Estudio-vida de Hebreos, Mensaje 28

ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE VEINTIOCHO

EL SUMO SACERDOTE
SEGÚN EL ORDEN DE MELQUISEDEC
Y EL AUTOR DE LA SALVACIÓN ETERNA

En este mensaje es importante que veamos que el Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec es el Autor o la causa de la salvación eterna. ¿Había escuchado que la salvación eterna tiene una causa, un origen o un Autor? Cristo, quien es nuestro Sumo Sacerdote, es el Autor de esta salvación eterna. Como veremos, Él no es un Sumo Sacerdote según el antiguo sistema sacerdotal, como lo era el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec.

EL SUMO SACERDOTE SEGÚN
EL ORDEN DE MELQUISEDEC

I. ES SUPERIOR A AARÓN

Aarón no buscó para sí ninguna honra, sino que fue llamado y establecido por Dios como sumo sacerdote (5:4, 1). Esto se aplica aún más con respecto a Cristo. El Señor no se glorificó a Sí mismo haciéndose Sumo Sacerdote, sino que fue designado por Dios en Su resurrección según el orden de Melquisedec (vs. 5-6). Aarón, como sumo sacerdote, se ocupaba de las cosas relacionadas con Dios a favor del pueblo (v. 1). Cristo es superior a él en cuanto a ocuparse de todos nuestros casos ante Dios. Aarón presentó, a manera de tipo, ofrendas y sacrificios por los pecados, tanto por sí mismo como por el pueblo (vs. 1, 3); pero Cristo se ofreció a Sí mismo como el sacrificio por el pecado, no en tipo sino en realidad.

En 5:2 se nos dice que el sumo sacerdote “puede mostrarse compasivo con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad”. Aquí el griego implica un sentimiento ni muy severo ni muy tolerante para con los ignorantes y extraviados. Mostrarse compasivo significa ser moderado o tierno al juzgar la situación de ellos. El pensamiento de este versículo es una continuación del pensamiento de 4:15. Aunque Cristo no estaba rodeado de debilidad como los sumos sacerdotes tomados de entre los hombres, Él como nuestro Sumo Sacerdote fue tentado en todo igual que nosotros. Por lo tanto, al ser conmovido por el sentimiento de nuestras debilidades, puede mostrarse compasivo con nosotros, los ignorantes y extraviados.

II. FUE GLORIFICADO POR DIOS

A. Por medio de la resurrección

Como Sumo Sacerdote, Cristo fue glorificado por Dios mediante la resurrección. Hebreos 5:5 dice: “Así tampoco Cristo se glorificó a Sí mismo haciéndose Sumo Sacerdote, sino el que le dijo: ‘Tú eres Mi Hijo, Yo te he engendrado hoy’”. En este versículo glorificarse sustituye a honra del versículo anterior. Con respecto al sumo sacerdote tomado de entre los hombres, sólo hay honra, lo cual es un asunto de posición. Con respecto a Cristo como Sumo Sacerdote, no sólo hay honra sino también gloria, no solamente el valor de Su posición sino también el esplendor de Su persona. El versículo 5 contiene una cita de Salmos 2:7, que dice: “Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy”. Esto se refiere a la resurrección de Cristo (Hch. 13:33), la cual lo capacita para ser nuestro Sumo Sacerdote. Para ser nuestro Sumo Sacerdote, Cristo tuvo que participar de nuestra humanidad, como se menciona en Hebreos 2:14-18, y entrar, con esta humanidad, en la resurrección. En Su humanidad Él puede ser conmovido con el sentimiento de nuestras debilidades y ser misericordioso para con nosotros (4:15; 2:17). En resurrección, en Su divinidad Él puede hacerlo todo por nosotros y ser fiel para con nosotros (7:24-25; 2:17).

En 5:7 se nos dice que Cristo, “en los días de Su carne […] [ofreció] ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte”. La frase de la muerte aquí no significa que Cristo no haya entrado en la muerte ni la haya sufrido; quiere decir que Él resucitó. Antes de morir, Cristo oró por esto, y Dios le respondió levantándole de entre los muertos.

