ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS
MENSAJE CUARENTA Y CINCO
NO PERDICIÓN ETERNA
SINO UN CASTIGO DISPENSACIONAL
Este mensaje titulado: “No perdición eterna, sino un castigo dispensacional”, es necesario para que podamos tener un fundamento básico con respecto al recobro del Señor. La expresión castigo dispensacional tal vez no se encuentre en otros libros o mensajes cristianos, ya que éste es un término nuevo en el recobro del Señor. Este término es necesario porque muchos cristianos han confundido el asunto del castigo dispensacional con la perdición eterna. Según el Nuevo Testamento, estos dos asuntos son completamente distintos y no tienen nada en común. La perdición eterna se aplica a los incrédulos, mientras que el castigo dispensacional se aplica a los creyentes. Debido a la confusión que ha habido entre estos dos conceptos se han suscitado muchos problemas.
Actualmente en el cristianismo existen dos corrientes teológicas con respecto a la salvación. Una de ellas afirma que la salvación es eterna. Según esta corriente de pensamiento, una vez que somos salvos, lo somos eternamente, no importa lo que hagamos después de haber sido salvos, pues la salvación jamás puede perderse. La postura de la segunda corriente teológica declara que si no somos cuidadosos después de haber sido salvos, podemos perder nuestra salvación. La mayoría de las llamadas iglesias de santidad pertenecen a esta corriente de pensamiento, creyendo que una persona puede ser salva y volver a perderse una y otra vez. Ya que la salvación de ellos sube y baja como un ascensor, podemos llamar a este concepto: “la salvación de ascensor”. Una vez, cuando tenía menos de treinta años de edad, vino un predicador a nuestro pueblo diciendo que podíamos ser salvos por la mañana y volver a perdernos por la noche, y que después, si nos arrepentíamos una vez más y confesábamos nuestros pecados, podíamos ser salvos otra vez a la mañana siguiente. Cuando escuché esto, hablé con denuedo a los santos de ese pueblo que esa predicación era ilógica y que nuestro Dios jamás nos daría una salvación así.
Aquellos que predican y enseñan la “salvación de ascensor” aparentemente tienen una base bíblica para afirmar esto, pero en realidad no la tienen. Son como aquellos que padecen de miopía y confunden la letra C con la letra G. Cometen un grave error al interpretar algunos pasajes de la Biblia. Usan todos los versículos que hablan del castigo dispensacional para fundamentar su creencia de que una persona salva puede volver a perderse. Aquellos que siguen esta corriente teológica no tienen ninguna seguridad con respecto a su salvación. En cuanto a la salvación se refiere, si ellos están “arriba” cuando mueren, entonces son salvos eternamente, pero si se encuentran “abajo”, entonces se perderán eternamente. ¿Qué clase de evangelio es éste? ¡Esto es terrible!
Sin embargo, también es erróneo enseñar que no importa lo que hagamos después de ser salvos, seguiremos siendo salvos sin sufrir ninguna consecuencia. Según esta enseñanza, mientras tengamos la seguridad de ser salvos por la eternidad, todo estará bien. Debemos desechar y dejar la enseñanza de estas dos corrientes teológicas, y ver lo que dice la Palabra pura de Dios respecto a este asunto.
I. LA CERTEZA DE LA SALVACIÓN ETERNA QUE DIOS
HA PROVISTO PARA LOS CREYENTES
La salvación que Dios nos ha provisto es eterna. Una vez que la recibimos, está eternamente asegurada. Esto lo demuestran once factores.
A. La voluntad de Dios
La salvación eterna de Dios está asegurada por la voluntad de Dios. Efesios 1:5 dice que fuimos predestinados según la voluntad de Dios, y Juan 6:39 afirma que la voluntad del Padre es que ninguno de los que Él ha dado al Hijo se pierda. Ésta es la voluntad de Dios concerniente a nuestra salvación. La voluntad de Dios es más firme y más estable que una roca. Los cielos y la tierra pasarán, pero la voluntad de Dios permanecerá para siempre. Su voluntad no “sube y baja” como un ascensor.
