Estudio-vida de Hebreos, Mensaje 61

ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE SESENTA Y UNO

LA VARA QUE REVERDECIÓ
(1)

En este mensaje hablaremos sobre el tema de la vara que reverdeció (He. 9:4; Nm. 17:1-10). No muchos cristianos han comprendido el significado completo de la vara que reverdeció. Para muchos, el relato de la vara que reverdeció no es más que una interesante historia bíblica acerca de una vara que estaba seca, y que de la noche a la mañana reverdeció, echó flores y produjo fruto. Sin embargo, este suceso constituye un aspecto crucial de la revelación divina.

Muchos cristianos dan mucha importancia al tabernáculo. Vimos que en el atrio del tabernáculo estaba el altar y el lavacro; que en el Lugar Santo estaba la mesa de los panes de la proposición, el candelero y el altar del incienso; y que en el Lugar Santísimo estaba el Arca del Testimonio. El Arca del Testimonio, que era el único mueble del Lugar Santísimo, representaba a Cristo como el testimonio único de Dios. Vimos también que el Arca contenía tres elementos: el maná escondido, la vara que reverdeció y las tablas de la ley. En los tres mensajes anteriores, profundizamos en el primer elemento, el maná escondido. Hasta cierto punto, muchos cristianos entienden lo que es el maná, pues saben que es un alimento celestial que representa a Cristo como el pan de vida. Sin embargo, es difícil entender el significado de la vara que reverdeció.

TRES SÍMBOLOS DE TRES EXPERIENCIAS

Los hijos de Israel tuvieron muchas experiencias en el desierto, y el Señor les ordenó que pusieran en Su presencia tres elementos que simbolizaban tres experiencias por las cuales ellos pasaron. Estos elementos simbólicos eran: las tablas del testimonio, el maná y la vara que reverdeció. Después de que los israelitas recibieron la ley en el monte de Sinaí, el Señor les dijo que pusieran las dos tablas de la ley dentro del Arca (Éx. 34:1, 29; 25:21; 40:20). Asimismo, un gomer de maná fue depositado en una urna y puesto delante del Señor para ser guardado (Éx. 16:32-34). En el desierto, los hijos de Israel también tuvieron algunas experiencias de rebelión. Números 16 nos relata el caso más grave de rebelión que hubo entre el pueblo. Fue precisamente por esta rebelión que se produjo la vara que reverdeció, la cual también fue puesta delante del testimonio, que estaba en el arca, como una señal (Nm. 17:10-11). Esto nos muestra que cada uno de estos elementos corresponden a experiencias que tuvieron los israelitas. Tales elementos no representaban enseñanzas sino que eran el resultado, el producto, de sus experiencias. De manera que si tratamos de comprender el significado de estos tres elementos basándonos en nuestros propios razonamientos, y con el solo propósito de adquirir conocimiento, no entenderemos su verdadero significado. Solamente podremos entenderlas por medio de nuestras experiencias y para nuestra experiencia.

EL ENFOQUE DE LA REVELACIÓN DIVINA

Si queremos entender el significado de la vara que reverdeció, debemos conocer un poco su contexto. El propósito de Dios consiste en obtener un pueblo que sea Su expresión corporativa, y que le exprese y le represente, a fin de obtener un dominio, un reino, en el cual Él pueda llevar a cabo Su economía eterna. Muchos piensan que Dios solamente ama a los judíos, ya que trabaja para ellos y hace muchas cosas por ellos, pero que a Él no le importan los gentiles. Éste es un concepto religioso, completamente ajeno al enfoque de la revelación divina. El enfoque de la revelación divina es que el Dios eterno tiene un propósito. Dicho propósito consiste en obtener un pueblo, una sola entidad corporativa, que le contenga, que sea uno con Él y le permita a Él ser uno con ella, de modo que dicha entidad llegue a ser la expresión viviente del Dios invisible, y Dios pueda obtener un reino sobre la tierra que lleve a cabo Su economía para Su gloria y destruya a Su enemigo. Éste era el propósito que Dios tenía cuando llamó a los hijos de Israel a salir de Egipto, lo cual hizo de ellos un pueblo escogido y llamado.