B. En la ascensión

El versículo 6 es una cita de Salmos 110, que dice: “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec”. Esto se refiere a la ascensión y a la entronización de Cristo (Sal. 110:1-4), las cuales son pasos adicionales, además de Su resurrección, que lo habilitan como nuestro Sumo Sacerdote (He. 7:26). Cristo no sólo resucitó de entre los muertos, sino que también ascendió a la cima del universo. En el mensaje anterior, indicamos que Cristo, al vencer la fuerza gravitacional de la tierra, derrotó a los demonios sobre la tierra, quienes buscaban retenerle. Mientras ascendía por el aire, según lo revela Colosenses 2:15, Cristo despojó a los principados y potestades y los exhibió públicamente. La palabra griega traducida “despojó” denota quitar el polvo usando un plumero. Mientras Cristo ascendía por el aire, los principados y potestades vinieron sobre Él como insectos, intentando impedir Su ascensión. El Señor Jesús no luchó contra ellos, sino que simplemente se los sacudió de encima y los hizo un espectáculo. Después de esto, Él ascendió a los cielos donde está ahora sentado a la diestra de Dios. Cada vez que tenemos contacto con Él, tocamos a Aquel que está por encima de todo, y nosotros, al igual que Él, nos encontramos por encima de todo. Él venció la fuerza de atracción que ejercían la tierra, los demonios, los principados y potestades, y todas las cosas negativas. ¡Cuánto necesitamos experimentar al Cristo que se revela en el libro de Hebreos!

C. Según el orden de Melquisedec

Cristo es nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec (5:6). El orden de Melquisedec es más elevado que el orden de Aarón. El orden de Aarón correspondía al sacerdocio ejercido sólo en la esfera humana; mientras que el orden de Melquisedec corresponde al sacerdocio ejercido en la esfera humana y en la divina. Esto se describe detalladamente en el capítulo siete.

D. Sumo Sacerdote para siempre

Aarón fue establecido con el honor de ser el sumo sacerdote sólo mientras vivía, debido a que la muerte le impedía continuar su oficio. Pero Cristo, como Hijo de Dios, fue designado en gloria para ser nuestro Sumo Sacerdote para siempre (v. 6). La muerte no puede impedírselo. Él ha sido glorificado para siempre para que sea nuestro Sumo Sacerdote.

III. UN SACERDOTE COMO MELQUISEDEC

Según la Biblia, solamente existen dos órdenes sacerdotales: el orden de Aarón y el orden de Melquisedec. El orden de Melquisedec vino antes que el orden de Aarón. El sacerdocio de Melquisedec no lo vemos con los descendientes de Abraham sino con Abraham mismo. Hemos visto que Adán fue la cabeza del linaje creado y que Abraham fue la cabeza del linaje llamado. Ya que el linaje creado encabezado por Adán había fracasado, y debido a que Adán le falló a Dios en Su propósito eterno, Dios finalmente abandonó al linaje creado. En la época de Babel, la totalidad del linaje creado se había convertido en la tierra de Caldea. Desde los tiempos de Nimrod, Caldea era una tierra llena de ídolos. La idolatría es algo totalmente opuesto a Dios mismo. Debido a que la humanidad encabezada por Adán había venido a ser una tierra llena de ídolos, aun al Dios Todopoderoso le fue imposible hacer algo con ellos. Pero, a pesar de que abandonó al linaje creado, Él nunca desistió de Su propósito eterno, el cual requería del hombre para su cumplimiento. Por lo tanto, conforme a Su economía, Dios llamó a Abraham para que saliera del linaje creado caído y se convirtiera así en la cabeza del linaje llamado.

Nosotros, los escogidos de Dios, también pertenecemos al linaje llamado. Antes todos fuimos parte del linaje creado y pertenecimos a “Caldea”, la cual estaba encabezada por Adán. Todos nosotros salimos de alguna tierra de idolatría. ¿Dónde se encontraba usted antes de ser salvo? Usted estaba en una tierra llena de ídolos. A los ojos de Dios, todo, sin importar si se trataba de algo moral o inmoral, ético o poco ético, bueno o malo, noble o vil, era un ídolo. ¡Alabado sea el Señor porque Él nos llamó a salir de nuestra “Caldea”! Romanos 8:29-30 dice que Dios nos conoció de antemano, nos predestinó y nos llamó. El llamamiento de Dios no es insignificante, sino muy sublime y celestial, y debemos comportarnos de una manera digna. El llamamiento de Dios es más alto, más rico y más importante que Su creación. ¡Aleluya porque somos miembros del linaje llamado! Nuestro padre Abraham es cabeza de este linaje. El sacerdocio que vemos con el padre del linaje llamado no fue un sacerdocio según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec. Melquisedec salió al encuentro de Abraham con pan y vino, y Abraham le dio los diezmos (Gn. 14:18-20). Melquisedec no vino a Abraham para recibir los diezmos de éste, sino para ministrarle el pan y el vino.