B. La elección y el llamamiento de Dios
Nuestra salvación está asegurada por la elección y el llamamiento de Dios. Él nos escogió, nos eligió, antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4). No lo elegimos nosotros a Él, sino que Él nos eligió a nosotros (Jn. 15:16), y Su elección no depende de nuestras obras sino de Él, quien llama (Ro. 9:11). Además, Él no sólo nos predestinó sino que también nos llamó (Ro. 8:30), y esto no conforme a nuestras obras sino según Su propósito (2 Ti. 1:9). Además, Su llamamiento es irrevocable. Él nunca se arrepentirá ni se lamentará de habernos llamado. Su elección y Su llamamiento no dependen en lo absoluto de nuestras obras, ni pueden ser afectados por ellas, puesto que son inmutables. La elección y el llamamiento de Dios, los cuales son iniciados por Él y no por nosotros, son la garantía de nuestra salvación.
C. El amor y la gracia de Dios
La salvación que hemos recibido de Dios también está asegurada por Su amor y por Su gracia. No amamos nosotros a Dios, sino que fue Él quien nos amó, y envió a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados (1 Jn. 4:10). Por consiguiente, nada podrá separarnos del amor de Dios (Ro. 8:38-39). Nosotros somos variables, pero el amor de Dios es invariable. Además, Dios no nos salvó conforme a nuestras obras, sino según Su gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de que el mundo comenzara (2 Ti. 1:9). Nuestras obras a menudo pueden fallar, pero la gracia de Dios nunca fallará. De manera que nuestra salvación está asegurada no por nuestras obras sino por la prevaleciente gracia de Dios, la cual procede de Su amor inmutable.
D. La justicia de Dios
La salvación eterna de Dios también está asegurada por la justicia de Dios, la cual se revela para fe (Ro. 1:16-17). A fin de demostrar Su justicia, Dios tiene que justificarnos, y ciertamente Él ha justificado a los que hemos creído en el Señor Jesús (Ro. 3:26). Es el Dios justo quien nos ha justificado (Ro. 8:33), y Su justicia es el cimiento de Su trono (Sal. 89:14). Su trono ha sido establecido para siempre y nada puede conmoverlo. Ya que nuestra salvación está asegurada por la justicia de Dios, es tan estable como el trono de Dios.
E. El pacto de Dios
Nuestra salvación está asegurada por el pacto de Dios. Dios nos salvó mediante Su nuevo pacto (He. 8:8-13). Ciertamente ha sido pactado que Él escribiría la ley de vida en nuestro interior y que nunca más se acordaría de nuestros pecados. Como el Dios fiel que Él es, nunca quebrantará Su pacto (Sal. 89:34). No solamente Su justicia sino también Su fidelidad lo comprometen. Por lo tanto, Su pacto y Su fidelidad garantizan nuestra salvación.
F. El poder de Dios
Nuestra salvación eterna también está asegurada por el poder de Dios. El Señor Jesús dijo que Su Padre es mayor que todos, y que nadie puede arrebatarnos de la mano del Padre (Jn. 10:29). Dios el Padre es más poderoso que cualquier cosa. Su brazo es potente y Su mano es fuerte (Sal. 89:13). Nadie nos puede arrebatar de Su mano.
G. La vida de Dios
Nuestra salvación está asegurada eternamente por la vida de Dios. El Señor dijo: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás” (Jn. 10:28). ¿Cree usted que la vida eterna nos puede ser quitada una vez que nos ha sido dada? Si decimos que después de haber sido salvos podemos volvernos a perder, estamos diciendo que la vida eterna que nos fue dada, nos puede ser quitada. Esto es completamente ilógico. Una vez que recibimos la vida eterna, jamás pereceremos.
H. Dios mismo
Nuestra salvación está asegurada por Dios mismo. Dios nos escogió, predestinó, llamó, justificó, limpió y salvó. En Él no hay sombra de variación (Jac. 1:17), puesto que es inmutable (Mal. 3:6). Después de haber hecho tanto por nosotros para que pudiésemos ser salvos, ¿cree usted que Dios cambiaría al respecto? ¿Puede nuestra condición o nuestra situación afectar la naturaleza de Dios o alterar Su obra? Por supuesto que no, ya que es imposible. Así pues, nuestra salvación está asegurada por Dios mismo, quien es inmutable.
I. La redención de Cristo
Nuestra salvación también está asegurada por la redención de Cristo. Cristo murió por nosotros (Ro. 8:34), y la redención que logró Su muerte es una redención eterna (He. 9:12). Habiéndose ofrecido una sola vez a Dios, Él nos hizo perfectos para siempre (10:14), y Su redención eterna da por resultado que nuestra salvación sea también eterna (5:9). Por tanto, Él puede salvarnos por completo, no solamente en grado sino también en cuanto a tiempo (7:25).