LA NECESIDAD DEL LIDERAZGO
CON MIRAS A EDIFICAR EL PUEBLO DE DIOS

Después de haber salido de Egipto, los israelitas andaban por el desierto hacia la meta de Dios. Los hijos de Israel eran al menos unos cuantos millones en número, ya que nada más el número de los guerreros ascendía a más de seiscientos mil (Nm. 1:45-46). Ya que los israelitas eran un pueblo tan numeroso, ciertamente había una necesidad al igual que hoy en día, ésta es, la necesidad de que el pueblo de Dios sea edificado. Así pues, para que el pueblo de Dios pudiera ser edificado era necesario tener cierta autoridad. En otras palabras, se necesitaba el liderazgo. Como veremos más adelante, Dios no sólo levantó este liderazgo, sino que además lo edificó. El liderazgo que hubo entre los hijos de Israel fue un liderazgo corporativo que se componía al menos de dos hombres: Moisés, quien representa el aspecto del señorío y el reinado, y Aarón, quien representa el aspecto de la imagen y el sacerdocio.

EL SACERDOCIO Y EL REINADO

A fin de que el pueblo de Dios pudiera expresar y representar a Dios, se hizo necesario tanto el sacerdocio como el reinado. Incluso el Nuevo Testamento nos dice claramente que Dios, mediante Su redención, nos hizo reyes y sacerdotes (Ap. 1:5-6; 5:9-10). Es así como tenemos el sacerdocio y estamos en el reinado. Tenemos el sacerdocio para poder expresar a Dios; esto está relacionado con la imagen de Dios. El reinado, por su parte, tiene como objetivo el ejercer la autoridad de Dios. Dios creó al hombre a Su imagen y le dio dominio sobre todas criaturas (Gn. 1:26). En esto consiste el reinado que tiene por objetivo el reino de Dios. En la iglesia hoy aún se necesita el sacerdocio que expresa a Dios y el reinado que le representa. En el reino milenario venidero, seremos también sacerdotes que expresan a Dios y reyes que le representan (Ap. 20:6). Además, en la Nueva Jerusalén por la eternidad seremos sacerdotes y reyes (Ap. 22:3-5) que expresan a Dios mediante nuestro sacerdocio y le representan con Su autoridad mediante nuestro reinado. Desde el primer capítulo de Génesis hasta el último de Apocalipsis, la Biblia es muy coherente con respecto a estos dos aspectos del pueblo de Dios.

LA EDIFICACIÓN DEL LIDERAZGO

Moisés, quien representa el reinado, y Aarón, quien representa el sacerdocio, formaron juntos el liderazgo de Dios. Como ya dijimos, ambos fueron levantados y edificados por Dios. No obstante, Dios no tomó a Moisés y lo puso en el liderazgo inmediatamente después de que éste terminó sus estudios en el palacio de faraón. No, después que Moisés hubo terminado sus estudios, Dios lo condujo al desierto y allí lo edificó como líder. Puesto que Moisés provenía de una familia judía, él había recibido cierto conocimiento acerca de Dios. Pero, debido a que no había recibido ninguna educación secular, Dios propició las circunstancias que le permitieron recibir la mejor educación en el propio palacio de faraón (Hch. 7:22). La educación que recibió ciertamente debió haber sido superior a la de un doctorado. Sin embargo, a pesar de haber gozado de la mejor educación, esto por sí solo no lo facultó para ser líder. Así pues, durante sus primeros cuarenta años, Moisés aprendió acerca de Dios y obtuvo la mejor educación del mundo. Después de esto, él tuvo que pasar otros cuarenta años en el desierto, a fin de ser edificado como líder. La Biblia no nos provee detalles de cómo Dios edificó a Aarón como líder, pero en principio, Aarón también tuvo que haber pasado por las manos de Dios. Cuando Moisés le dijo a Dios que él no era elocuente sino “tardo en el habla y torpe de lengua” (Éx. 4:10), el Señor le contestó diciendo que Aarón, su hermano, quien podía hablar bien, sería a Moisés “como tu boca”, y que Moisés sería para él en “lugar de Dios” (Éx. 4:14, 16). Sólo después que Moisés y Aarón fueron edificados como líderes, pudieron asumir el liderazgo.