Una noche, antes de dejar a Sus discípulos, el Señor Jesús les ministró pan y vino (Mt. 26:26-27). La Biblia es asombrosamente coherente. Melquisedec ministró pan y vino a Abraham, y el Señor Jesús ministró pan y vino a Sus discípulos. No muchos de nosotros, que hemos estado participando de la mesa del Señor por años, hemos comprendido que esta mesa está relacionada con el Sacerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec. La primera vez que el sacerdocio se menciona en la Biblia nos dice que vino un sacerdote de parte del Dios Altísimo y ministró pan y vino al padre del linaje llamado.

No sabemos de dónde provino Melquisedec. Según el relato bíblico, él no tenía padres ni genealogía, ni principio de días ni fin de vida (He. 7:1-3). Él simplemente vino y se fue.

Melquisedec era el rey de Salem, lugar donde después se asentó Jerusalén. El vocablo salem significa paz, y Jeru significa cimiento. Por lo tanto, Jerusalén quiere decir “cimiento de paz”. En el tiempo en que vino Melquisedec existía Salem pero no Jerusalén, es decir, existía la paz pero no el cimiento de la paz. La primera vez que se menciona el sacerdocio en la Biblia, nos habla de una persona maravillosa quien era el rey de paz. El segundo aspecto de su título era rey de justicia. Si no tenemos justicia, no podemos tener paz, porque la paz siempre se deriva de la justicia. Así que, con relación a Melquisedec vemos tanto la justicia como la paz. Fue sobre la base de esta justicia y paz que él ministró pan y vino a Abraham. ¿Cuál es nuestra base cuando venimos a la mesa del Señor? ¿Es la piedad o la misericordia? No, es la justicia y la paz. Según Romanos 3, 4 y 5, nos fue imputada la justicia y fuimos justificados. Como resultado, disfrutamos de paz. Romanos 3 y 4 nos presentan la justicia y la justificación, y Romanos 5 nos habla de la paz que disfrutamos sobre la base de la justicia. En base a esta justicia y paz podemos disfrutar del pan y el vino en la mesa del Señor. Aquel que trajo justicia y paz es Aquel que nos suministra pan y vino. Él es nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec.

¿Cuál es el significado del pan y el vino en la mesa del Señor? El Señor mismo dijo del pan: “Esto es Mi cuerpo” (Mt. 26:26), y del vino: “Esto es Mi sangre” (Mt. 26:28). Esto indica que el pan y el vino que se exhiben en la mesa representa al Dios procesado, es decir, nos presenta a Cristo quien, como la corporificación de Dios, pasó por un proceso a fin de que pueda ser ministrado en nosotros.

Para entender cualquier asunto en la Biblia, tenemos que remitirnos al origen, esto es, al lugar donde se le menciona por primera vez en las Escrituras. De esta manera guardamos el principio de que la primera vez que se menciona algo en la Biblia determina su interpretación. Así pues, para entender quién es Melquisedec en el libro de Hebreos, debemos consultar en Génesis 14, que es donde Melquisedec y el sacerdocio se mencionan por primera vez. Cuando los cristianos piensan acerca de Cristo como Sumo Sacerdote, muy pocos se acuerdan de Génesis 14. Hebreos 7 nos remite a Génesis 14, cuando Melquisedec, rey de justicia y rey de paz, salió al encuentro de Abraham después de la derrota de los reyes. Aunque Melquisedec era rey, él no vino como rey sino como sacerdote del Dios Altísimo a fin de brindarle a Abraham pan y vino. Esto parece muy sencillo y trivial, pero es muy profundo. En la Biblia, el pan denota el suministro de vida. El Señor Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6:35), lo cual indica que Él es el pan del cielo que nos imparte vida. Asimismo, en la Biblia el vino representa la sangre, la cual efectúa la redención a fin de saciar nuestra sed. Los hombres caídos están bajo la condenación de Dios, y están sedientos debido a que el fuego del justo juicio arde en su interior. Ya que la sed de ellos proviene del hecho de que están bajo la condenación de Dios, el agua no puede apagarla. Sólo un líquido de vida puede apagar nuestra sed. El vino no es agua, sino un líquido de vida derivado de las uvas, las cuales tienen que ver con la vida. El Señor Jesús escogió el vino como símbolo de Su sangre redentora, cuando dijo: “Bebed de ella todos, porque esto es Mi sangre del pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados” (Mt. 26:27-28). El cuadro de Melquisedec viniendo a Abraham —el padre del linaje llamado— para ministrarle pan y vino, tipifica la venida de Cristo, quien vino para ministrarse a Sí mismo a nosotros como el Dios procesado. Él pasó por el proceso de la cruz para poder ser nuestro suministro de vida, el cual incluye el vino redentor que apaga la sed que sentíamos a causa de la condenación de Dios. Él es el Dios redentor que se imparte a Sí mismo en nosotros para ser nuestro suministro y satisfacción.