J. El poder de Cristo
Nuestra salvación eterna está asegurada también por el poder de Cristo. En Juan 10:28 y 29 el Señor nos asegura que no solamente la mano del Padre, sino también Su propia mano nos guardará de perecer. El Padre es fuerte y Cristo también es poderoso. Nadie puede arrebatarnos de la mano del Padre ni de la mano de Cristo. Por consiguiente, estamos asegurados por estas dos manos divinas, la mano amorosa del Padre y la mano de gracia del Hijo, las cuales son poderosas para guardarnos.
K. La promesa de Cristo
Finalmente, nuestra salvación está asegurada por la promesa de Cristo. El Señor Jesús dijo: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que a Mí viene, por ningún motivo le echaré fuera” (Jn. 6:37). Aquí vemos que el Señor prometió que Él nunca rechazaría ni abandonaría a nadie que viniera a Él. Todos estos versículos son muy claros y explícitos, y nos proveen una base sólida para la seguridad de nuestra salvación. Nada puede anular estos versículos tan claros. De manera que, todos los hijos de Dios pueden tener la fe para creer con certeza que su salvación es eterna.
Aquellos que creen que una persona salva puede perder su salvación se apoyan en versículos tales como Hebreos 10:29, que dice: “¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisotee al Hijo de Dios, y tenga por común la sangre del pacto por la cual fue santificado, y ultraje al Espíritu de gracia?”. Debemos estudiar este versículo muy cuidadosamente. Este versículo se refiere a una persona que ya es salva, pues dice que ha sido santificada por la sangre de Cristo. Sin embargo, dice que tal persona merece el peor de los castigos porque ha pisoteado al Hijo de Dios, ha tenido por común la preciosa sangre de Cristo y ha ultrajado al Espíritu de gracia. Indudablemente el Espíritu de gracia había estado operando en dicha persona conforme a Su gracia, pero ella no le prestó atención.
Para entender este versículo es preciso que estudiemos su contexto a partir del versículo 25, que dice: “No dejando de congregarnos como algunos tienen por costumbre”. Como ya hemos visto, si los creyentes hebreos dejaban de congregarse, eso implicaba que ellos estaban abandonando la iglesia para regresar al judaísmo con el fin de ofrecer otra vez sacrificios de animales. Luego, el versículo 26 nos habla de pecar voluntariamente “después de haber recibido el conocimiento de la verdad”. Como hicimos notar en el mensaje anterior, la verdad aquí se refiere a las cosas reveladas en los capítulos y versículos anteriores; tales cosas les dieron a los creyentes hebreos el pleno conocimiento de que Dios había anulado el antiguo pacto y había establecido uno nuevo. Si después de recibir este conocimiento ellos volvían a ofrecer sacrificios por el pecado, habrían pecado voluntariamente. Ellos ya sabían que, conforme a la economía de Dios, no quedaban más sacrificios por el pecado porque el sacrificio único de Cristo había puesto fin a todos los sacrificios. Así que, si estudiamos el versículo 29 dentro de su contexto, veremos que está hablándonos de una persona que ha sido verdaderamente salva. Todos los creyentes hebreos eran salvos; no obstante, estaban en peligro de abandonar la asamblea cristiana, es decir, la iglesia y de regresar al judaísmo. Si ellos hubiesen hecho esto, se habrían hecho merecedores de cierto castigo. Si bien este versículo nos muestra que una persona salva puede ser castigada, en ningún momento da a entender, como lo aseguran aquellos que siguen la segunda corriente teológica, que una persona salva puede perderse. Este versículo de ningún modo se refiere a la perdición o condenación eterna, sino a cierto castigo o disciplina que se aplica a los creyentes.