LA REBELIÓN QUE SE SUSCITÓ
EN EL DESIERTO

El viaje por el desierto ciertamente fue una prueba para los israelitas. Cuando el Señor envió a Moisés a los hijos de Israel, le dijo que hablara al pueblo de parte Suya, diciendo: “Yo os sacaré de la aflicción de Egipto […] a una tierra que fluye leche y miel” (Éx. 3:17). Ésta era una buena promesa. Los hijos de Israel fueron liberados de la tierra de Egipto, y debieron haber entrado en la tierra que fluye leche y miel. Pero debido la incredulidad descrita en Números 14, no pudieron entrar. Más adelante, en Números 16, vemos un grupo de rebeldes que, en lugar de reconocer que no habían entrado a la tierra debido a su propia incredulidad, culparon de esto a Moisés y a Aarón, diciendo: “¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te quieres enseñorear de nosotros imperiosamente? Tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel” (Nm. 16:13-14). Números 17:10 se refiere a aquellos que se sublevaron como “hijos rebeldes”. Estos hijos rebeldes parecían decir a Moisés y a Aarón: “Vosotros prometisteis llevarnos a una tierra que fluye leche y miel, pero no habéis cumplido. ¿No era la tierra de la cual nos sacasteis una tierra de leche y miel? Vosotros habéis faltado a vuestra promesa”. Estos hijos rebeldes incluso dijeron que Egipto era una tierra de leche y miel. ¡Cuán rebeldes fueron!

¿Quiénes eran estos rebeldes? Él principal de ellos era Coré. Coré, un levita (Nm. 16:1), se consideró en el mismo nivel que Moisés y Aarón, quienes eran también levitas. Seguramente pensó: “Vosotros sois levitas. ¿No lo soy yo también? ¿Por qué tenéis que asumir sólo vosotros el liderazgo mientras que yo no tengo ni parte ni lote en ello?”. Entre los rebeldes se mencionan otros dos, Datán y Abiram, quienes eran descendientes de Rubén, el hijo mayor de Jacob. Puesto que ellos pertenecían a la tribu que tenía la primogenitura, seguramente pensaron: “Vosotros levitas, ocupáis el tercer lugar entre las tribus, pero nosotros, los hijos de Rubén, primogénito de Jacob, estamos por encima de vosotros. Ya que vosotros venís después que nosotros, ¿Por qué sólo vosotros dos tenéis que asumir el liderazgo?”. Finalmente, todos ellos dijeron a Moisés y a Aarón: “¡Basta ya de vosotros! Toda la congregación, todos ellos son santos y en medio de ellos está Jehová. ¿Por qué, pues, os encumbráis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (Nm. 16:3). Éste fue el argumento sutil y diabólico que usaron estos rebeldes y las críticas que presentaron. ¡Cuán grande es la raíz de rebeldía que vemos aquí!

MOISÉS NO SE AIRÓ ANTE TAL REBELIÓN

Para entonces, Moisés y Aarón ya no eran jóvenes. Ambos deben haber tenido alrededor de cien años de edad. De acuerdo con el salmo 90, que fue escrito por Moisés, la vida humana sólo tiene una duración de setenta años. Los que gozan de buena salud tal vez lleguen a los ochenta años de edad. Así que, según lo que el mismo Moisés escribió, él ya debiera haber muerto. Sin embargo, seguía sirviendo a Dios aun después de haber superado la edad de los mortales, y Aarón era aún mayor que él. ¿Qué tenía de positivo que ellos tuvieran tanta edad? Que no se enojaban con facilidad. La rebelión descrita en Números 16 fue muy grave y terrible; con todo, Moisés no perdió la calma. Cuando los rebeldes se juntaron contra Moisés y Aarón, leemos que Moisés “se postró sobre su rostro” (Nm. 16:4). Como veremos en el siguiente mensaje, Dios vino a juzgar esta rebelión.