Cuando la Biblia nos menciona los sacerdotes según el orden de Aarón, nos dice que ellos fueron escogidos y llamados para ofrecer los sacrificios por el pecado, no para ministrar pan y vino al pueblo. Ellos principalmente ministraban a Dios presentándole ofrendas y sacrificios por los pecados. El sacerdocio según el orden de Aarón principalmente se hacía cargo de los asuntos negativos del pueblo. Pero el sumo sacerdote según el orden de Melquisedec hacía algo más que eso, él no iba a Dios para presentarle sacrificios por el pecado, sino que venía de parte de Dios con pan y vino.

Durante la Pascua, se aplicaba la sangre y se comía el pan sin levadura. El pan y el vino ministrado a nosotros provienen de la Pascua. Esto significa que Cristo como nuestro Sumo Sacerdote nos ministra hoy los logros de Su redención. Él murió por nosotros, sacrificando Su cuerpo y derramando Su sangre. Todo esto fue realizado antes de que Él regresara a Dios el Padre. Según el libro de Hebreos, Cristo se ofreció a Sí mismo como el sacrificio único por el pecado y resolvió una vez y para siempre el problema del pecado. Fue entonces que entró con Su sangre en el Lugar Santísimo en los cielos y la roció en la presencia de Dios, para consumar así la redención. Ahora, en lo que a la redención se refiere, Cristo no tiene nada más que hacer. Él está sentado a la diestra de Dios. No obstante, Él aún tiene que ser nuestro Sumo Sacerdote, no en el sentido de ir a Dios por nosotros, sino en el sentido de venir a nosotros. Él no viene a nosotros para resolver el problema de nuestros pecados sino para ministrarnos pan y vino, los cuales representan Su misma persona, que pasó por el proceso de la muerte y la resurrección para ser nuestro suministro y satisfacción. Esto sobrepasa la redención.

Hoy la mayoría de los cristianos solamente piensan en Cristo como su Redentor y Salvador, Aquel que derramó Su sangre por ellos e hizo propiciación por sus pecados para aplacar la ira de Dios. Pero el libro de Hebreos va mucho más allá; en realidad, se encuentra del otro lado del río. Hebreos nos revela a un Cristo que ha dejado de ser solamente un Redentor que ofrece sacrificios por el pecado y derrama Su sangre por nuestros pecados. El Cristo revelado en este libro es Aquel que, después de lograr todo esto, viene a nosotros de una manera misteriosa. Él entra en nuestro espíritu, no como nuestro Redentor sino como nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. Él no viene a ofrecer algo por nosotros, sino a impartirse en nosotros como pan y vino, para ser nuestro suministro diario y nuestra satisfacción. La razón por la que muchos cristianos son tan débiles es que no disfrutan de este suministro. A pesar de que tienen el libro de Hebreos en sus manos y la expresión Sumo Sacerdote en su vocabulario, no han experimentado lo suficiente al Cristo que se imparte en ellos como el Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec.

El libro de Hebreos revela que ya Cristo satisfizo todos los requisitos de Dios. Es por eso que hoy tanto Dios como el Redentor disfrutan de un reposo sabático. Según este libro, Cristo no está laborando para efectuar la redención, sino que está sentado por haber cumplido todos los requisitos de la justicia, santidad y gloria de Dios. Así que hoy Cristo reposa y Dios está reposando en Él, y ambos disfrutan del reposo sabático. Nosotros también, cuando venimos a la vida de iglesia, descansamos y disfrutamos del reposo junto con Él y con Dios.

El libro de Hebreos también nos revela que, si bien este Cristo está descansando ahora por haber consumado Su obra redentora, Él se encuentra muy activo como nuestro Sumo Sacerdote, ministrándose a nosotros como el pan y el vino que llegan a ser nuestro suministro diario. Es por eso que Cristo no es Sumo Sacerdote según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec. Hoy en día Él no es un Sumo Sacerdote que ofrece sacrificios, sino el Sumo Sacerdote que nos suministra pan y vino. ¡Aleluya! Hemos sido justificados y tenemos paz, pero la justicia y la paz por sí mismas no pueden satisfacernos; necesitamos comer y beber. Necesitamos de una diaria suministración. Así que, sobre la base de la justicia y la paz de Dios, nuestro Melquisedec nos suministra el pan y el vino para que comamos y bebamos. Él ya nos redimió y ahora nos está alimentando.