II. LA PERDICIÓN ETERNA
SE APLICA A LOS INCRÉDULOS
El “mayor castigo” mencionado en 10:29 difiere de sufrir la segunda muerte (Ap. 20:6, 14 y 21:8). Sufrir la segunda muerte es perecer en el lago de fuego por la eternidad, es decir, sufrir perdición eterna. No hay nada más terrible que esto. Algunas personas argumentan que no existe tal cosa como perdición o condenación eterna, y dicen que, puesto que Dios es amor, Él jamás permitiría que ninguna de Sus criaturas sufriera en el lago de fuego eternamente. Sin embargo, ellos parecen olvidar Apocalipsis 14:10-11; 19:20, 20:10, 14-15; y 21:8. Estos versículos nos dicen que los que se pierden, es decir, los que perecen, sufrirán en el lago de fuego por la eternidad. Dios es Dios. Cuando Él ama, ama verdaderamente. Pero cuando Él es severo, Él es verdaderamente severo. Ya que los incrédulos pueden sufrir una perdición tan terrible, ciertamente necesitan escuchar el evangelio.
III. LOS CREYENTES SUFRIRÁN
UN CASTIGO DISPENSACIONAL POR SUS FALLAS
A. La disciplina o castigo de Dios
Aunque no es posible que los creyentes se pierdan, sí es posible que sufran algún castigo dispensacional por sus fallas (10:29). En estos días todos hemos escuchado el llamamiento a acercarnos y no retroceder. Pero supongamos que algunos retrocedieran. De ningún modo ellos se perderían, pero sí serían disciplinados por Dios con algún castigo dispensacional. En la Biblia, al castigo dispensacional se le llama castigo o disciplina. El castigo de Dios es la disciplina que Él administra. Cuando los padres castigan a sus hijos, no quiere decir que los desechan. Por el contrario, los padres disciplinan a sus hijos con una buena intención. Sé de unos padres cristianos que hicieron una advertencia a sus hijos con respecto a sus tareas escolares. Les dijeron que ellos les habían provisto todo lo necesario, y que ahora la responsabilidad de ellos era obtener buenas calificaciones en la escuela. Les prometieron que si al final del año escolar obtenían buenas calificaciones recibirían una gran recompensa, pero que si reprobaban, los pondrían en un cuarto oscuro durante todo un día. Estos padres cumplieron su promesa. Al final del año, el hijo que sacó las mejores calificaciones fue recompensado, mientras que el que reprobó, recibió un castigo. Uno de los padres, disciplinándolo aun con lágrimas, le dijo: “Hijo, yo te quiero, pero no puedo retractarme. Tendrás que irte al cuarto oscuro durante todo el día y sin nada que comer”. Eso no significaba que sus padres lo hubieran abandonado para siempre. Aquel cuarto oscuro ni siquiera fue una prisión temporal, sino una demostración de amor. Los padres de aquel niño, le demostraron el más grande amor y, como resultado, durante el siguiente período escolar obtuvo buenas calificaciones en la escuela. Éste es un ejemplo del castigo dispensacional.
Nuestro padre celestial es amoroso y sabio. ¿Piensa usted que Él siempre permitirá que fallemos? Claro que no. ¿Qué hará Él si fracasamos? Nos disciplinará de una manera amorosa, poniéndonos en un amoroso cuarto oscuro por algún tiempo. Allí, en la oscuridad, Sus hijos serán disciplinados por su propio bien.
B. Algunos son disciplinados en esta era
Todos los maestros cristianos que enseñan la Biblia correctamente, concuerdan en que Dios disciplina a Sus hijos. En Hebreos 12:5-11 se nos hace una advertencia. Los versículos 5 y 6 dicen: “Habéis olvidado por completo la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: ‘Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por Él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo hijo que recibe’”. Este pasaje se refiere principalmente a la disciplina que Dios nos administra en esta era. ¿Es usted un hijo de Dios? Si lo es, entonces es posible que sea azotado por Él. El versículo 7 añade: “Es para vuestra disciplina que soportáis; Dios os trata como a hijos. Porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?”. Cuando este libro se escribió, los creyentes hebreos estaban sufriendo castigo. Dios los estaba tratando como a hijos. Aunque sí he disciplinado a mis propios hijos, nunca he disciplinado a hijos ajenos, ya que no son hijos míos ni yo soy su padre. El versículo 8 añade: “Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos y no hijos”. Si el Padre no nos disciplinara entonces seríamos bastardos y no hijos. Yo no quisiera de ningún modo ser un bastardo. “Además, tuvimos a nuestros padres carnales que nos disciplinaban, y los respetábamos. ¿Por qué no nos someteremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Porque ellos, por pocos días nos disciplinaban como les parecía, pero Él para lo que es provechoso, para que participemos de Su santidad” (vs. 9-10). La santidad es la naturaleza de Dios. Participar de la santidad de Dios es participar de Su naturaleza santa. La permanencia de los creyentes hebreos en el judaísmo era algo común e impío. Ellos necesitaban ser santificados para el nuevo pacto de Dios a fin de poder participar de la naturaleza santa de Dios. La razón por la cual sobrevino la persecución fue disciplinarlos, a fin de que fueran santificados o separados de lo común.