LA VINDICACIÓN DEL LIDERAZGO APROPIADO

En Números 17 Dios parecía estar diciendo a Moisés: “Estos hijos rebeldes están contendiendo contigo a causa del liderazgo. Diles que Yo haré algo para vindicar el liderazgo. Yo les mostraré quiénes son los verdaderos líderes, y esto cerrará sus bocas”. En Números 17:2 el Señor dijo a Moisés: “Habla a los hijos de Israel, y toma de todos sus príncipes una vara por cada paterna: doce varas en total, conforme a las casas de sus padres. Tú escribirás el nombre de cada uno sobre su vara”. Una vara es un trozo de madera seco y sin vida. En cuanto a su naturaleza, es madera inerte. ¿Qué función cumple una vara? La función de regir y gobernar sobre otros. Una vara es diferente de un bastón. Un bastón sirve para dar apoyo y sostén a los débiles y enfermos, y a aquellos que no son capaces de sostenerse en pie o de caminar por sí solos. Pero la función de una vara no es la de proveer apoyo, sino la de regir y azotar. Según el libro de Proverbios, el padre debe castigar a sus hijos con vara (Pr. 23:13-14).

Nuestro Dios es muy sabio y supo cuál era la mejor manera de vindicar el liderazgo. En lugar de argumentar, Dios pareció decir: “Ya que vosotros habéis estado argumentando acerca del liderazgo, os pido que presentéis vuestras varas delante del testimonio. Vosotros pensáis que porque tenéis varas podéis regir sobre los demás, y que Moisés y Aarón fueron demasiado pretenciosos. Vosotros decís que por el hecho de pertenecer al pueblo de Dios, todos vosotros tenéis la misma autoridad. ¿Tenéis vosotros autoridad? Cada tribu ciertamente tiene una vara. Traedme vuestras varas y ponedlas delante de Mi testimonio por una noche, y veamos qué acontecerá”. En Números 17:5 el Señor dijo: “Florecerá la vara del hombre que yo escoja, y así haré cesar delante de mí las quejas que murmuran los hijos de Israel contra vosotros”.

Doce varas fueron puestas delante del Señor en el tabernáculo del testimonio (Nm. 17:7). En Números 17:8 dice: “Aconteció que al día siguiente fue Moisés al Tabernáculo del Testimonio y vio que la vara de Aarón de la casa de Leví había reverdecido, echado flores, arrojado renuevos y producido almendras”. Esto quiere decir que el verdadero liderazgo, la verdadera autoridad, reside en la vida que reverdece. Esta vida no sólo reverdece y echa flores, sino que además produce fruto para que alimentemos a otros, no para que los golpeemos. Aunque la vara sirve para gobernar, dicho gobierno tiene como objetivo alimentar, no golpear.

El liderazgo entre el pueblo de Dios es diferente del que vemos entre los gentiles. Los reyes de las naciones usan sus varas para gobernar, pero ninguna de ellas es útil para alimentar porque no tienen vida. Cada una de esas varas no es más que un trozo de madera inerte. Es sólo cuando el liderazgo de entre el pueblo de Dios es apropiado que tenemos la vara que reverdece con la vida de resurrección y que produce fruto para alimentar a otros.

El almendro es el primero de los árboles en florecer, pues florece entre los meses de enero y febrero. Así que el primer fruto del año es la almendra. Esto representa la resurrección. Por lo tanto, la vara que reverdece, florece y produce fruto representa la vida de resurrección de Cristo. El liderazgo entre los hijos de Dios debe ser Cristo mismo como la vida de resurrección que reverdece, echa flores y produce almendras para alimentar al pueblo de Dios.