En primer lugar, necesitamos del sacerdocio de Cristo tipificado por Aarón para que ofrezca sacrificios por el pecado. Luego, necesitamos de Su sacerdocio según el orden de Melquisedec para que nos sea impartida la suministración de vida. El Dios procesado se imparte en nosotros como nuestro suministro a fin de cumplir Su propósito eterno. Ofrecer sacrificios por el pecado tiene como fin sólo resolver la situación negativa. Sin embargo, el propósito original de Dios no era redimirnos, sino impartirse y forjarse en nosotros. Debido a que caímos, Él tenía que venir a rescatarnos, redimirnos y reconciliarnos con Dios. Mientras que ésta es la función de Su sacerdocio como es tipificado por Aarón, Su sacerdocio según el orden de Melquisedec tiene como fin cumplir el propósito original de Dios. Si no hubiéramos caído, no necesitaríamos del sacerdocio tipificado por Aarón, pero todavía necesitaríamos del sacerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec, el cual nos ministra a Dios. La mayoría de los cristianos solamente conocen el sacerdocio de Cristo tipificado por el sacerdocio de Aarón, el cual obtuvo la reconciliación, pero no han visto que, según el orden de Melquisedec, Cristo nos ministra a Dios. Por tanto, Hebreos nos muestra que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, no como Aquel que solamente ofrece sacrificios por el pecado, sino como Aquel que nos suministra pan y vino.

En los primeros días de mi experiencia como creyente, casi siempre me arrodillaba para orar, y decía: “Señor, gracias por ser mi Redentor y por derramar Tu sangre por mí”. En ese tiempo no comprendía que podía acercarme al trono de la gracia y disfrutar a este Sumo Sacerdote que nos suministra pan y vino. Así que cada mañana confesaba las faltas del día anterior, esperando que me fuera mejor ese día. Pero ese día también terminaba en fracasos, y a la siguiente mañana, tenía que confesarme de nuevo. Esto se repetía día tras día. Yo sólo conocía a Cristo como el Sumo Sacerdote tipificado por el orden de Aarón. Sólo después de muchos años aprendí que yo podía acercarme al trono de la gracia y tener contacto con el Sumo Sacerdote que nos brinda pan y vino. No necesitamos esforzarnos por ser victoriosos, sino simplemente acercarnos al trono de la gracia y disfrutar del Sumo Sacerdote que nos suministra pan y vino. Éste es el mejor desayuno. Siempre que disfruto de este desayuno, ese día resulta ser un día de victoria. Así como cada mañana necesitamos desayunar, del mismo modo debemos disfrutar a Cristo cada mañana como nuestro desayuno. La mejor mesa para desayunar es el trono de la gracia donde disfrutamos a Cristo de una manera muy positiva. Cristo es hoy en día nuestro Melquisedec. ¡Cuánto necesitamos acercarnos al trono de la gracia y acudir a Aquel que nos suministra pan y vino!

Hebreos 4:14 nos dice que tenemos “un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios”, y en 4:16 leemos: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Cuando lleguemos al capítulo 5 veremos que el Sumo Sacerdote que se encuentra en el trono de la gracia, no es un sacerdote según el orden de Aarón, sino un Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, quien nos imparte pan y vino como nuestro suministro.

Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, es el Hijo de Dios, que fue designado como nuestro Sumo Sacerdote, no conforme a la ley del mandamiento carnal, sino según el poder de una vida indestructible (7:16). Debido a que Él cuenta con Su divinidad y Su vida resucitada, es capaz de ministrar al Dios procesado con la bendición divina, no a los pecadores sino a los que luchan por los intereses de Dios, tal como lo hizo Abraham (Gn. 14:18-20).