C. Otros serán disciplinados en la próxima era
Si bien los maestros fundamentalistas de la Biblia creen que Dios disciplina a sus hijos, la mayoría de ellos diría que esta disciplina o castigo sólo sucederá en esta era, y no en la era venidera, argumentando que Dios no nos castigaría después de que hayamos muerto. Sin embargo, no puedo encontrar tal enseñanza en la Biblia. Lucas 12:45-48 revela claramente que cuando el Señor Jesús regrese, castigará a sus siervos infieles. En el tribunal de Cristo, todos los creyentes serán juzgados según la manera en que vivieron y conforme a lo que hicieron después de ser salvos. Entonces se determinará si ellos serán castigados o no. Esto podemos compararlo con lo que sucede al final del año escolar cuando los estudiantes presentan a sus padres las calificaciones que obtuvieron. Los padres deciden entonces si sus hijos recibirán un premio o un castigo. Cuando el Señor regrese, todos le presentaremos nuestras “calificaciones”, y Él decidirá lo que hemos de recibir. De manera que la disciplina de Dios no se aplica solamente a esta era, sino también a la era venidera. Como hemos mencionado, la próxima era aún pertenecerá a los cielos y tierra antiguos. Por lo tanto, la era venidera, la era del reino, será un tiempo en el cual el Padre juzgará y disciplinará a sus hijos.
La advertencia presentada en 10:27-31 no se refiere a la perdición eterna destinada para los incrédulos, sino al castigo dispensacional de Dios para con Sus hijos que no obedecieron a Su palabra. Podemos estar seguros de que después de haber recibido la salvación de Dios, jamás la perderemos. No obstante, si no prestamos atención a la palabra de Dios, ciertamente seremos disciplinados. El hecho de que Dios el Padre nos discipline no quiere decir que Él nos aborrezca. Por el contrario, es una demostración de Su amor. Él disciplina a los que ama, y al disciplinarlos, los trata no como bastardos sino como a hijos amados. Ciertamente el Padre nos disciplinará.
¡Cuánto debemos agradecer al Señor por habernos abierto Su economía y por habernos dado estas advertencias para que todos sigamos adelante en Su economía! Si no prestamos atención a estas advertencias, ciertamente seremos castigados. El tiempo en que seamos castigados depende completamente de Él, no de nosotros. Son los padres quienes determinan cuál es el mejor momento para disciplinar a sus hijos. Ellos deciden si deben castigarlos inmediatamente o si deben esperar un poco de tiempo. De igual manera, nuestro Padre sabe cuál es el mejor momento para disciplinarnos; Él decide si debe hacerlo en esta era o en la era venidera. Lucas 12:45-48; 19:22-26; Mateo 24:48-51; y 25:26-30 revelan de forma clara y definida que cuando el Señor Jesús regrese, Él disciplinará a Sus siervos infieles.
Espero que todos hayamos visto claramente que la salvación que hemos recibido de Dios está eternamente asegurada. No obstante, debemos estar muy atentos a cómo andamos con Dios después de haber sido salvos, especialmente después de haber recibido el pleno conocimiento de la verdad, como nos fue presentado en estos mensajes de Hebreos. Si estos mensajes no les ayudan a avanzar, entonces no serán de provecho en lo que a su bienestar se refiere. Si conocemos la voluntad de Dios, y aun así no la hacemos, entonces seremos azotados más. Pero si no la hacemos debido a nuestra ignorancia, entonces seremos azotados menos. Lucas 12:48 dice: “Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco. A todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá”. Si usted no está dispuesto a seguir adelante con el Señor, es mejor que permanezca ignorante. Pero nosotros ya no somos ignorantes. Que todos atendamos a la advertencia que se nos hace a avanzar y no retroceder. Que nuestra oración sea: “Señor Jesús, ayúdame para seguir adelante”.