LA AMBICIÓN POR EL LIDERAZGO

Algunos dirán: “Yo no soy anciano, ni quiero ser líder entre los hijos de Dios. Lo único que quiero es ser libre, vivir cómodamente y no tener que cargar semejante responsabilidad”. Aunque usted diga eso, yo no le creo, pues a todo el mundo le gusta ser líder. Así que, si usted dice que no le gusta ser líder, miente, porque en lo más profundo de su ser a usted le llama la atención ser líder. Cuando se organizan los grupos de servicio, usted quiere ser el primero. Ciertamente no quiere ser el último. Las hermanas tal vez digan: “Como somos mujeres, no nos interesa el liderazgo”. Hermanas, no digan eso. Supongamos que formáramos un grupo de cinco hermanas para tocar el piano. Estoy seguro de que cada una de ellas estaría pendiente del orden en que mencionaran sus nombres. Es posible que la que mencionaran de último se molestara tanto que dejara de orar por toda una semana. Tal vez diría: “Si no puedo ser la primera, debiera al menos ser la tercera, pero ni siquiera soy la cuarta. Yo llevo más de cincuenta años de ser salva. ¿Por qué tengo que ser la última? ¿Por qué han hecho esto los ancianos? ¿Acaso no tienen discernimiento?”. Esto muestra que tenemos ambición por el liderazgo.

Doy gracias al Señor por esta clase de ambición. En realidad, esto es mucho mejor que ambicionar ser presidente de Estados Unidos. Es bueno que los cristianos tengan ambición. Sin ambición, seríamos como sillas y bancas, y Dios no podría hacer nada con nosotros. Pero debido a que somos tan ambiciosos, Dios puede hacer algo con nosotros. Es probable que sólo aquellos que sean muy ancianos no tengan más ambiciones. Un hermano que ya esté por cumplir ochenta años de edad quizás no tenga ninguna ambición, pero estoy seguro de que todos los hermanos jóvenes desean ser el apóstol Pablo de hoy. Animo a todos los jóvenes a que sean así. Yo me sentiría muy contento si todos los jóvenes quisieran ser el Pedro o el Pablo de hoy.

En nuestro estudio-vida de Génesis, vimos que Abraham, Isaac y Jacob, junto con José, representan los distintos aspectos de una persona que experimenta la vida divina. De igual manera, no debemos pensar que Coré y Moisés representan dos tipos de personas. En nuestra naturaleza todos tenemos la misma ambición que Moisés tuvo. A la edad de cuarenta años, Moisés tuvo la ambición de ser el líder que rescataría a los judíos de la tiranía del rey egipcio (Hch. 7:23-27). Sin embargo, en Moisés también existía el mismo elemento de rebeldía que estaba en Coré, Datán y Abiram. Hermanos jóvenes, yo sé que dentro de ustedes está tanto la naturaleza positiva de Moisés como la naturaleza rebelde de Coré. Aún más, sé que los elementos negativos de Datán y Abiram están en ustedes. En el próximo mensaje veremos que Dios juzgó la naturaleza rebelde y resucitó el elemento positivo, esto es, el elemento de la vida de resurrección.

Si usted no hubiera sido salvo, ciertamente no tendría ambición alguna entre el pueblo de Dios. ¿Por qué es usted tan ambicioso en la vida de iglesia? Simplemente porque ama al Señor. Si no amara al Señor ni tuviera ninguna ambición, sería como la gente del mundo que vaga sin rumbo, sin ninguna ambición de ser alguien para Dios. Pero hoy en día, como aquellos que están en la iglesia y aman al Señor, ustedes tienen ambiciones y guardan la esperanza de que algún día serán aptos para ejercer el liderazgo. Aunque ésta es ciertamente una buena ambición, tiene que ser resucitada. Además, es preciso que también sepamos que dentro de nosotros está Coré, Datán, Abiram, y toda clase de elementos rebeldes. Así que, por una parte, ambicionamos la meta de Dios y, por otra, somos rebeldes. Yo entiendo esto muy bien porque también he padecido de esta enfermedad.

