de las riquezas de Su presencia celestial, y por otro, a nunca retroceder y regresar a la vieja religión, representada por el judaísmo; pues, de lo contrario, ciertamente recibiremos el justo juicio del Señor y sufriremos un castigo de parte de Él. Esta palabra tan solemne y justa, por supuesto, no significa que quienes hemos sido salvos por la gracia podamos perecer eternamente; más bien, significa que si después de haber recibido la salvación del Señor no nos acercamos para entrar en la esfera de la ascensión del Señor ni disfrutamos de todas las riquezas de Su ministerio celestial, cuando Él venga, ciertamente recibiremos Su severa disciplina y castigo. Una vez más, esto se refiere al castigo dispensacional y no a la perdición eterna.