EL AUTOR DE LA SALVACIÓN ETERNA

I. LA SALVACIÓN ETERNA

La salvación eterna que experimentamos en Cristo (5:9) se basa en la redención eterna que Él logró por nosotros (9:12), la cual es muy superior a la expiación temporal que hacían los sacerdotes del orden aarónico. La expiación temporal cubría los pecados pero no los quitaba, mientras que la redención eterna de Cristo los eliminó, y al hacerlo resolvió el problema del pecado para siempre. Además, la salvación eterna lograda por Cristo no consiste en una mera redención objetiva que, en un sentido negativo, resuelve nuestro problema del pecado, sino también incluye una salvación subjetiva que, en un sentido positivo, nos salva al introducirnos en Su perfección y glorificación. Tal salvación eterna no está limitada por el tiempo ni el espacio, sino que trasciende todo límite debido a que cuenta con el elemento y la naturaleza divinas. El elemento divino y la naturaleza de Cristo son los constituyentes básicos de Su salvación eterna, la cual no sólo nos salva de las cosas más negativas, sino que además nos salva introduciéndonos en las cosas más positivas, incluso en Dios mismo. Ser salvos de tal manera abarca todo, pues no está limitado por el tiempo ni el espacio.

II. EL AUTOR DE LA SALVACIÓN

A. El Autor es la persona de Cristo
como Sumo Sacerdote

La persona misma de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, es la fuente de nuestra salvación eterna (5:6-10). Mientras Él esté con nosotros nunca seremos débiles. Él es el Autor y el origen de la salvación eterna, cuyos efectos, beneficios y resultados, son de naturaleza eterna, los cuales trascienden todas las condiciones y limitaciones del tiempo y el espacio. Algunos hermanos han acudido a mí para decirme que temen regresar a casa porque sus esposas tienen muy mal carácter. Algunas hermanas dicen lo mismo de sus esposos, y argumentan que ya no soportan la situación que viven en sus hogares. Tal parece que su salvación no es eterna ni llega hasta el ambiente del hogar. Cuando algunos hermanos me dicen que no desean volver a su localidad porque la vida de la iglesia allí es muy difícil, yo les contesto: “Si no pueden experimentar la salvación en su propia ciudad, entonces la salvación que ustedes tienen no es eterna”. Dondequiera que estemos, tenemos con nosotros al Autor de la salvación eterna. Es por eso que yo he animado a los hermanos y hermanas que están desalentados a que regresen a sus localidades. A las hermanas les he dicho: “¿Por qué le temen a su esposo? Él no es un tigre. Regresen y ‘devórenselo’ en Cristo por medio de la vida divina”. Puedo testificarles que muchas hermanas regresaron y se “devoraron” a sus esposos en Cristo mediante la vida divina, y que luego los trajeron a la vida de iglesia como una presa. No deben temer a sus cónyuges, porque Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, es el Autor de vuestra salvación eterna.

Aunque Hebreos 2 nos revela que Cristo es el Capitán de nuestra salvación, no se nos revela quién es el Autor de la salvación eterna hasta que llegamos a Hebreos 5, donde se nos presenta a Cristo como nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. Nuestro Cristo no es sólo el Josué de hoy, sino también nuestro Melquisedec eterno. Como nuestro Josué, Él es el Capitán de la salvación que va adelante y nosotros le seguimos. Como nuestro Melquisedec, Él es el Autor de la salvación eterna que se imparte a nosotros como pan y vino, y nosotros comemos y bebemos de Él. Cuando nuestro Melquisedec viene a nosotros, no viene para imponernos demandas ni requisitos, sino para ofrecernos pan y vino. ¿Se siente usted cansado? Él es su pan. ¿Está acaso sediento? Él es su vino. Comamos y bebamos de Él, y disfrutémosle como nuestro sustento. Cada vez que acudimos a la mesa del Señor, declaramos a todo el universo que vivimos porque comemos el pan divino y bebemos el vino divino, como nuestro suministro diario. Es así como vivimos. No muchos de nosotros han visto esto cuando participan de la mesa del Señor. Espero que todos podamos ver que la mesa del Señor simboliza a nuestro Cristo hoy como nuestro Melquisedec, Aquel que nos suministra pan y vino. Repito una vez más que éste es el origen de nuestra salvación.

B. Experimentar a Cristo
en Sus sufrimientos para Su perfección

Cristo fue perfeccionado por medio de Sus padecimientos para venir a ser nuestro Sumo Sacerdote (5:8-10). En Su salvación eterna, nosotros necesitamos experimentarle en Sus padecimientos. Si le experimentamos en Sus sufrimientos, seremos salvos al grado de entrar en Su perfección. Esta experiencia que obtenemos de Cristo en Sus sufrimientos la alcanzamos al disfrutarle como nuestro Sumo Sacerdote. Este asunto lo abordaremos con más detalle cuando lleguemos al capítulo 7.