LA REBELIÓN DEL ALMA CONTRA EL ESPÍRITU

No solamente nos rebelamos en nuestro interior contra otros líderes, sino que muchas veces nuestra alma se rebela contra el espíritu. A menudo nuestra mente dice: “Espíritu, ¿por qué no puedo yo servir a Dios? ¿Por qué no puedo yo, la mente, hacer algo para Dios?”. ¿No ha experimentado esta clase de rebelión en su interior? Muchas veces mi alma se ha rebelado contra mi espíritu, diciendo: “Espíritu, no estoy de acuerdo con eso. Yo soy más lista que tú y puedo lograr muchas cosas. Es cierto que tú eres una parte de Witness Lee, pero yo, el alma, ¿no soy también parte de Witness Lee? ¿No somos todos hijos de Dios? ¿Por qué tú, el espíritu, asumes una posición superior?”. Muchas veces en nuestro servicio hemos actuado en nuestra alma de una manera rebelde, para demostrar que nuestra alma puede hacer algo para Dios y que nosotros, en nuestro hombre natural, podemos rendir algún servicio a Dios sin necesidad de ejercitar nuestro espíritu. Esto es una especie de rebelión.

LA AMBICIÓN Y LA REBELDÍA
ESTÁN DENTRO DE NOSOTROS

No consideremos a los hijos de Israel, mencionados en Números 16, como individuos independientes unos de otros. Más bien, debemos considerarlos como una persona colectiva, una persona corporativa, que incluye a Moisés, a Aarón, a Coré, a Datán y a Abiram. Dentro de nosotros está Moisés y Aarón, así como Coré, Datán y Abiram. Tanto la ambición como la rebeldía está en nuestro ser. En ocasiones no podemos menos que reírnos de nosotros mismos, porque, por un lado, somos muy ambiciosos para Dios, y por otro, somos muy rebeldes. Yo creo que todos nosotros hemos tenido la experiencia de ser ambiciosos y rebeldes al mismo tiempo. Si usted no siente interés por las cosas de Dios, nunca ha pasado por esto. No obstante, tan pronto comenzó a interesarse en las cosas de Dios, descubrió que tanto la ambición como la rebeldía estaban dentro de usted. La primera clase de rebelión que experimentamos es la rebelión del alma, la mente, contra el espíritu; y la segunda clase de rebelión que experimentamos es la rebelión contra aquellos que están sobre nosotros.

Aunque usted se negara a admitirlo, la rebeldía está en usted. Tal vez diga: “Hermano fulano, yo le estimo y me sujeto a usted”. Pero mientras dice esto de labios, en lo profundo de su ser es rebelde y dice: “Hermano fulano, usted se cree muy importante. ¡Cuán pretencioso es! En ciertos aspectos usted no es tan capaz como yo. Un día Dios me vindicará y todos verán lo capaz que soy”. Esto muestra la rebeldía que hay en usted.

DIOS VIENE A JUZGAR
Y A VINDICAR

Gracias a Dios por la ambición y, en un sentido negativo, gracias a Dios también por la rebeldía. El caso de rebelión descrito en Números 16 hizo que Dios viniera a juzgar y vindicar. Dios primero juzgó a los rebeldes. Luego, después que hubo juzgado el elemento de rebeldía, ordenó que tomaran los incensarios de bronce de los rebeldes e hicieran con ellos planchas para cubrir el altar, como una señal a los hijos de Israel (Nm. 16:36-40). Después de esto, Dios dijo a Moisés que pusiera las doce varas delante de Su testimonio. Esto no fue para juicio, sino para vindicación. De esta vindicación provino a vara que reverdeció. Luego Dios dijo a Moisés que pusiera la vara de Aarón delante del testimonio “para que se guarde como señal para los hijos rebeldes” (Nm. 17:10). De manera que aquí encontramos dos señales: las planchas de bronce que cubrían el altar, las cuales provenían del juicio de Dios, y la vara que reverdeció y que fue puesta delante del testimonio, la cual fue el resultado de la vindicación de Dios.

Tanto la ambición como la rebeldía están presentes en nosotros. Todos nosotros tenemos ambas cosas, ya que somos el verdadero Israel. La ambición y la rebeldía estaban entre los israelitas y también están dentro de ellos. Dios primero juzgó y consumió el elemento de rebeldía, y después de este juicio vino para vindicar. El resultado de tal juicio y vindicación fueron dos señales: una de ellas en el altar que estaba en el atrio, y la otra en el Arca, que estaba en el Lugar Santísimo. Estas señales indican que nuestra naturaleza natural y rebelde debe ser juzgada y consumida, y que la ambición resucitada debe ser vindicada. Ésta debe reverdecer, florecer y llevar fruto. Es así como se produce el liderazgo apropiado.

En el Arca que está en el Lugar Santísimo experimentamos a Cristo como el verdadero liderazgo. En cuanto al liderazgo vemos dos aspectos. El primero es que el elemento natural de rebeldía debe ser consumido sobre el altar. El segundo es que en el Lugar Santísimo todo lo que haya sido regenerado en nosotros y todo lo que pertenezca a la vida resucitada, debe ser enriquecido y fortalecido; debe reverdecer, florecer y producir almendras. Éste es el liderazgo auténtico.

TODOS LOS MIEMBROS, AL IGUAL QUE LOS LÍDERES, DEBEN SER SIERVOS

Un líder entre el pueblo del Señor es un servidor. Aunque usted no sea anciano ni líder de algún grupo de servicio, con todo, es un servidor. En principio, usted es igual que un líder en el servicio del Señor. Cada uno de los miembros de la iglesia es un servidor. La edificación de Dios requiere de servidores. Como siervos que somos, todavía está en nosotros el elemento de la rebeldía, el cual debe ser juzgado y consumido sobre el altar como una señal al universo de que nuestro hombre natural ha sido juzgado. Sin embargo, todavía permanece otro elemento en nosotros: el elemento que ha sido regenerado, el elemento de la vida divina, que es Cristo mismo como la vida de resurrección. Así, una vez que lleguemos al Arca que está en el Lugar Santísimo y tengamos contacto con Cristo como la vida de resurrección, este elemento vendrá a ser nuestro liderazgo. Dicho elemento reverdecerá, echará flores y producirá almendras para alimentar a los demás.

Inclusive los hermanos y hermanas más jóvenes son siervos de Dios. Su naturaleza rebelde debe también ser consumida, quebrantada y juzgada, y la vida de resurrección que está en ellos debe reverdecer, echar flores y producir almendras para alimentar a otros. Aun en los hermanos y hermanas más jóvenes se encuentra la rebeldía y la ambición, pues también ellos han llegado a criticar a los ancianos.

Alabado sea el Señor porque tenemos una ambición apropiada. No obstante, debemos reconocer que también tenemos el elemento de la rebeldía. Mientras estos dos elementos, la ambición y la rebeldía, estén activos en nuestro interior, la edificación no podrá avanzar. Así que, es necesario que la rebeldía sea juzgada, y la ambición sea vindicada. El elemento de Cristo presente en nosotros debe ser vindicado, fortalecido, enriquecido y elevado, y debe reverdecer, florecer y producir almendras. Así que, la rebeldía es juzgada, y la ambición es vindicada. Es cierto que tenemos una ambición apropiada. Mientras avanzamos por la senda que nos lleva del altar adonde está la vara que reverdeció, toda nuestra rebeldía debe ser eliminada y la ambición apropiada debe crecer. Entonces podremos ejercer el liderazgo apropiado y servir apropiadamente para que el pueblo de Dios pueda ser edificado y consolidado. La edificación de Dios depende de la vara que reverdeció, y ésta sólo la experimentamos en el interior del Arca, en el Lugar Santísimo. Para ello, debemos avanzar hasta entrar en el Lugar Santísimo y disfrutar allí al Cristo que es el Arca del Testimonio de Dios.